sábado, 21 de febrero de 2009

Alice in Wonderland


Por: Amérido Martin - Como ciertos animalitos salidos de la ambigua imaginación de Lewis Carroll, el presidente Chávez tiene que correr cada vez más rápido para permanecer en el mismo lugar o, incluso, para que el deslizamiento del piso no sea tan abrupto. Obtuvo una victoria en el referéndum. De ella ha extraído un derecho a la perpetuidad, prerrogativa a la que le huyen no sin repugnancia los gobiernos democráticos y semidemocráticos del hemisferio, pero para lograrla debió redoblar como nunca el abuso, el atropello y la amenaza, incluso a los servidores públicos. Ha comprado voluntades con la promesa de despedir a quienes no salgan en campaña vestidos de rojo, así se sientan humillados y escarnecidos. No es difícil explicar semejante tráfico si recordamos lo que cuesta hoy defender un empleo. El árbitro electoral, a su turno, se entregó a Chávez. En el pasado guardó cierto recato; ahora le pareció que esa conducta podría comprometer al presidente. Extremaron ambos, presidente y CNE, la violación de las normas electorales y cualquier vestigio de imparcialidad, todo con el fin de impedir un naufragio en fecha tan reciente como el pasado domingo. Pero así como ciertos fármacos pierden efecto con el uso, la aumentada dosis de la receta represiva no ha conjurado el crecimiento de la disidencia. Tampoco el hervidero de líderes jóvenes proyectados al liderazgo, en contraste con la jefatura inamovible del presidente y sus cuatro bueyes cansados, en permanente enroque porque Chávez sospecha de todos y golpea a quien sobresalga. Las cifras cantan. Entre el 2006 y febrero del 2009 se han realizado tres consultas comiciales que dejan ver tendencias. En la primera, Chávez ganó la reelección con poco más de 7.000,000 votos (63%) mientras en la enmienda votada el pasado domingo obtuvo 6 millones (54.36%), pese a que la población registrada para sufragar se incrementó en más de un millón de almas. El periplo de la disidencia fue mucho más auspicioso. En 2006 logró algo más de cuatro millones (37%), en 2007 ganó el referéndum con 4 millones y medio, y en 2009 creció nuevamente al alcanzar más de 5 millones (45%), su más alto registro hasta ahora. Dentro de cuatro años el presidente probablemente será derrotado, no sólo por la muda elocuencia de semejantes tendencias electorales, sino porque ya no será un pródigo Creso, distribuyendo dinero a tontas y a locas a cambio de incondicionalidad política, sino un personaje de Esquilo tratando de contener las tormentas que sacudirán la chalupa del curioso socialismo siglo XXI, del que nadie, ni su estremecido capitán, tiene mucho que decirnos. A estas alturas, conforme a los cálculos del gobierno, la disidencia debería estar disminuida y atomizada. Sometida a un tour de force electoral a estas alturas estaría por rendirse o en trance de cometer la extravagancia de las ''sublevaciones' ', ''guarimbas' ' o disparates similares. Actos inofensivos éstos, dictados por la impaciencia, pero útiles, eso sí, al presidente: sirven para encubrir la arbitrariedad con el velo de la defensa de la patria amenazada. Con angustia --por aquello de los animalitos de Caroll-- algunos se preguntan cómo es que, si estamos aparentemente en una lógica de arbitrariedad creciente, la disidencia asistirá a las pruebas electorales de concejales en este año, parlamentarias en el próximo y presidenciales en 2012. La respuesta está en los hechos. Enfrentando obstáculos formidables la pujante disidencia se ha fortalecido; por eludirlos, se había debilitado. Y como según el proverbio inglés: The proof of the pudding is in eating, terminará comiéndose el budín si persevera en la vía electoral; con la venia de Alicia, el sombrerero loco y el conejo presuroso.

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