sábado, 31 de enero de 2009

Incongruencias del siglo XXI


Por: Luis Marin - Lo que ningún político admitirá nunca en público es que la voluntad popular es limitada. No obstante, desde que existen derechos irrenunciables debe también aceptarse como consecuencia que la voluntad encuentra límite en estos derechos. Nadie puede privarse de ellos, ni que quiera. Cualquier obrero sabe que no importa que firme un documento renunciando a derechos laborales porque no tendría valor alguno, tratándose de derechos irrenunciables, escapan al arbitrio de su voluntad. Del mismo modo, tampoco se puede renunciar a derechos humanos como la libertad, la propiedad y la resistencia a la opresión, ni tampoco derogar principios fundamentales. El problema es que en Venezuela se intenta mistificar el voto, creyendo o haciendo creer que sirve para cualquier cosa, incluso para renunciar a derechos universales, dejar sin efecto principios fundamentales o convalidar incongruencias lógicas. El artículo 6 de la constitución dice que el gobierno de la República y de las entidades políticas que la componen “es y será siempre” alternativo. En consecuencia, los artículos subsiguientes, que desarrollan este principio, ponen límites a las reelecciones sucesivas. Con la reforma se pretende, manteniendo el principio fundamental de la alternatividad, cambiar los artículos relacionados consagrando el continuismo, lo que constituye una incongruencia obvia. Que la gente vote, no elimina la trasgresión del principio, que sería vulnerado con la continuidad en el cargo. También se mantiene el principio del pluralismo, aunque todas las actuaciones del régimen apuntan en sentido contrario, hacia el establecimiento de un régimen totalitario. Asimismo se mantiene el principio de que Venezuela es un “estado federal descentralizado”, pero no sólo todas las medidas ejecutivas tienden hacia el centralismo, sino que se lo exalta como una panacea para resolver todos los problemas más acuciantes, como el de la seguridad o el de la salud. Lo lógico, si quieren cambiar el sistema, es que cambien también los principios en que se sustenta; pero no parece políticamente correcto consagrar el continuismo, el centralismo y el totalitarismo. Se puede ser partidario de la dictadura militarista; pero lo que no se puede es tenerla proclamando todo lo contrario, que se trata de “una democracia vibrante”. Entonces lo que se plantea es un desafío a la razón: ¿Es posible que funcione un sistema internamente contradictorio? Los constitucionalistas unánimemente, sin excepción alguna, postulan la necesidad de coherencia del sistema jurídico; pero, ¿qué puede pasar en la realidad si se consagran incoherencias? La incongruencia se ha elevado a sistema: Se dice estar del lado de la vida, pero la consigna es “Patria, socialismo o muerte”. Vemos como personeros del régimen se visten con esa cobija popularizada por Yasser Arafat, la “kufiyá” palestina, pero para mostrar apoyo a Hamas, organización archienemiga de Al Fatah, el partido de Arafat. Así vimos añorar a la URSS delante de Putin y compañía, quienes la desmantelaron, e invocar a Mao Tse Tung enfrente de los herederos de Deng Xiao Ping, quien fuera prisionero de Mao y finalmente el enterrador del maoísmo. ¿Esto es ignorancia supina o gusto por la paradoja, una rebelión contra el sentido común, al mejor estilo irracionalista? ¿Hasta que punto pueden convivir alternatividad con continuismo, pluralismo con totalitarismo, descentralizació n con centralismo? La contradicción de ideas siempre deviene en conflicto entre hombres, que nunca se sabe hasta dónde pueden llegar, pero las experiencias históricas no son nada halagadoras. Los venezolanos estamos a punto de descubrirlo, como también descubriremos porqué siempre se debe defender la verdad y la justicia: sencillamente porque no hacerlo conduce a la ruina, como no podemos dejar de advertir con sólo mirar a nuestro alrededor. La sociedad venezolana paga un altísimo precio por el hecho de tener a los jefes de la policía y a honestos agentes presos, mientras los delincuentes andan en libertad, gozando de la mayor impunidad. No sólo Iván Simonovis, Lázaro Forero, Henry Vivas y sus familiares son los que sufren la injusticia, es toda la sociedad la que de una manera suicida corre con las consecuencias. VIOLENCIA. Un régimen que tiene como alter ego al Ché Guevara, que devela un busto a Marulanda, alias Tirofijo, que apoya a las FARC, Hamas, Hezbolá y cualquier otro movimiento terrorista en el mundo, pretende estigmatizar al movimiento estudiantil venezolano con el epíteto de “violento”. Y esta no puede ser sólo una cuestión de manejo de la opinión pública o de conveniencia política circunstancial, sino que entraña una incongruencia esencial: el movimiento estudiantil es malo y despreciable por violento; pero desde esta óptica se justifica su aniquilación con la violencia más inaudita que pueda concebirse: “la violencia revolucionaria”. Resulta extraño y desconcertante ver a militares golpistas y curtidos guerrilleros acusando de “violentos y desestabilizadores” a unos jóvenes que sin solución de continuidad acusan simultáneamente de ser hijos de papá y niños ricos, manipulados y carne de cañón sin advertir ni por un instante la incompatibilidad de estas acusaciones, sobre todo por venir de quienes las hacen. Pero hay algo mucho más profundo. El marxismo puede ser abordado e interpretado de muchas maneras, pero lo que nunca se podrá decir es que se trate de una doctrina pacifista. El mismo Lénin definía el meollo diciendo que se trataba de convertir la guerra imperialista en “guerra civil revolucionaria”. La lucha de clases y la guerra civil son consustanciales al marxismo-leninismo. Nada mejor puede decirse del fundamentalismo islámico. La “yihad” se traduce habitualmente como “guerra santa” y sus militantes se autodenominan como muyahidín, esto es, guerreros de Dios. La máxima del Corán que los inspira en su guerra contra Israel reza: “Matadlos dónde los encontréis; expulsadlos de donde os expulsaron”. La muerte es la recompensa para los infieles. Visto así, es evidente que la diatriba contra la violencia estudiantil son puros aspavientos, una extraordinariamente cínica impostura que sólo puede explicarse como justificación retrospectiva de la violencia institucionalizada por el régimen, mezcla indigerible de comunismo cubano con fanatismo islámico, aderezado con la más desaforada corrupción que en el mundo ha sido. Este punto no es para nada despreciable. La concepción nacionalsocialista original ha sido insertada en un proyecto transnacional, en el que se cruzan las líneas de lo que fue la Internacional Comunista , la llamada Organización Latinoamericana de Solidaridad, pro castrista, el actual Foro de Sao Paulo, con la internacional guerrillera, las redes del narcotráfico y las mafias de blanqueo de dinero a nivel global. El tráfico de personas, armas, narcóticos, divisas, se da la mano con la corrupción gubernamental y lo que es más peligroso, el tráfico de material radioactivo con el terrorismo internacional. Esta es la red que sostiene a los gobiernos delincuenciales, en los que reina el hampa, desde la Rusia de Putin hasta el cocalero Evo, pasando por todos los hermanos intermedios. OPOSICIÓN Todavía no sabe o no quiere saber que el pacifismo extremo favorece a los violentos. Incluso los que son cultores de la frase de que “la violencia es el arma de los que no tiene razón”, atribuida a Rómulo Betancourt, olvidan con demasiada facilidad que éste necesitó altas dosis de esa medicina para resistir la invasión que Fidel Castro intentó en los años 60, apoyado por el PCV y el MIR, dirigidos por Teodoro Petkoff y Américo Martín. Entonces la frase manida era: “Dispare primero y averigüe después”. La oposición, que ejerce la política con “P” mayúscula, no sólo es socialista, sino que es más bolivariana que el mismo gobierno. Pero al igual que el régimen, se fabricó un Bolívar pret-a-porté: civilista, democrático y partidario de la alternatividad. Olvidan olímpicamente que Bolívar era militar, no precisamente de academia, sino de esos que se forman en las montoneras, como casi todos los caudillos de la independencia latinoamericana y de las sucesivas guerras federales; pero que además el bolivarianismo, desde Juan Vicente Gómez para acá, es la mitología que le sirve de base al militarismo criollo. Bolívar no era ningún pacifista, sino todo lo contrario, y así como dio el discurso de Angostura, también firmó el Decreto de Guerra a Muerte. Tampoco puede negarse que era partidario de la dictadura, quizás en el sentido romano clásico, de dictadura comisoria, siempre pendiente de que la investidura proviniera de algún cuerpo colegiado, como si se tratara del senado de Roma, pero dictadura al fin y al cabo. La Nueva Oposición (equilibrada, sensata), denuncia al régimen porque no respeta la voluntad popular expresada el 2D; pero no admite ni la más mínima responsabilidad por ese fiasco, siendo que fueron ellos los que dijeron que todo se solucionaba votando NO. Así se hizo y ahí están las 26 leyes. Luego, la salida estaba en el 23N. Después de esa resonante “victoria”, ahora los venezolanos estamos peor que antes de “darle en la madre” al régimen. Y sin asimilar todavía los resultados, ya estamos enfrascados en el 15F , porque la oposición no espera que el jefe toque la flauta para salir batiendo el tambor. Lo cierto, más allá de toda duda, es que así como lo presentado el 2D no era ninguna reforma sino una nueva constitución, esto no es ninguna enmienda sino una verdadera reforma, completamente írrita. Normalmente lo que se enmienda es lo que está mal, para corregirlo, pero es el caso que los artículos reformados están en consonancia con el principio de alternatividad sin que nadie haya dicho lo contrario. Mientras que la propuesta contradice el principio y eso sí que está mal, aunque se apruebe con los votos que sean. Gobierno y oposición complementaria discuten cosas no discutibles y pretenden decidir asuntos no decidibles, sacrificando en el camino los intereses de los ciudadanos. Pero así como los derechos no son renunciables, los principios no pueden jugarse al azar, por mucho acuerdo que haya entre ellos. Estafan al país a la vista de todo el mundo y, de paso, nos exponen al ridículo.

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