lunes, 16 de febrero de 2009

Venezuela ilícita e indefinida


Por Eitan Steinmetz - Una sociedad no tiene el gobierno que se merece, una sociedad tiene el gobierno que "es". En ese sentido, Venezuela en gran medida es este despelote colosal y flagrante, esta miseria moral y esta corruptela institucionalizada que encarna nuestro comandante en jefe. Eso somos, ¿de qué nos escandalizamos? ¿Jefazos como el nuestro los hay por doquier, en cada esquina? Uno vende objetos robados, otros discos y películas falsificadas, más allá vemos al celebérrimo guisón y en aquella mesa al banquero o el empresario que le sonríe estupideces a su propia ruina. También los hay que trafican drogas, los contrabandistas, los que lavan dinero proveniente de negocios ilegales, los matraqueros, los vendedores de armas y, por supuesto, los secuestradores. Están en los barrios, en las urbanizaciones burguesas y en las asociaciones clasemedieras. Los comandantes están en todos lados. Los niños no se salvan, los estamos educando para la improvisación, el conformismo y la trampa. Nos topamos en todos lados con pequeños comandantitos: irrespetuosos y pendencieros, que nunca quieren hacer su tarea. Desde pequeñitos fortalecemos en ellos el valor de la viveza, el desinterés en la invención democrática y la falta de compromiso. Sueñan con crecer, ser militares y dar un despelotado y torpe golpe de Estado (¿otro 4 de febrero?). De hecho, les compramos juegos y películas piratas para que se diviertan haciendo guerras imaginarias contra el imperio. Además, están los corruptos, los de antes, los de ahora y los de siempre. ¿Cómo los llamaban? ¿Los doce apóstoles? Ahora mutaron en boliburgueses. Las fortunas que han edificado merecen un premio Guinness, en eso sí la revolución ha sido revolucionaria, en la cantidad de dinero que ha amasado su oligarquía en cuestión de segundos. En la Venezuela ilícita e indefinida están también quienes esconden y excusan las vagabunderías de sus hermanos y amigos, los que no les importa que sus padres o madres vendan su honorabilidad a cambio de unas cuantas monedas. Están, por último, los más patéticos, los que reniegan de su propio padre Simón Bolívar, aplaudiendo por interés o por delirio a quien más lo insultó en su momento: Marx, un alemán que nada tiene qué ver con nuestro lodazal y a quien hoy rinden culto los traidores. Hay de todo en la villa del comandante. Nada nuevo ni nada extraño en este país que somos y que cada media hora asesina a uno de los nuestros, por asco humano. No hay escándalo que nos inquiete, pues somos un escándalo indefinido y perenne. Nuestro Gobierno es impecablemente ilícito, compuesto por espíritus enanos: todo violentan y perturban. Sus portavoces, inmaculados en el cinismo, han sido acusados de toda suerte de corruptelas, vinculaciones terroristas, complicidades narcotraficantes y criminales, y nada importa. Somos "eso": ilícitos de oficio. El imprescindible y obligatorio libro de Moisés Naím, Ilícito, señala y signa con detalle nuestra tragedia. Hay que leerlo para comprender nuestra fatalidad política. Nuestro Gobierno, nuestra sociedad, se ha ido entretejiendo en una red ilícita que todo cunde y abarca. Para sobrevivir hay que violentar algo: la vida, el trabajo, la familia, la verdad. Hay que ser más comandante que el vecino, es decir, más "vivo" y tramposo. No hay límites, ni los habrá si, como pueblo, el día 15 de febrero no marcamos con un No rotundo nuestra indiferencia. Espero que después de diez años indefinidos hayamos aprendido.

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