miércoles, 18 de febrero de 2009

Vamos a Dale


Por: Elizabeth Fuentes - Me encanta la tortica esa que tan diligentemente el CNE colocó en su página web ayer, para demostrar en porcentajes cómo fue que ganó el jefe de Tibisay su presunta elección democrática. "De vainita" podría titularse la información, porque viéndolo gráficamente eso es lo único que nos queda claro. De los cien trozos, Hugo y sus seguidores solamente se pudieron comer 54, a pesar de que en ese bonche de carnaval (porque a eso ha reducido el PSUV cada elección) el Presidente de medio país puso la casa, la caña, los disfraces, la orquesta, el cotillón, los autos para mandar a buscar a los invitados y hasta convirtió a los ministros en mesoneros, quienes llevaban la bandeja de tequeños solamente a aquellos disfrazados de revolucionarios. Y como cabe esperar en toda fiesta de nuevo rico que se respete, el semipresidente repartió personalmente los regalitos a la salida de la fiesta, una selección variopinta que iba desde o votas por mí o te boto del trabajo hasta el millón de bolívares por cabeza chin chin que usaron para "motivar" a los habitantes de Los Valles del Tuy, por mencionar los que me constan, para que asistieran obligados a su triste celebración. Y no porque ande en una de negación, como dicen los siquiatras, fue que amanecí bastante poco arrecha después de los resultados, sino porque con semejante camión de bolas que le echó el gobierno al más reciente capricho de su Líder Único (porque, ojo, allá adentro no hay nadie pero nadie que garantice llegar ni de tercero en las presidenciales del 2012), la torta que publicó el CNE en su portal, como habría dicho mi mamá, me supo a gloria. Porque ocurre que ese 45,66 por ciento, que como bien sabe Merentes termina siendo 46%, se me antoja como un puño de coleados en una celebración ajena, pero quienes a la larga fueron los que más gozaron: se levantaron a las carajitas más buenotas de todo Mérida, Miranda, Nueva Esparta, Táchira y el Zulia. Bailaron pegadito en el Distrito Capital y más pegadito aún en las zonas habitadas por oligarcas como La Vega, Santa Rosalía y Caricuao, sobre todo en ésta última, donde la diferencia fue mas pequeñita que el hijo de Tarek William Saab, quien por cierto usó al muchachito no sólo como testigo de su acto delictivo, sino como escudo humano frente a la opinión pública, valga la digresión. Que cada día que pasa, el sabor a gloria de la torta electoral de Tibisay y sus compinches se me agiganta, porque a medida que pasan las horas me percato de que ese pedazote que nos tocó en la repartición lo estamos degustando sin haberle robado un céntimo al Estado, sin amenazar a nadie con quitarle el trabajo o la beca, sin repartir comida en los mitines ni mentirle a la pobre gente ignorante con que el voto no es secreto, como hizo la jefa de enfermeras del ambulatorio Pastor Oropeza.
Que esta partición de bienes, que es como seguramente los corruptos de este gobierno perciben al país, me recuerda una anécdota personal, tragicómica si se quiere, ocurrida en los prolegómanos de mi primer divorcio, cuando el marido de entonces aceptó finalmente mi petición de separación con una sentencia inolvidable, jurando que se estaba vengando de mi desamor: "Ok. Yo me voy para el coño... tú te quedas con la niña y yo con el Volkswagen". .. Así están los chavistas hoy, celebrando puro presente, puro oportunismo, puro dinero recién llegado y contratos pendientes, mientras de este lado de la torta a nosotros nos dejan la mejor parte. Y por eso, no se imaginan la fiesta que se me ha quedado por dentro, el ratón de dicha que todavía me mantiene zarataca cuando intuyo que en el futuro se me seguirán atravesando los Mejías, Smolavsky, Guevara, Sánchez o Goicochea, creciendo y se reproduciéndose por todo el país. Y ni hablar de la dignidad de los habitantes de los barrios de Petare, de los olvidados de Delta Amacuro o los valientes de Bolívar, enfrentados con el único empleador de la comarca. Qué va, Tibisay. Por más elegante y peinadita que andabas la noche de la fiesta, por más que buscabas disimular tu entusiasmo para sumarte al festín, la torta que tan rápidamente pusiste sobre la mesa a pedido de tu jefe, creyendo que a quien parte y reparte le queda la mejor parte, terminó aplastada sobre tu cara, como en cualquier comedia barata.

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