lunes, 22 de junio de 2009

De los voceros es la culpa


Por: Vicente Echerri - El acoso --bárbaro, como todo lo que dimana de Hugo Chávez y de su gobierno-- que la autoridades venezolanas han recrudecido en estos días contra Globovisión y otros órganos de prensa independientes prueba, una vez más, que la paciencia de los gobiernos tiránicos --no importa cuán electos hayan podido ser-- frente a sus críticos es siempre muy endeble. Como es usual también, los críticos cargan las culpas por los males que denuncian. En la medida en que el proyecto de la llamada ''revolución bolivariana' ' se hace pedazos a la vista de todos, aumenta la intolerancia del régimen con aquellos que lo critican. Se trata de una farsa vieja y triste que en Venezuela intentan, nuevamente, montar. Globovisión ha sido una espina en la carne de Chávez, en su grasiento costado. Si las cosas le hubieran salido bien, las críticas de la prensa, aunque molestas, habrían servido para resaltar --en ingenioso contrapunteo- - los resultados de su obra de gobierno, al tiempo que le habrían conferido un aura de legitimidad. Habrían sido como los ladridos que marcaran la ruta de su cabalgata. Pero no ha sido así. Ya no vale la pena debatir si Chávez tiene, o ha tenido alguna vez, buenas intenciones, si realmente le ha preocupado la pobreza e inseguridad de tantos venezolanos pese a vivir en un país tan rico. La fórmula con que eligió gobernar estaba condenada al fracaso por la historia, había salido mal muchas veces, no era necesario ser adivino para pronosticar que fallaría también esta vez. Por eso, en esta misma página me atreví, casi al principio de su gestión, a predecir lo que vendría y que hace mucho que se instaló: represión y corrupción. Que el presidente Chávez haya querido dosificar el primero de estos ingredientes sólo ha conseguido dilatar sus nefastas consecuencias. La supervivencia de la prensa independiente es el resultado directo de esa dilación. A mí no deja de sorprenderme y de apenarme --por lo que a los venezolanos toca-- que Chávez esté destruyendo su país, y agrediendo la estabilidad de toda la región con esta fórmula suya del socialismo del siglo XXI, que no es más que una vieja de cien años o más con un grosero maquillaje. No sé si ya él sabe, a estas alturas, que no funcionará, ni ahora ni en veinte ni en treinta ni en cuarenta años más (como resulta obvio del ejemplo de Cuba), pero es posible que, con la ceguera típica que produce el poder, crea que ha pecado por defecto, no por exceso, y que le atribuya la ruina y el estancamiento de la sociedad venezolana no a su engendro socialista, sino a los rezagos de capitalismo y de libertad que aún subsisten en Venezuela. Si tomamos este último criterio como premisa, se explica su impaciencia por radicalizar el proceso y silenciar a sus críticos. Son estos últimos, a qué dudarlo, los verdaderos responsables de que su proyecto no esté dando los frutos esperados. Para construir el socialismo hace falta --¿no lo sabíais?-- el idílico ambiente de la unanimidad. La frustración del presidente Chávez con su barco que hace agua por todas partes lo lleva --en lugar de renunciar o de darse un tiro, como exige en casos como éste un mínimo de vergüenza y decoro-- a estrechar el cerco contra los asediados medios de prensa libre que aún quedan, entre los cuales se destaca Globovisión. Para ello se vale de argucias ''legales'' (en un país donde las instituciones del estado hace tiempo que son un chiste): presuntas irregularidades e infracciones que permitan silenciar la emisora sin que parezca una descarada intervención. Tal vez ignore que ese paso, que lo acercará un poco más a la dictadura, le servirá de muy poco, o será completamente fútil. Silenciar a la prensa equivale a romper los espejos, acción que en nada cambia lo esencial de la realidad, si bien destruye unos reflejos útiles. El fraude del socialismo del siglo XXI ya puede certificarse, aunque Globovisión y otros medios no existieran para denunciarlo.

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