lunes, 22 de septiembre de 2008

Como a los perros en Misa


Por: Héctor Abad Faciolince - EN UN LIBRO DESOLADOR Y EXTRA- ordinario, Diario de un mal año, J. M. Coetzee denuncia con una ira justa y desesperada las brutalidades del Poder, la tenaza de opresión con la que el Estado (cualquier Estado) nos va asfixiando a las personas comunes y corrientes desde el instante mismo del nacimiento. Lo que intentan hacer las organizaciones que defienden los derechos humanos es por lo menos patalear y protestar contra las arbitrariedades más aberrantes de todos los poderosos de este mundo, a ver si al menos les tiembla la mano cuando cometen las violencias más oprimentes del Poder. A causa de lo anterior, desde todas las vertientes ideológicas del Poder, empezando por los funcionarios obsecuentes de todos los gobiernos, llueven los rayos y el odio contra un activista como José Miguel Vivanco. Lo odian porque defiende a las personas, no a los gobernantes. Los poderosos de todos los colores lo detestan, pero al menos no lo vapulean en público, como acaba de sucederle en Venezuela. El régimen chavista acaba de expulsarlo a las patadas. Después de leer su informe sobre las claras violaciones del gobierno venezolano a los derechos humanos, los funcionarios de Chávez lo trataron como a los perros en misa. El caso es que uno no se vuelve perro aunque lo traten como tal y más bien son los chavistas quienes quedan como lo que son: unos militares que se portan como gorilas. Para que los bolivarianos locales entiendan la gravedad de este acto, hay que ponerlo al revés. Hay que imaginar lo que dirían de Uribe si éste hubiera expulsado a Vivanco de nuestro país después de alguna de sus denuncias contra el Estado colombiano. Muchas veces ha venido aquí José Miguel Vivanco y ha denunciado con valentía las atrocidades cometidas por funcionarios del Estado colombiano y por sus Fuerzas Armadas. Si ustedes entran a la página web de Human Rights Watch y buscan el capítulo dedicado a Colombia, podrán leer muchas de las barbaridades que aquí niegan Uribe y sus funcionarios. Pero incluso detestando sus denuncias, aquí no se ha llegado a la brutalidad de expulsar a una persona respetada en todas partes como un humanista independiente. Uno de los mayores logros de la cultura de los derechos humanos es que ha hecho conscientes a muchas personas en el mundo entero, de que no solamente los reyes, los gobernantes, los dignatarios, los jerarcas políticos o eclesiásticos tienen derechos. Antes las personas comunes tenían solamente deberes, y en general deberes de obediencia y sometimiento ante los actos opresivos de los más fuertes, o del Estado que estos más fuertes habían erigido como su propiedad privada. La cultura de los derechos humanos nos ha enseñado que no todo se nos puede hacer, y que podemos reclamar ante los poderosos, ante los funcionarios, y desenmascararlos. Es lo que ha hecho Human Rights Watch, por ejemplo, frente a las atrocidades que cometen las tropas de Estados Unidos en Irak o en Guantánamo. Su oposición a los métodos de tortura en los interrogatorios, sus denuncias de los bombardeos a civiles, demuestran que esta organización no es un títere del Estado gringo, como la quiere hacer aparecer el tirano Chávez. Lo que pasa es que Vivanco, así como denuncia a Estados Unidos o a los militares colombianos, también le ha dicho al gobierno bolivariano algunas verdades incómodas. Por ejemplo, que el Presidente de Venezuela ha purgado a su antojo a la Corte Suprema , y ha puesto en el lugar de los destituidos a magistrados condescendientes con el régimen y cómplices con sus arbitrariedades. Les ha recordado que no pueden tratar allá como golpista a todo aquel que sea de la oposición, de la misma manera que le recordó a Uribe que no podía tratar de terroristas a sus contradictores políticos. La tesis de Coetzee sobre el origen de los Estados es la siguiente: los bandidos más sanguinarios, los más capaces de matar y oprimir, se toman el poder y se llaman a sí mismos el Estado. Una vez se hacen con el poder central, empieza el desangre de todas las personas, en una especie de parasitismo generalizado. Unos parásitos sustituyen a otros en las alternancias del poder; unos golpistas reemplazan a los anteriores. Las organizaciones de derechos humanos desenmascaran los casos más nítidos del parasitismo del Poder. Es esto lo que no soportan los desenmascarados.

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