Por: Carlos Blanco - "Chávez promueve, ampara y ordena una violencia negra que puede ir a la guerra civil" - Chávez es inteligente, audaz, y simpático en el cara-a-cara; pero, entre sus defectos tiene uno mortal para el cargo que desempeña: la ignorancia. No es una ignorancia total sino selectiva; es la ignorancia sobre aspectos que son esenciales para su proyecto. Pareciera que sabe nombres de próceres, detalles de las batallas; goza de una memoria prodigiosa para los dichos de Bolívar y una naturalidad para el embuste histórico, que usa sin sonrojo. Sin embargo, Chávez no sabe de revoluciones ni de historia; no logró manejar el marxismo y aterrizó en el fidelismo sin combustible intelectual, planeando con los motores apagados, y fuertes vientos de cola. La ignorancia no le permite distinguir entre la violencia roja de las revoluciones y la violencia negra del fascismo. No quiere decir que una sea buena y otra mala; lo que significa es que son distintas. La que el Presidente promueve, ampara y ordena, es una violencia negra que lejos de conducir a la apoteosis revolucionaria puede conducir a la guerra civil. Si Chávez conociera cómo fue la Guerra Civil Española estaría menos inclinado a la violencia que lo que está en este período de desmembramiento institucional y hasta personal que parece desorientarlo. No advierte que en este camino carecerá del destino de Fidel, y tendrá el de Fulgencio Batista, quien pasó de sargento "progresista" en 1933, a sangriento dictador en los 50. MOVILIZACIÓN REVOLUCIONARIA. Las revoluciones, mexicana, sandinista, boliviana y cubana, vienen de abajo, las realizaron las masas en procura de la reforma agraria, la nacionalizació n de industrias, y el destierro de dictadores. Revueltas genuinas, de abajo hacia arriba, cuya lógica interior significó arrasar con el viejo orden y las instituciones que los representaban, para crear uno supuestamente mejor. Era una confrontación con el poder, impulsada por plebeyos. En la consecución de ese objetivo se incurrió en mucha violencia para desmantelar las estructuras militares del antiguo orden. Los de abajo sustituían a los de arriba y crearon nuevas élites, así como arreglos institucionales diferentes, los cuales representaban aspiraciones de los trabajadores organizados, urbanos y rurales, obreros y campesinos, de los países que vivieron el torbellino. Hasta que se corrompieron. MOVILIZACIÓN POPULISTA. Chávez intentó la vía violenta para llegar al poder y fracasó, por lo que se dispuso a buscarle la vuelta al asunto a través de las elecciones. Así llegó al gobierno. Con el malabarismo de intelectuales que lo desayudan, desde hace diez años intenta revestir de dignidad revolucionaria lo que no es más que un asalto al poder de un grupo de aprovechadores en un momento de decadencia terminal de las viejas élites. No hay masas revolucionarias movilizadas con un programa de cambio. Lo que hay es una camarilla que llegó al Gobierno y desde allí ha asaltado el Estado y tomado el poder. No hay menos capitalismo sino capitalismo del peor, el salvaje; no hay menos ricos sino ricos diferentes; no hay empresarios madurados con el tiempo sino depredadores. Es una revolución sin clase obrera, sin jóvenes, sin proyecto y sin futuro, que orbita alrededor de una inmensa ambición de poder y de una ética liviana. La movilización no es de abajo hacia arriba como en las revoluciones, sino de arriba hacia abajo como en los populismos (de izquierda o derecha). Y he aquí el punto: la violencia que genera Chávez es la que se promueve desde el poder contra los de abajo; la típica violencia fascista, la de los grupos paramilitares que le caen a mandarriazos a los opositores; la de la Policía Metropolitana y la Guardia Nacional que cuando no reprime directamente, permite que los grupos fascistas lo hagan. Esa es la violencia que puede disparar la de signo contrario y obligar a los militares a intervenir o, si no, a que los círculos concéntricos de la violencia se hagan cada vez más amplios. TODO SE VUELVE VIOLENTO. Esa lógica del poder impregna a toda la sociedad. Véase el caso de los periodistas del gobierno, que ayer ejercían el oficio mediante la investigación y el análisis agudo. Ahora, se integraron a la máquina del poder y ya no investigan o analizan con cierta independencia crítica; se han transfigurado en sapos. Ni siquiera se cuidan de las formas y son voceros directos de los informes de la Disip o de la DIM, cuando no sus autores. Véase el caso de intelectuales; que pueden discurrir sobre los vericuetos que hay entre el Marx joven y el maduro, pero no les alcanza la mirada para ver cómo reprimen a los estudiantes de sus universidades. La de dirigentes de izquierda que sin darse por enterados observan cómo se mata a sindicalistas, como es el caso del asesinato en Aragua de tres miembros de la corriente trotskista C-Cura que dirige Orlando Chirino, disidente del chavismo. Ni qué hablar de aquéllos que ejercían la violencia desde la base, desde la condición prosaica de los de abajo, sea que fuera el encapuchado Elías Jaua o el guerrillero Alí Rodríguez y que ni siquiera en nombre de su pasado frenan este delirio. La violencia oficial es la de los que entraron a saco en el canal 8 el 27 de noviembre de 1992 y asesinaron al vigilante de la estación; es la del 4 de febrero de ese año, que dejó una estela de muertos cuya responsabilidad es, en forma directa y personal, de Hugo Chávez Frías. Sí, de él, del hombre que se lamenta de los muertos de otras latitudes, pero que no recuerda a aquéllos de los cuales es culpable; el que no menciona los que produce por centenas el crimen desmandado en el país que dice amar. La violencia del guerrillero o del combatiente callejero hasta puede tener alguna nobleza en la medida en que es desigual, es la de David, la del que se faja. La violencia que ejerce Chávez es la de las SA y los militares de Hitler, es la que aplasta la disidencia y es excluyente, la que no admite la diferencia y la somete. No es la del Amigo del Pueblo sino la del guapo del barrio. Esa es la violencia que se ejerce contra los estudiantes y contra Globovisión, es la que ampara a La Piedrita y otros paramilitares para que, a su vez, la ejerzan; es la que mueve el brazo criminal de la GN y policías en las calles; es la que asalta el Ateneo de Caracas; la que invade la Alcaldía mientras Luisa Estella y Luisa Ortega miran al pajarito sin cola. Así se acaba con toda ley y regla. Cada cual pasa a depender del tamaño de la pistola que cargue y de las bombas que sea capaz de lanzar. Si no, que lo diga el comandante Molotov, capturado en vivo, llenando botellas. ¿Qué querrá el Presidente? ¿Aplazar el referéndum? ¿Generar abstención? Muchas presunciones se pueden hilvanar; sin embargo, la que pareciera más plausible es la de crear una situación de tensión, de fuerza y de violencia, que le dé cobertura a un fraude electoral de inmensas proporciones.
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