miércoles, 24 de septiembre de 2008

Piticastrismo


Por: Elides J. Rojas - En los últimos tiempos hay un renacer del servilismo hacia el moribundo dictador cubano . El piticastrismo no es nuevo. Es una corriente filosófica que toma fuerza en los 60. Los fracasos la hacen entrar en decadencia y, justo cuando se le había dado por muerta, retorna en el nuevo siglo con toda su pavosería y ese inimitable hedor a perol guardado, a formol caribeño. Para los estudiosos del piticastrismo lo primero que hay que precisar es que es la versión contraria del pitiyanquismo. En ninguno de los dos casos hay salvación. Se trata de jalamecatismo en su versión más dura. Es, según los tratadistas, una forma de enamoramiento, que puede ser ideológico, espiritual, físico, o los tres a la vez; y que, entre otros agravantes, no distingue raza, sexo, clase social, nacionalidad, barbas canosas, voces a las puertas del más allá ni uniformes militares listos para iniciar con toda su gloria el viaje sin regreso hasta el infierno. Pero, más allá de las definiciones académicas y los profundos estudios que tratan de moldear el fenómeno del piticastrismo, existen una serie de claves empíricas muy prácticas a la hora de enfrentar el reto de identificar un piticastrista del tipo clásico sin confundirlo, claro está, con un estadista honorable, de buena familia, educadito y con buenas intenciones. Un piticastrista de peso no puede disimular sus arrebatos por Fidel Castro, el maestro. Es la esencia de todo. Cree que es su papá. No su padre. Esto no puede generar confusiones. Cree de verdad que Fidel Castro es su papá. Gran cosa. La misma sangre, las mismas mañas, los mismos gestos, los mismos trucos. Un padre es otra cosa. Un padre puede, en los casos de mayor dedicación, hasta enseñar al hijo a ser gente y que sirva para algo. Una arrodillada ante Fidel es lo máximo. Te traje la sopita y la compota de pollo. Nada igual. A partir de esa premisa se deriva todo los demás. Habla igual que el viejo asesino, tiene el mismo tonito, no hay proyecto en que no aparezca un castrocomunista en plan de jefe y hasta los invitan a jugar caimaneras de pelota. Menosprecia a sus paisanos y prefiere descaradamente a sus hermanos castristas. Les regala todos los reales, dólares y hasta turimiquires comunales en perjuicio de sus compatriotas. Su línea de acción está ligada inseparablemente a los escritos, cartas y libros del dictador cubano. Se viste igual. Uniforme militar, insignias de cacique. Insulta igual. Le dan ataques de rabia incontenibles. Siempre lo están matando. Miente sin pena. Tiene un selecto batallón de esclavos ideológicos que le siguen la pachanga a cambio de billetes y cuentas en el exterior. A algunos se las congelan, pero al menos no los fusilan como sí hacía el bombón original. Y cada vez que oiga a un grupo histérico, como en trance, con los ojos virados, gritando patria, socialismo o muerte ¡venceremos!; no hay duda, son piticastristas en imitación paternal. Es fácil reconocerlos.

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