lunes, 20 de octubre de 2008

Vocabulario presidencial


Por: Luis Eduardo Zambrano Velasco - El léxico empleado por el presidente de la República no evidencia nada nuevo, pero, ciertamente, sí reafirma una mala y negativa tendencia, en un ya largo camino de vulgaridad, obscenidad y procacidad, tendencia acrecentada por el miedo, el resentimiento y el descontrol emocional y psíquico.Las posibles observaciones al vocabulario presidencial pueden formularse desde planos y puntos de vista diferentes, pero complementarios. Las palabras consideradas “malas palabras” por una determinada sociedad, presentes en el vocabulario presidencial hace mucho tiempo, desde el punto de vista del sencillo ciudadano, parecen inexplicables e innecesarias cuando lo esperado es un lenguaje, al menos normal, libre de arranques de ira o de menosprecio.El uso y abuso de los diminutivos pareciera no ofender ni afectar a quienes se busca minimizar y, por el contrario, podría ubicar, a quien los utiliza, en un submundo de inferioridad, de carencias, de inhibiciones, de complejos y en suma, de pequeñeces humanas.Cuando al discurso presidencial se calibra desde la óptica diplomática, surge de inmediato una sensación y una actitud de rechazo, no sólo por lo impropio de los términos sino por la infeliz escogencia del escenario en el cual se proyecta no sólo la imagen del parlante, sino la de el Estado y la Nación que él dice representar.La esfera internacional sabe reír las payasadas, frecuentes en el vocabulario y la actitud presidencial pero sabe, también cobrar, a su tiempo, las injurias y los insultos a los jefes de Estado y a las personalidades de otras naciones.Para pocos, afortunadamente, el vocabulario indecente e irrespetuoso es, quizás, la única forma de creerse y sentirse varonil y capaz de amedrentar -que no de infundir respeto-. Así se ha configurado la resiente agresión contra disidentes y contendores, ilustrada con términos sólo capaces de provocar odio y malos deseos.Pero ese vocabulario, inapropiado y fétido se utiliza, además, en cualquier horario, creando en niños y jóvenes la falsa expectativa de “¿si el presidente lo dice y lo hace, por qué yo no?”.En los hogares venezolanos, en los verdaderos hogares, mandaban a lavarse la boca con creolina a quienes en alguna oportunidad ofendieran el buen hablar.Ud, ¿qué recomendaría en el caso que nos ocupa?

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