EDITORIAL DEL 26-1-2009 - Los venezolanos que creen en la democracia auténtica, y no en la bolivariana que se proclama de la boca hacia fuera, deberían preguntarse si las protestas populares en las plazas del país y las masivas manifestaciones estudiantiles en las calles, o la de los vecinos en los barrios y urbanizaciones, la de los motorizados y los taxistas, realmente constituyen un peligro para un Gobierno democrático. ¿No se tratará, tal vez, de una señal rotunda y mayoritaria, que inquieta al régimen cívico militar que nos gobierna en la misma medida en que mide su incapacidad de corresponder las esperanzas de los venezolanos? Cuando un régimen está gobernando tan mal que los ciudadanos sienten la necesidad de increpar a su mandatario en las calles, es el momento adecuado para reflexionar si las propuestas políticas son lo suficientemente correctas para calmar a la población. Pero, de hecho, todo gobernante astuto sabe que, en ese momento, no sólo se decide una cuestión momentánea o pasajera, sino que se pone en juego su propia capacidad de manejar con acierto y confianza los problemas del país. La palabra que todo el mundo tiene en su mente, desde el trabajador que acude a la fábrica hasta el comerciante que sube la reja de su negocio y la madre que lleva a la hija a la escuela, desde el buhonero que explaya su mercancía en las aceras hasta el banquero que debe tomar decisiones financieras, se reduce a una sola: confianza. Y esa palabra cuesta no sólo pronunciarla entre amigos sino, lo que ya es el colmo, deletrearla y cobijarla en nosotros mismos. Cuando desde el poder bolivariano se criminalizan las protestas de los ciudadanos, cada uno de nosotros se pregunta si la humanidad ha retrocedido o si la capacidad de humillar, perseguir y someter a los seres humanos ha regresado resueltamente, para instalarse entre nosotros, como si los venezolanos no hubiéramos sufrido tanto dictaduras como represiones de la llamada democracia representativa. Valga decir, las dos caras de la misma moneda, todas plenamente amables y cariñosas, dándose la mano. El llamado “uso extremo de la fuerza” en los regímenes democráticos ya es una coletilla histórica, y llama la atención que un supuesto líder revolucionario acuda a ese mismo argumento para arremeter contra los movimientos juveniles. Su amado Fidel Castro, padre putativo, fue un líder juvenil, y su batalla comenzó cuando se le reprimió por protestar por una mayor libertad política y democrática en Cuba. Hoy, en Venezuela descubrimos, por los errores de Chávez, que la quinta república es un gran reflejo de la anterior y no su salida, y que tanto la gente de los barrios y de la urbanizaciones como las organizaciones no gubernamentales siguen exigiendo respeto a sus derechos humanos y políticos. Pero es una exigencia vana porque los actuales militares y civiles en el poder no quieren saber nada de los derechos humanos y de las organizaciones no gubernamentales que examinan su comportamiento oficial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su Comentario