miércoles, 29 de octubre de 2008

Un cura más que "salió del closet"


Un cura más que "salió del closet" - Tuve la oportunidad de leer una “noticia” en el periódico digital “20minutos.es”, que recoge un nuevo suceso en torno a un sacerdote que declaró su condición homosexual en un programa de televisión transmitido por la planta “La7”, en el programa “Exit”, el pasado 1 de octubre. Aunque el sacerdote dio sus declaraciones de forma anónima, con el rostro cubierto y la voz distorsionada, al parecer los expertos del Vaticano lograron descubrir la identidad del clérigo, por las características del despacho desde donde se realizó la entrevista. En la entrevista, al parecer, el sacerdote manifestó que es “homosexual activo” y que no sentía que estuviera “pecando”. Los medios de comunicación italianos no han revelado la identidad del sacerdote, pero se presume que sea miembro de la Congregación para el clero. Sólo se han transmitido las siglas de su nombre (T. S.) y su edad: sesenta años de edad. En ese mismo programa se emitieron vídeos que recogen el encuentro de tres sacerdotes con personas contactadas a través del chat en la Internet. En febrero de 2002, José Mantero, párroco de Valverde del Camino, Diócesis de Huelva, España, se declaró abiertamente en la revista “Zero”, en un artículo intitulado “Doy gracias a Dios por ser gay”. De inmediato este clérigo fue “suspendido”, al igual que lo fue quien diera las declaraciones en este programa de televisión, y que ahora ha puesto en el ojo del huracán a la jerarquía eclesiástica. Cuando se traen a colación estos temas, de inmediato la gente piensa en el “amarillismo” de los medios de comunicación social -¡y es mucho lo que hay de eso!- y en el deseo que muchas personas tienen de “desprestigiar” a la institución eclesiástica. Sin embargo, creo que es preciso ser más profundos en el análisis y darse cuenta que situaciones de esta naturaleza, lejos de “desprestigiar” a la Iglesia Católica, están reclamando de ella una mayor audacia para afrontar los retos que va presentando el decurso de los acontecimientos en la historia. Aunque es mucho el camino que la Iglesia ha recorrido para abandonar la imagen de “sociedad perfecta”, impuesta por San Roberto Belarmino en pleno período de la llamada Contrarreforma, y asumir la imagen de pueblo de Dios en marcha a través de la historia, en el Concilio Vaticano II, son muchos los vestigios que quedan todavía de ese triunfalismo imperial que asumió la Iglesia en los tiempos de Constantino. La pretensión de poseer la verdad absoluta, el constante entremetimiento en los asuntos así llamados temporales, el dominio del monopolio del saber y del conocimiento y la falsa consideración de creerse más allá del bien y del mal, han permitido que la Iglesia Católica, en su jerarquía, tuviera que recorrer caminos tortuosos, en medio de situaciones de las que sólo ha podido salir ilesa por misericordia de Dios. ¿No es tiempo de que los jerarcas católicos, especialmente los jerarcas vaticanos, sean un poco más… humildes? Y, más que humilde, ¿no será tiempo de ser un poco más realistas y caer en la cuenta de que no se puede caminar al margen del mundo y de la historia? ¿No son precisamente estos acontecimientos, que demuestran la falibilidad de la Iglesia, la que pone de manifiesto la necesidad de no “alzar” la voz con arrogancia en temas que no son de su competencia y que no tiene por qué abordar con la pretensión absolutista que lo hace? Lo más triste del caso es que la Iglesia, por ser “Una, Santa, Católica y Apostólica”, como confesamos en la “Profesión de fe” (El Credo) tiene que sufrir las embestidas, consecuencia de la soberbia, en aquellos miembros que, en medio de su humildad, sencillez de vida y compromiso histórico, se esfuerzan por ser testigos del amor de Dios en medio de un mundo cada vez más dividido por las guerras, las enemistades y las discordias que lo van desangrando lentamente. Cuando pienso en estos miembros que son víctimas de la arrogancia de algunos prelados, me vienen a la memoria el silencio, el trabajo y la fidelidad de los monjes y de las monjas… Aquí mismo, en Venezuela, hay un grupito de monjes trapenses, en un monasterio perdido en las montañas merideñas, que se levantan a las 3:45 de la madrugada para la oración, y que pasan el día entre la oración y el trabajo, porque cultivan, cosechan y embasan café y hacen mantequilla de maní para subsistir. Pienso, también, en las Misioneras de la Caridad, de la Madre Teresa de Calcuta, que recogen a los desechados de la historia, a los que no sirven al mundo porque no producen, a los niños que no son queridos por sus papás porque nacieron deformes, a los enfermos de SIDA… Pienso también en las Hermanitas de los Ancianos desamparados, de Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, que en sus casas acogen a los ancianos que ya “no sirven” por ser ancianos. Pienso, también, en tantos curas y en tantas monjitas que están en los barrios, viviendo el drama de las carencias, el drama de la inseguridad, el drama de la incertidumbre de no saber si podrán regresar a sus casas... Hoy, quizá más que nunca, quienes somos cristianos católicos debemos volver al antiguo principio de los Santos Padres, que vieron a la Iglesia Santa y Pecadora al mismo tiempo; que la vieron Casta y la vez Prostituta; que la vieron Santa y necesitada de conversión.

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