Por: Manuel Barreto H. - "En la democracia moderna el soberano no es el pueblo, sino todos los individuos: El pueblo es una abstracción cómoda, pero al mismo tiempo falaz; los individuos, con sus defectos e intereses, son una realidad... La democracia moderna reposa sobre una concepción individualista de la sociedad..."Norberto Bobbio. En reciente entrevista, el historiador Germán Carrera Damas nos advertía que este régimen, en su intención de colocar al ciudadano por debajo del Estado, sumiso a éste, presto a obedecer ciegamente sus designios, nos estaba llevando de ciudadanos a súbditos. El súbdito es la figura política que reconoce que la fuente de la soberanía es el monarca. Al apartar la monarquía de esta acepción, se podría entender como el ciudadano sujeto a una autoridad superior con "obligación" de obedecerla. Se puede interpretar también como el individuo que acata a un "Régimen" por miedo o sumisión. Tenemos por ciudadano, en primer lugar, al habitante de la ciudad, a la persona que posee derechos y deberes políticos en una Nación o Estado. Esta condición de miembro, se considera como ciudadanía. El término "ciudadano" se ha asociado, desde los orígenes mismos de este concepto, al ejercicio de los derechos políticos. Para alcanzar la verdadera ciudadanía es necesario participar, decidir, ser responsable. Ser ciudadano en una democracia no es limitarse a obedecer. Tampoco es suficiente votar. Porque el voto no es el punto final, sino el punto de partida de la democracia. Después de votar, el 23 de noviembre, hay que analizar, hay que pensar, hay que criticar, hay que exigir, hay que participar activamente en cuanto sea menester para recuperar el porvenir de nuestros hijos, pues al país aún le queda mucha historia, y en nosotros está ser parte de su construcción.El régimen, con esta acción totalitaria de aprobar 26 leyes -inconsultas y arbitrarias- a cuyas proposiciones ya la ciudadanía había dicho que no el pasado 2 de diciembre, pretende profundizar esas directrices ideológicas "rojas-totalitarias", entre las que se destaca el endiosamiento del Estado para convertirlo en la deidad a la que todo se supedita y la que vigila y controla todo. Por esa vía se termina endiosando al líder, dejando al ciudadano muy por debajo del Estado, ahora como súbdito o vasallo, dado que el Estado totalitario se construye sustancialmente en función de la colectividad, no del individuo, donde prima el nosotros en detrimento del yo.Y de nuevo recurrimos a la Historia: Allí están los genocidios del pasado siglo, cometidos por Estados totalitarios que suprimieron la esencia individual de la persona para adorar todo lo colectivo, por imponer un control corporativista sobre la sociedad, cuando ha quedado demostrado y es algo que debe ser defendido con todas las fuerzas: la razón que la persona es lo más importante que existe. Cada persona, en lo individual, por separado, es más importante que toda colectividad o institución. Frente a un Estado, la persona tiene prioridad absoluta. Resulta imperativo hacer lo que se pueda, a pesar de la aberrante desigualdad de fuerzas ante el régimen (Fuerza Armada, Tribunales, Fiscalía y una grosera utilización del erario nacional sin parangón en nuestra historia) para impedir mayores monopolios de poder al Gobierno; ni permitirles la discreción de decidir por nosotros lo que podemos hacer y lo que no podemos hacer con nuestras vidas y nuestras propiedades. Históricamente, el error de todo movimiento social ha sido defender los intereses del grupo, hablar por el grupo, dejando de lado la satisfacción del individuo, sin la cual ninguna sociedad será "perfecta", exigiéndole unos sacrificios y obligándole a cambiar individualmente para mejorar el grupo.El último gran movimiento social fue el auspiciado por la doctrina comunista, que pretendía liberar al hombre de una vez por todas de los yugos que le oprimían. No pudo implantarse sino por la fuerza, mediante la revolución bolchevique. El sueño politizado no satisfizo al individuo ni a la sociedad, los ciudadanos se convirtieron en súbditos y esa quimera colectivista -que ahora se pretende reeditar en nuestro país- concluyó con 20 millones de muertos.
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