sábado, 3 de enero de 2009

Los desvaríos de una noche de uvas perentorias


Por Teódulo López Meléndez - teodulolopezm@yahoo.com - Está acariciando la posibilidad del golpe final. Se pasea por el zarpazo definitivo. Acaricia entre gallos y medianoche la factibilidad de hacer del 2009 el año de su poder eterno. Todas las posibilidades están sobre la mesa. Estudia un paso atrás en el momento culminante si le sucede algo parecido al 12 de abril cuando las Fuerzas Armadas le retiraron su apoyo. Mete el ojo escrutador sobre las causas de lo entonces sucedido y estudia los vericuetos para seguir adelante incluso si eso sucede. Estudia las cifras y la fiabilidad de sus empleados electorales a la hora de darle la patada a la mesa. Aprieta el torniquete sobre el cuello de los gobernadores y alcaldes oposicionistas y desafía como con ese insólito mitin irrealizado del 1º de enero para celebrar los 50 años de la revolución cubana con el firme propósito de superarla en vetustez. Lo que considera es el paso definitivo, el enfrentamiento final, la acción conclusiva. Cree llegado el momento de la faena irreversible. Mide las reacciones internacionales y mira hacia Nicaragua donde persiste la presión norteamericana y europea por el escandaloso fraude en las elecciones municipales. Piensa en Mugabe y observa las maniobras que el “libertador-dictador” ha hecho para evitar las presiones y las argucias a las que ha recurrido para zafarse de los estrujes que la pérfida Albión ha capitaneado para descabezarlo. Mantiene incólume su línea: insultos contra el cardenal Urosa Sabino, repetición de la verborrea contra “oligarcas” y se atreve a prever el comportamiento del mismísimo Dios quien, en su inspiración de nuevo monarca de la iglesia ortodoxa venezolana– como Enrique VIII-, echaría al purpurado a latigazos por oponerse a su voluntad de Patriarca jefe del Estado, de la Iglesia renovada bajo su mando y dueño y señor de los cuerpos y de las almas que habitan esta desolación que llamamos Venezuela. Hay que ir a votar el día que se nos convoque a las carnestolendas de su manto púrpura, por la muy sencilla razón de que hay que tener las pruebas del fraude, si es que por allí la última semilla de la última uva le indicó que debía transitar. Hay que darle pruebas a esos observadores extranjeros tan proclives a avalar elecciones y a hacerse la vista gorda si los intereses nacionales de su países están en juego con algún buen contrato o con alguna jugosa encomienda. La vigilancia deberá redoblarse, los controles llevados a los extremos, la velocidad de circulación de los datos electorales deberá hacerse expedita, por la muy sencilla razón de que cuando amanezca el día siguiente no se podrá tener vacilación alguna en denunciar la vergonzosa hazaña, si es que ese es el camino por el que opta, so pena de quedarse en el limbo estudiando la posibilidad de recurrir a Galileo para que demuestre ante la Santa Inquisición que no somos el centro del mundo. Hay que estar conscientes de que no se trata sólo de ganar el referéndum espurio. Hay que estar listo para lo que intentará si no le funciona la vía descrita. Si pierde reaccionará, como lo ha hecho frente a las derrotas sufridas en las elecciones regionales. Podría intentar, en este caso, desconocer los resultados, preguntándose por qué no lo pudo hacer el día en que la reforma constitucional fue impregnada del polvo de la derrota. Podría provocar graves disturbios y acusar a la oposición de pretender derrocarlo, por lo que se ve obligado a echar mano de los legítimos recursos en defensa de la estabilidad de su gobierno. Todo le pasa por la cabeza y uno se pregunta si los dirigentes de los partidos llamados de oposición tienen las suyas sobre los hombros o si todavía las tienen infectadas de la resaca de año nuevo. Uno se pregunta si el país no está harto de escucharle abusando, de manejar este remedo de república como si se tratase de una hacienda de su propiedad, a la manera gomecista de tomar decisiones. Quizás el hartazgo está en al aire, quizás se respire en las partículas de polen que por esta temporada bajan del Ávila irritando, congestionando la respiración y provocando estornudos rebeldes. Quizás la obstinación ya esté sembrada y el caudillo no la perciba, afanado como anda engullendo las uvas de su poder omnímodo. Quizás el país que medianamente sobrevive haya conformado ya una psicología colectiva de resistencia, un asco ante el ultraje continuo, un desprecio irreprimible ante la ofensa sostenida.

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