La Ley de Gresham es el principio según el cual, cuando una unidad monetaria depreciada está en circulación simultáneamente con otras monedas cuyo valor no se ha depreciado en relación con el de un metal precioso, las monedas depreciadas y por tanto menos valiosas, serán las que circulen, la "buena" se ahorra y a largo plazo, desaparece de las transacciones. Esta frase, que suena a perogrullo, es uno de los pilares de la economía de mercado. El hombre que llegó a tal conclusión e, incluso, se atrevió a enunciarla fue Sir Thomas Gresham. Gresham, que fue un importante financiero y mercader de su época, se dio cuenta de que, en todas las transacciones que llevaba a cabo, la gente prefería pagar con la moneda más débil del momento y quedarse con la más fuerte para dedicarla al ahorro, y se exportaban o se fundían ya que estas tenían mayor valor como divisas o como lingotes. Este fenómeno ya se había comentado por mercaderes, financieros y hombres de Estado mucho antes del siglo XVI. Cuando Sir Thomas Gresham manifestó este hecho, no desarrolló ninguna formulación teórica de su idea, y no fue hasta finales del siglo XIX, cuando este principio comenzó a conocerse como la ley de Gresham.
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