Por: Macky Arenas - La apología del delito es la gran franquicia del régimen. Desde el momento en que el entonces candidato se subió látigo en mano a una tarima, y al tiempo que la golpeaba como un gorila en celo prometía freir en aceite las cabezas adecas, no ha dejado de hacer apología del delito. Presentaba el crimen como una reivindicación válida. Sin mencionar el momento en que justificó el robo “por necesidad”, hemos perdido la cuenta de las ocasiones en que el señor ha incitado a delinquir. Recuperar esa cuenta es fácil: basta un seguimiento a la prensa que todo lo ha recogido en estos largos y ardientes años de alboroto chavista para desempolvar, una a una, las invitaciones al delito, la impunidad gracias a la complicidad presidencial y la mayor de las incitaciones al crimen, cual es mantener en las cárceles y el exilio a los inocentes y en el gobierno a los culpables.El “caballero Gouveia”, los pistoleros de Puente Llaguno, los paseítos en jeep con el sanguinario Sadam Hussein, el amor por Fidel Castro, la zalamería con un asesino como el Ché Guevara, la estatua a Marulanda, son sólo algunos ejemplos de la apología del delito atrincherada en Miraflores.Esa es la más grave de las incitaciones a delinquir, castigar al justo y encumbrar al delincuente. Y sólo la puede practicar el gobierno. Es el sello de marca de este período, hoy y para siempre. Que el Presidente tire al pajón la Constitución y las leyes cada vez que se le antoja, de manera pública, notoria y desafiante, lo convierte en un usurpador del poder en Venezuela. Desconoce la voluntad popular, así ella se exprese de manera tan tajante e inequívoca que él mismo tenga que reconocerla. No le hace, como dicen los mejicanos, a fin de cuentas “el Estado soy yo”, al mejor estilo del autócrata Luis XIV. Eso no es gobernar, eso es someter. Lo que pasa es que se le olvida un detalle: se le eligió para que actuara, sometido él, a la Constitución y las leyes de este país. Desde el momento en que las ignora comienza a ser ilegítimo, así los votos incautos lo hayan llevado al poder. Transitar ese camino de la ilegitimidad tan sólo conduce fuera del poder. Así de simple. Eso dice la historia. La historia a veces, más que hablar, vocifera. El que tenga oídos…..La historia asusta al Presidente. Es como si se hubiera percatado –un poco tarde, por cierto- de que sus lecciones son implacables. Pero no puede reconocerlo porque el costo es alto. Por el camino que vamos, si uno llega a mencionar efemérides y se topa con el día en que la reina María Antonieta fue guillotinada por obra y gracia del repudio popular, habrá que advertir. “Ojo! No estoy incitando a delinquir!”. Y todo por causa del susto presidencial. Susto que algunos utilizan para abrir vías de retorno hacia el jefe cuyo favor perdieron y entonces se convierten en los más inclementes perseguidores de conspiradores. Susto que el propio mandante y sus secuaces aprovechan para listar a sus enemigos políticos, a fin de sacarlos de en medio. Esta franquicia entronca con el manido y desacreditado tema del magnicidio. Como en cada umbral de elección popular el régimen está en aprietos y el presidente muy nervioso. Montan la olla de que se conspira para matarlo y en esa olla, esta vez, se cocina a los medios. Ya otras veces se guisó a militares, empresarios, Iglesia. Y así, a cada pasito de luna, se reedita, desde el gobierno, el señalamiento irresponsable, la incitación a delinquir y la apología del delito, cuya forma más acabada es el ventajismo del poder en función de la destrucción del adversario.Es altamente improbable que alguien en este país esté programando matar al presidente. En salir de él y de la catástrofe en que está sumiendo el país estamos anotados todos, más de los que él supone. Pero la crónica diaria da cuenta de que las alternativas que se buscan son constitucionales. De allí el retardo. Aquí los únicos que intentaron magnicidio contra un presidente legítimo están en Miraflores, lo cual es desquiciante y muy perturbador para un país. Los únicos que durante diez años han estado obsesionados por el magnicidio son los que están en Miraflores. En Miraflores manda la apología del delito y habita la incitación a delinquir. Nadie más piensa en matar. Es como cuesta arriba embarrarse de esa manera pues, seriamente considerado, ni siquiera de magnicidio se trataría, toda vez que estamos ante un pobre referente de lo que es el poder. No debemos jamás preguntarnos si lo que decimos le ajusta o no al presidente. Debemos preguntarnos si estamos diciendo todo lo que tenemos que decir. El día que renunciemos a eso estamos decretando nuestra propia extinción.--
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