miércoles, 29 de octubre de 2008

De coros, capillas y oratorios


De coros, capillas y oratorios - El coro, como espacio físico, gozó siempre de una especial relevancia dentro de los edificios conventuales dominicanos. No es extraño que así haya sido, toda vez que Santo Domingo inició su andadura apostólica en el cabildo de la Iglesia de Osma. El tipo de “coro” fue un factor que determinó la novedad del ideal de vida relgiosa de Santo Domingo respecto de la vida monástica. Nuestros coros, en efecto, son del tipo canonical que, a diferencia de los coros monásticos, se fabricaban en forma de herradura y con la silla presidencial en el medio. Era la silla del obispo, lógicamente, y que en la Orden sólo la utilizaba el Prior al momento de dar el hábito a un novicio o de admitirlo a la profesión. Algunas tradiciones piadosas dieron a esta silla el nombre de “silla de la Virgen”, dando a entender la presencia de la Madre de Dios en la oración de los frailes. Una tradición piadosa cargada de sentido, no cabe duda, porque remite al texto de los Hechos de los Apóstoles, que nos presenta a María, la Madre de Jesús, en oración con los discípulos en la espera del Espíritu Santo el día de Pentecostés. ¿Y qué pasó con los coros? La realidad nos sitúa como evidencia que los coros en la Orden han pasado a ser testimonios artísticos de una belleza que hoy se considera invaluable, siendo que la inmensa mayoria de ellos están cargados del componente estético que les permite la consideración de verdaderas obras de artes. La “escasez” de frailes y no menos el abandono progresivo de la celebración del Oficio Divino como plegaria que marca la jornada del fraile predicador, pueden ser las dos causas que que los coros se mantengan hoy sólo como testimonios artísticos y, por qué no, testimonio del pasado de la Orden, pasado que algunos, por edad, muy posiblemente no hayamos vivido. El lugar preminente que otrora ocuparan los coros en la arquitectura de los conventos dominicanos, lo han venido a ocupar ahora las capillas y los oratorios privados. ¿Influencia de las hermanas dominicas de vida apostólica y de las religiosas en general en la vida de los frailes? Me temo que sí, lamentablemente. Son las religiosas las especialistas en construir capillas y oratorios privados, la inmensa mayoría de los cuales, llevadas quizá de una piedad eucarística no entendida y asumida rectamente, se construyen teniendo como centro el Sagrario, aún cuando la directriz canónica y litúrgica en esta materia determina que en aquellos lugares donde se celebra la Eucaristía de manera habitual, el sagrario debe estar ubicado a un lado y no en el centro de la capilla u oratorio. Los frailes hemos sido muy prontos en “copiar” esta praxis de las religiosas, pues es difícil encontrarse un convento, una casa, donde no exista una capilla u oratorio privado. Pero, ¿está esta praxis dentro de la mentalidad primigenia de la Orden? Una rápida lectura del “Libro de los orígenes” del Maestro Jordán de Sajonia, al igual que de las “Constituciones” primitivas de la Orden da de sí para concluir que la vida de oración de los frailes es eclesial no sólo por el carácter canónico del Oficio Divino, sino por el espacio en sí de la celebración. El “Libro de los orígenes”, las “Actas” del proceso de canonización de Santo Domingo y la “Vida de los hermanos” coinciden en mostrar cómo el mismo Santo Domingo y los primeros frailes, terminado el Oficio Divino, se dedicaban a la “oración secreta” (la expresión “oración mental” y “meditación” son posteriores en la Orden) dispersándose por los distintos altares de la Iglesia. Las “Constituciones” primitivas legislan sobre esta praxis. No había, por tanto, oratorios o capillas privadas distintas de las existentes en las iglesias conventuales. Es bueno insistir, por tanto, en el carácter eclesial de la oración de los frailes predicadores significada en el espacio mismo de la celebración. Los frailes no estamos llamados a celebrar el Oficio Divino “encapillados”. Los frailes, por el contrario, oramos en la Iglesia, por la Iglesia y por el mundo. El actual libro de las Constituciones y Ordenaciones (L.C.O.) recogen de manera precisa esta mentalidad al situar la celebración de la liturgia “entre los principales oficios de nuestra vocación” (L.C.O., 57). La dimensión eclesial de nuestra oración se manifiesta, con igual fuerza, en la posibilidad que los fieles tienen de participar de nuestras celebraciones (L.C.O., 58). El lugar natural de la celebración del Oficio Divino y de la misa conventual sigue siendo el coro (L.C.O., 61) aunque se reconoce la posibilidad de celebrarse “en otro lugar apropiado, especialmente con objeto de que los fieles puedan participar activamente en la oración litúrgica de los frailes.” (L.C.O., 61, III). Los frailes estamos llamados a descubrir la celebración de la liturgia como un espacio de predicación y como una predicación en sí misma. La celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos cuentan con espacios para la homilía, al igual que la celebración de las Laudes y de las Vísperas del Oficio Divino. La conciencia de que nuestras celebraciones litúrgicas son públicas debe trascender la dimensión mística de la unión con toda la Iglesia al celebrar, incluso privadamente, la liturgia para dar paso a una conciencia real de la liturgia como momento de predicación y como predicación en sí misma. Celebrando públicamente el Oficio Divino, los frailes nos convertimos en señal de la dimensión contemplativa de la Iglesia, que tiene su consumación plena en la liturgia celestial que espera la nueva y definitiva creación.

Publicado en http://www.ideasteologicas.blogspot.com

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