sábado, 24 de enero de 2009

Violencia y avestruces


Por: Ramón Piñango - rapinango@gmail.com - Llegó la violencia. Ya no se trata de nubarrones que anuncian fuertes lluvias. La violencia que tanto temíamos ya está aquí. Se trata de violencia física: de gases asfixiantes, palos, destrucción, toma de espacios públicos o privados a la fuerza, sin importar el daño o el dolor que se pueda causar. Que nadie venga a hablar ahora de que no es para tanto alboroto, que sólo son unos brotes aislados causados por la espontaneidad de unos exaltados, que ya antes hemos visto algo parecido y que las cosas volverán, como siempre, a la normalidad habitual aderezada por las largas peroratas presidenciales... pero nada del otro mundo. No, ante los hechos de los últimos días ya no hay lugar para tan optimista y displicente manera de ver la realidad. No, ya pasó el tiempo de los avestruces. Ni el niniismo, ni quienes están haciendo buenos negocios, ni los funcionarios públicos que quieren pasar agachados para mantener sus cargos, ni quienes tienen como responsabilidad mantener el orden, ni la oposición que quiere llegar plácidamente hasta el año 2013, ni los equilibrados observadores electorales, ni el chavismo sensato, ni quienes, con sobradas razones, aborrecemos la cuarta república que nos condujo a estos tiempos menguados, nadie puede voltear para otro lado y hacerse el loco ante la violencia política desatada por el régimen. Tres hechos son particularmente estruendosos para percatarnos de que, como muchos temíamos, nos alcanzó la violencia: las órdenes presidenciales para reprimir a los estudiantes con la fuerza, el despiadado ataque a palos y lacrimógenas contra la gente de Bandera Roja y la toma de la sede de la Alcaldía Metropolitana. Todos estos son hechos repudiables por cualquier ciudadano que tenga un mínimo de sentido común en relación con los derechos humanos y políticos, pero hay uno que es más significativo como evidencia tangible que está allí ante los ojos de los venezolanos o de cualquier observador extranjero, incluso de esos que nunca ven nada raro: la toma de la Alcaldía Metropolitana, justo enfrente de la Plaza Bolívar. No estamos ante un simple asalto en una silenciosa madrugada, sino de una duradera toma sin que el Gobierno haga nada y sin que los afectados directamente puedan hacer nada. De esta manera se hace inocultable lo que significa el control total de todos los poderes públicos. No hay nadie ante quién reclamar, ni policías ni tribunales de justicia. El régimen pretende hacerse fuerte con el desamparo de la oposición para acorralarla en una doble trampa: si no reacciona se debilita y más se abusa de ella, si reacciona con violencia equivalente será reprimida sin misericordia. La estrategia es más que evidente, pero dos preguntas hay que agarrar por los cuernos como al toro más furioso: ¿qué motiva y qué busca tal violencia del régimen? ¿Qué debe hacer la oposición? Y las respuestas emergen cada vez con mayor claridad: lo que motiva al Gobierno es el pavor a perder el referéndum, por lo que busca sembrar el miedo para que sea éste el que inhiba la participación del voto a favor del No. Ante esta estrategia y dado el hecho de que no hay árbitros a quiénes recurrir, la respuesta de la oposición no puede ser otra que la de un sabio maestro de las artes marciales: dejar que el Gobierno, presa de su miedo, se lance con toda su fuerza, y esquivar su golpe para que se estrelle, con todo su peso de lacrimógenas, tiros, mentiras, cadenas, control de todos los poderes, dinero, y malandros tarifados, contra el duro pavimento. Pero la estrategia de la oposición sólo tendrá éxito en la medida que los avestruces del país saquen su cabeza de la tierra para que vean lo que está pasando y se percaten de que a lo que en definitiva teme el régimen es a la libertad, y que es precisamente ésta lo que está en juego.

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