martes, 17 de febrero de 2009

El triunfo de la derrota


Por: Lindriago - No voy a comenzar diciendo que triunfó la democracia. Tampoco que ahora somos más, que cada vez crecemos; al fin y al cabo, nunca hemos sabido cuantos somos en verdad, porque todo ha sido aceptado como forzados actos de fe. No recurriré a un ningún eufemismo con fines de consuelo. Ya basta de medias verdades o de vasos medios llenos. Es tiempo ya de comenzar a ver las cosas como son y no como nos la dibujan. Quien quiera ignorar que esto es apenas un barniz de democracia, allá él. Quien quiera desconocer que contamos con una moderna maquinaria para otorgar victorias y que a eso se le llame voluntad popular, allá él. Quien quiera seguir arropando miedos al amparo de una vilipendiada Constitución, allá él. Quien quiera pensar que aquí no hay nada más que hacer, allá él. Lo que no podemos seguir haciendo es hacer lo mismo: desconocer parte de la realidad. Ignorar el verdadero padecer de la gente. Recostar semejante responsabilidad en el segmento más joven e inexperto de la sociedad. Continuar la pesca en ríos revueltos para capitalizar para sí esfuerzos ajenos o cosechar de lo malo del otro sin proponer ni comprometer lo bueno de sí mismo. En otras palabras, Venezuela requiere urgentemente de una buena dosis de sinceridad. No son solamente las caretas de otros las que han de caerse, son también las propias las que han de hacerlo. Venezuela no puede seguir aturdida en medio de un coloquio de hipócritas. Venezuela requiere del más franco diálogo, en el cual las cosas se llamen por su nombre y no por nombres del disimulo, como si fuésemos un pueblo de tarados. Ese gran diálogo es ya una deuda perentoria. Desde hace tiempo el país demócrata lo tiene pendiente. Pero si miramos bien, si aprendemos del fracaso, si acudimos a la humildad, este parece el momento más oportuno para que la reflexión rinda sus beneficios. La dirigencia demócrata del país tiene en este momento una oportunidad dorada para llevar a cabo su mejor propósito de enmienda. Ésta sí sería una enmienda necesaria. Este diálogo no puede tener excluidos. Hasta quienes han venido de regreso deben participar. Eso sí, este debe ser un diálogo entre demócratas, considerando también que si de algo adolece la democracia es que la pluralidad divide y en los tiempos que vivimos en Venezuela toda división es letal. El adversario es total, monolítico, aunque sea de apariencia, por lo que estando unificados es como debe afrontarse. Y es que no solamente es la fortaleza que otorga la unidad la que hace falta. Es la gravedad de la crisis la que demanda de una confluencia de criterios, habilidades y saberes. Asimismo, no sólo estoy hablando de políticos, me refiero también a gremios de empresarios, comerciantes, profesionales, estudiantes, académicos, obreros y hasta religiosos. Mediante este diálogo, la Venezuela demócrata debe construir su alternativa de poder para que ese ciudadano de a pie, que tan crucial es en este momento, vea que no tiene porqué depender de quien le manipula su estómago, su bolsillo y su voto, sino que encuentre en la democracia la salida que desde años espera. Somos los ciudadanos quienes podemos unirnos para convocar este diálogo que transforme la derrota en un estruendoso y definitivo triunfo. Hecho esto, lo demás podemos dejarlo en manos de la Providencia Divina, de seguro nos ayudará.

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