Por: Vicente Echerri - Esta semana la Asamblea Nacional venezolana dio curso a la denuncia de algunos diputados contra los periodistas Rafael Poleo y Leopoldo Castillo, y, de paso, contra la empresa televisiva Globovisión, por el presunto delito de incitación al magnicidio; al tiempo que otras instancias oficiales abrían una investigación al objeto de imponerle sanciones administrativas al canal. Esta nueva confrontación la provocó un comentario reciente de Poleo --en el programa en vivo Aló ciudadano, que dirigen Leopoldo Castillo y Sheina Chang-- en el que comparó a Chávez con Mussolini y dijo que el primero podría terminar colgado por los pies de un gancho de carnicería como el dictador italiano. Aunque a Poleo, y a muchísimos venezolanos más, les gustaría ver a Chávez protagonizando la tragedia final de Mussolini (a mí, desde luego, también), es muy difícil argüir legalmente que la sola comparación, dicho en tono de advertencia, pueda traducirse como una instigación al asesinato político. Creo, más bien, que Chávez debería reflexionar --si es que posee esa humana capacidad-- sobre este consejo de un opositor y ver qué podría hacer, en pro de la felicidad de todos los venezolanos, incluida la suya propia, para llevar un poco a la práctica sus planes originales de gobierno en los que prometía mejor salubridad y educación, más seguridad pública, menos corrupción, más transparencia política y más respeto a los derechos humanos. En los últimos diez años, Venezuela no ha visto cumplidas ninguna de estas expectativas; por el contrario, los pobres, más allá de algunos subsidios que tienen por finalidad sujetarlos como clientela oficial, siguen viviendo en barrios marginales, asistiendo a clases en escuelas deficientes y siendo víctimas de desabastecimiento e inseguridad pública, en un país donde la infraestructura empieza a dar muestras del típico abandono ''socialista' ' y las instituciones se ven minadas por la corrupción que denuncian hasta algunos simpatizantes del régimen. Frente a este repertorio de fracasos, que ha coincidido con un decenio de cuantiosos ingresos para el país, la gestión de Hugo Chávez no puede mostrar más que una incontenible verborragia, un discurso político beligerante cargado de improperios contra reales y supuestos enemigos (sobre todo contra el primer cliente de su principal y casi único rubro de exportación), mientras dilapida los recursos nacionales en un ambicioso proyecto de expansión continental o hace alianzas con enemigos o competidores de Estados Unidos, a los cuales les compra vastos arsenales. Se trata de dispendios absurdos que no resisten el más mínimo análisis racional. Pongamos por caso, la enorme adquisición de armamentos (aviones de guerra, blindados, fusiles ametralladoras, lanzagranadas, etc.) ¿Los necesita de veras Venezuela para su defensa? ¿Son, como arguye Chávez, una creíble disuasión para los agresivos designios del imperio? Habría que explicarle a Chávez que no existe en todo el planeta, con excepción de los misiles nucleares rusos, ningún disuasivo real para el aparato militar norteamericano si éste decidiera atacar a un determinado país, incluidos algunos del club nuclear como China o la India. Téngase en cuenta que el Irak de Saddam Hussein llegó a poseer, según algunos analistas, el cuarto o quinto ejército del mundo, y Estados Unidos lo barrió en dos ocasiones casi sin posibilidades de defenderse. Si Chávez cree que esos hierritos que le está comprando a los rusos y a los iraníes, a costa del pan y la seguridad de muchos venezolanos, le servirían de algo si Estados Unidos decidiera invadirlo, debería verse los videos de la guerra de Irak para que se diera cuenta del costoso ridículo en que incurre. Venezuela no podría resistir ni 72 horas el poder de fuego del imperio. Más le valiera, pues, al pintoresco ex coronel que no gastara el dinero de sus paisanos en estos inservibles juguetitos. Entonces, si las armas no sirven para defender realmente a Venezuela frente a un virtual ataque de Estados Unidos, ¿para qué sirven? Para ayudar a desestabilizar la región, alterando el equilibrio regional de sus fuerzas armadas y, desde luego, para amedrentar a los propios venezolanos. Es decir, como en tantos otros regímenes despóticos, legitimados o no por las urnas, los nuevos arsenales adquiridos por el gobierno de Chávez son, en último término, un instrumento --pasivo o activo-- de la represión, aunque allí no haya llegado a niveles dramáticos y aún coexista con el ejercicio de algunas libertades fundamentales. En este clima teñido por un absurdo discurso belicista que, entre otras cosas, se propone socavar las ventajas que ahora mismo tiene la oposición con vistas a las elecciones parciales del 23 de noviembre, el señor Poleo le hace una advertencia al presidente que, en mi opinión, no podría traducirse como una incitación al magnicidio; porqu e éste último, sin excepciones conocidas, se trata de la muerte violenta de un jefe de Estado (Kennedy, Al Sadat, Indira Gandhi) a manos de un individuo, o de unos pocos complotados, que agreden por sorpresa al estadista sin que logren --o incluso intenten-- apoderarse de su cadáver ni tampoco derribar al gobierno. Cuando Poleo compara a Chávez con Mussolini está previniéndolo de un derrocamiento violento y popular --no obra de ningún magnicida-- que terminará en un humillante patíbulo. En lugar de amenazar al periodista por recordarle el trágico final de un payaso megalómano a quien Chávez --acaso sin querer-- imita, el presidente debería enviarle una nota de agradecimiento, al tiempo de corregir el rumbo que bien podría conducirlo a ese vergonzoso destino.
lunes, 20 de octubre de 2008
Consejo del adversario
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