Por: Aníbal Romero - Numerosos comentaristas han argumentado que una victoria de Barack Obama será positiva para las relaciones entre diversos grupos étnicos en Estados Unidos. En realidad, ello dependerá de la conducta de Obama desde el gobierno. A pesar de una campaña electoral más bien centrista, con un mensaje nebuloso y apto para casi todos los gustos, la ruta político-ideoló gica de Obama no ofrece motivos suficientes para imaginarle, al menos todavía, como un líder de unidad. Los resentimientos producidos por la mancha de la esclavitud, la discriminació n racial y la dura lucha por los derechos civiles de los afroamericanos son comprensibles, pero uno sin embargo se pregunta: ¿no es hora ya de pasar la página? Un triunfo de Obama callará la boca a los que siguen acusando a Estados Unidos de ser un país racista, y debería dar a los afroamericanos las seguridades para sentirse definitivamente ciudadanos con plena legitimidad. Ello debería implicar también que el doble patrón utilizado para tratar a los políticos de color desparezca. El bochornoso favoritismo de los medios norteamericanos e internacionales hacia Obama es un síntoma peligroso en diversos sentidos. Ha llegado un punto en que resulta casi una ofensa criticar a Obama, y en particular poner de manifiesto su trayectoria política, vinculada al radicalismo ideológico y caracterizada por un desempeño parlamentario claramente parcializado. La prensa estadounidense ha sido poco diligente en su tarea de revelar el pasado extremista de Obama, actitud que contrasta con su empeño orientado a enlodar la reputación personal y política de los republicanos, en particular de Sarah Palin. ¿Se avecina caso una especie de dictadura intelectual de la “corrección política” en Estados Unidos? Los signos de una poderosa reacción desde la izquierda, con todo el bagaje de sus mitos, ingenuidades, angustias y deseos de venganza frente a los odiados neoconservadores son inequívocos. En caso de que su triunfo se concrete, Obama tendrá que escoger. Si gobierna para la izquierda del Partido Demócrata, pronto experimentará una férrea oposición de parte de una sociedad que a pesar de todo sigue siendo en su mayoría de centroderecha. Los que desean que Estados Unidos se convierta en otra soñolienta socialdemocracia europea, olvidan que Europa ha logrado vivir por sesenta años en medio de sus ilusiones precisamente porque Estados Unidos es diferente y está aún dispuesto a defenderse, a proteger a Occidente y sus valores de libertad y democracia. Barack Obama se ha convertido en un símbolo para que la sociedad blanca estadounidense realice a través suyo un acto de expiación, y limpie las culpas que arrastra por doscientos años. Esta es la conclusión que he sacado luego de incontables conversaciones con ciudadanos norteamericanos, así como de la lectura que a diario llevo a cabo de la prensa de esa gran nación. Los actos de expiación pueden ser creativos o dañinos. Ello resulta de que se asuman como tales y lleven a un resultado feliz, o de que se nieguen y oculten. De ser electo, Obama tendrá la inmensa oportunidad de gobernar para la reconciliación, o de tomar el camino de remover el pasado y antagonizar a los sectores que, con razón, observan con recelo su carrera radical, han experimentado una campaña electoral basada en el mesianismo y la adulación, y temen ante un porvenir incierto. Obama corre el riesgo de convertirse en otro Jimmy Carter, acosado de nuevo por la tendencia de la izquierda demócrata a la autoflagelación, y su disposición a creer que los enemigos de Estados Unidos pueden ser apaciguados con buenas intenciones. De tomar ese camino, su posible presidencia transformará la expiación en pesadilla.
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