Como podría esperarse de un régimen que se apoderó de todo el Estado y necesita garantizar su supervivencia, el peso de la influencia de Hugo Chávez y el carisma que aún conserva aseguraron la posibilidad de su reelección indefinida. Sin embargo, quedó demostrado el avance de la votación que rechaza la forma en que gobierna a Venezuela. Casi 6.100.000 votos a favor del Sí contra cerca de 5.050.000 del No, y una abstención del 36%, fue el veredicto de las urnas sobre el referendo realizado el pasado domingo en el país vecino. Esas cifras indican el triunfo inobjetable de la propuesta oficialista. Pero también muestran la forma paulatina como se estrechan las distancias entre los partidarios del chavismo, con su jefe como protagonista principal, y la difusa, aunque cada vez más cohesionada, oposición. Hoy, Chávez y su corte están celebrando su victoria. Pero también deben estar preocupados porque el No ganó en las grandes ciudades, incluyendo Caracas. Y porque tal hecho se produjo no obstante la descarada y enorme utilización de todos los poderes del Estado para garantizar el triunfo de una propuesta en la cual se jugaba el futuro político del chavismo. Fue una jugada fácilmente explicable, ante la ausencia de un sucesor del caudillo y la necesidad de garantizar la supervivencia del régimen. Quedó clara entonces la necesidad de utilizar al caudillo para hacerle frente al desgaste de haber ejercido el poder absoluto durante una década. Porque así como su figura invade todo el escenario con su verbo tan cercano al venezolano del común y sus actitudes de militar, detrás de él está la burocracia y la corrupción que se escuda en lo que Chávez llama la revolución bolivariana, una mezcla del comunismo que agoniza en Cuba y del populismo que tantos éxitos ha acumulado en Suramérica durante los últimos diez años, ante el rotundo fracaso de la política tradicional. Eso es lo que triunfó en Venezuela el pasado domingo y lo que un creciente e inconforme sector de su población está rechazando. Primero fue la derrota que le inflingió al chavismo en diciembre del 2007, cuando con un referendo trató de cambiar la Constitución; después, en las elecciones regionales de noviembre, ganó en los cinco estados más grandes y en las tres capitales de mayor peso en ese país. Ante tal realidad, la convocatoria para decidir la posible reelección indefinida de su presidente aparece ya como un recurso casi desesperado para evitar la derrota en las elecciones que se celebrarán en el 2012. ¿Cuánto durará el chavismo en el poder? Difícil decirlo ahora que se ha abierto la puerta a la reelección indefinida del caudillo y éste está dispuesto a hacer lo necesario para sostenerse allí. Y más difícil cuando en la oposición aún no se encuentra la figura y el método capaces de constituirse en alternativa confiable para los electores que elevaron a Chávez a las más altas cumbres, por la vía de la democracia. Pero , como en todo proceso político, el cambio deberá producirse más temprano que tarde, salvo que las tendencias autoritarias y militaristas le cierren el paso.
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