martes, 2 de junio de 2009

Venezuela, surreal y triste


Por: Pablo Kleinman - El Metro de Caracas es moderno y atractivo. Sus trenes son prácticamente idénticos a los del metro de Washington DC, y los torniquetes, iguales a los del metro de Madrid. Pero las similitudes terminan ahí: dentro de los trenes, en lugar de anuncios comerciales solamente hay anuncios acerca de la revolución socialista de Chávez, y si bien las estaciones son de construcción relativamente reciente, se hallan bastante deterioradas, y casi todas las escaleras mecánicas que vi estaban fuera de servicio. Había tomado el metro para ir a cambiar dinero en el mercado negro, en el cual la moneda venezolana vale casi tres veces menos que el valor determinado arbitrariamente por el gobierno venezolano (el dólar oficial está a 2,15 bolívares fuertes, mientras que en el mercado paralelo me pagaron 6,30 bolívares por cada dólar). En mi camino de regreso al hotel tuve la oportunidad de viajar junto con un contingente de camisetas rojas chavistas, que, de manera muy similar a los infames Comités de Defensa de la Revolución cubanos, se dedican a intimidar a quienes se manifiestan en contra del gobierno y de la incipiente dictadura comunista que poco a poco se cierne sobre Venezuela. Los camisetas rojas ingresaron al metro sin pagar boleto y viajaron hasta la estación de Plaza Altamira, localizada frente al hotel Caracas Palace, en el cual nos alojábamos los participantes extranjeros del encuentro internacional organizado con motivo del 25 aniversario del think tank Cedice. Estos sujetos hicieron su primera aparición el día miércoles, cuando nos reuníamos en el hotel los asistentes al IV Congreso de Relial (Red Liberal de América Latina), que aglutina a pequeños centros de estudio liberales de toda la región. Alrededor del mediodía empezó a sonar música dentro del hotel; música que en realidad provenía de los tres camiones con altavoces que los chavistas aparcaron frente a la entrada del establecimiento. Al poco tiempo comenzaron los cánticos y las arengas, que continuarían por el resto de la semana, interrumpidos por música y por monólogos del lenguaraz presidente, todo a través de los poderosos altavoces. Pese a la ferocidad que intentaban transmitir, los camisetas rojas se veían bastante inofensivos. Es verdad que a ratos gritaban enardecidos, que repartían volantes con los rostros de algunos de los asistentes al encuentro, a los que se tachaba de fascistas, agentes de la CIA, del imperio o de las multinacionales; pero también manifestaban un comportamiento típico de los funcionarios latinoamericanos: paraban para almorzar, y se retiraban ordenadamente cuando terminaba el horario de oficina que evidentemente estaban cumpliendo. El inocultable interés del gobierno chavista, ya poco acostumbrado a las manifestaciones opositoras, sumado a los diversos actos de hostigamiento a los organizadores y participantes del encuentro, sirvió para que una simple reunión de intelectuales se convirtiera en un acontecimiento del más alto perfil y para que todo el país –y el resto de América Latina– se enterara de lo que estaba sucediendo en Caracas. Ni la gente de Cedice ni el resto de los participantes fuimos amedrentados por el accionar de las autoridades venezolanas. La reunión paralela de supuestos “pensadores de izquierda”, organizada apresuradamente por los chavistas, no tuvo repercusión alguna y nada más sirvió para demostrar que todavía quedan extranjeros progres que, como en su momento lo hicieron con la dictadura soviética, están perfectamente dispuestos a defender y justificar hasta la incoherencia más completa un régimen antidemocrático y represivo como el chavista. Uno de ellos, Juan Carlos Monedero, profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid, llegó a decir en el canal de propaganda gubernamental, y sin la más mínima ironía, cosas tales como ésta: “Lo bello del socialismo del siglo veintiuno es que no repite los errores del socialismo del siglo veinte”. La furiosa reacción de Hugo Chávez y de sus acólitos a la reunión convocada por Cedice, reflejada en el acoso y las amenazas a los Vargas Llosa, las interminables horas que dedicaron los medios gubernamentales a condenar el encuentro y el hostigamiento permanente de los camisetas rojas, sirvió para constatar que, efectivamente, en Venezuela cada vez hay menos libertad de expresión, y que el régimen chavista, a pesar de haber llegado al poder originalmente a través de las urnas, ya no reviste características democráticas. Ya hacia el final de la conferencia, el mandatario venezolano, que había iniciado el jueves una maratón televisiva con motivo del décimo aniversario de su Aló Presidente, desafió a los principales asistentes al encuentro a discutir de política. Si bien el desafío fue aceptado, no tardó el caudillo, mucho más acostumbrado al monólogo y a mandar que a debatir y explicar, en desdecirse de la invitación original. La maratón de Aló Presidente fue suspendida, y no hubo transmisión el sábado ni participación especial de Evo Morales el domingo, como se había anunciado. Lamentablemente, hay pocos indicios de que la situación de la libertad vaya a mejorar en Venezuela en un futuro cercano. Por el momento, lo único que está claro es que allí se hace lo que Chávez dice, y punto. Como si las malas experiencias del siglo veinte jamás hubieran sucedido, Venezuela continúa en un camino cuyo final, aunque no se sabe cómo ni cuando llegará, se sabe que no será nada bonito.

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