Por Teódulo López Meléndez - teodulolopezm@yahoo.com - Una sociedad que merezca tal nombre está en un permanente proceso de creación. Es lo que se ha denominado “imaginario social”, una sociedad que imagina nuevas formas de organización de su funcionamiento. Esto quiere decir que de lo establecido –no del pasado- la sociedad supera los significados y los dota de un nuevo sentido. Aquello a superar entra en lo nuevo con la significación de lo nuevo. Es la manera en que las sociedades rompen el cerco cuando quieren abandonar un momento histórico-social. Esta realidad venezolana –y permítanme que recurra a un concepto literario- es una heteronimia, el cerco que padecemos es un heterónimo, esto es, tiene una historia inventada, una vida falsa y un protagonista al que se ha dotado de movimientos por una extraña operación social similar a la del Golem. La sociedad debe tomar para sí un buen grado de autonomía y de apertura, lo que implica lo que he denominado otras veces “una interrogación ilimitada”. Las preguntas de esta sociedad deben ser implacables sobre el “orden” que hoy se nos impone. El primer gran cuestionamiento interrogativo debe conducir a que lo que vivimos ha sido creado por nosotros mismos. El rescate pleno de la política es el primer paso para el rompimiento del cerco y la disolución del mito como lo que es, un heterónimo de la propia sociedad que lo creó. Todo indica que hay un rompimiento de la lógica e, incluso, de la razón. y tal enfermedad sólo es posible de combatir si, como sociedad, se produce el autoanálisis en total desnudez, y partiendo de la realidad presente intentamos –como producto de la imaginación social- el salto de superación del trance histórico circunstancial. He indicado, también en infinitas ocasiones, que los principios deben ser sometidos a un proceso de limpieza con detergente, pues muchos de ellos correctos, han sido prostituidos y convertidos en enemigos de sí mismos. La sociedad, que pretendiendo superar su momento rechaza todo lo dicho o actuado por aquello superable, comete un error que le impide el ejercicio imaginativo. Si así actúa replantea una imposibilidad, la del regreso al pasado y al pasado nunca es posible regresar. El recurso, sugerido por muchos, de recurrir a la memoria histórica tiene sus bemoles. Esa recurrencia sólo debe hacerse para constatar donde se produjo la degeneración que nos llevó al presente, no como una referencia válida de reasumir para enfrentar el futuro. El futuro sólo es posible de intentar absorbiendo lo actual y cambiándole los significados. El cambio de significado se traduce en un producto nuevo, uno donde se transforma el lenguaje violento, irascible y de pistoleros, en uno de transformación social, donde los principios que fueron desvirtuados readquieren la transparencia de la libertad y de la democracia. Estoy hablando de los principios básicos del sistema democrático a los cuales se suman las reivindicaciones programáticas planteadas –en parte en teoría, en parte en desnaturalización- por lo superable, todo presidido por la imaginación creadora que dota al sistema de libertades de nuevas formas específicas de concreción. Una sociedad que no respete y valore a los pensadores de lo democrático es una sociedad perdida, como lo es aquella que se aferre a lo conocido y se niegue a aceptar la discusión sobre las nuevas ideas. El peor correo electrónico que he recibido en mi página “Democracia del siglo XXI” ha sido la de un lector que argumentaba que la democracia es eterna y que no hay una de este siglo. Allí está concretada –y uso la palabra también en el sentido de concreto, de cemento- la agonía de un país que no da muestras de conseguir las maneras de romper el cerco. En el terreno concreto, digamos que la organización comunal impulsada por este gobierno no puede ni debe ser echada atrás. Hay que retomarla, purificarla de sectarismos excluyentes, extenderla como una red amplia que permita el fluir de lo social hacia formas –no de participación, ya basta con esa palabra- sino de determinación de futuro. La existencia de diversos tipos de propiedad –limpiada tal existencia de atajos y de trampas para agredir y expropiar a voluntad- es algo que debe mantenerse en rango legal o constitucional, pues es absolutamente perentorio que al lado de la propiedad privada existan otras formas de posesión productiva, con respeto para la privada conforme a las normas de justa compensación en caso de utilidad pública y previa sentencia judicial. He puesto dos ejemplos donde lo presente ha desvirtuado planteamientos correctos. Frente a ellos, no se puede actuar negándose a participar en la organización comunal o condenando toda forma alternativa de propiedad social. Actuar así equivale a negar en su totalidad los procesos que hemos vivido y ello hace imposible romper el cerco. El rompimiento del cerco pasa por desatar la imaginación creadora en sustitución de una posición reactiva. Pasa por imaginar nuevas formas de justicia en lugar de comportamientos absolutamente reaccionarios. Pasa por cambiar los significados perniciosos a que se ha sometido a las ideas –hablo de nuevo de detergente- y avanzar hacia el significado de la tolerancia, de la justicia, de la creación de nuevas instituciones a superar apenas comiencen a flaquear en los propósitos, pues una sociedad viva jamás deja de imaginar y de crear. El cerco, por supuesto, se rompe con una acción política diaria que no pasa por imágenes fraudulentas, sino con un continuo accionar en la toma de las iniciativas y con un incesante poner sobre la mesa la transformación de los sentidos, la imaginación desatada de una sociedad que se construye en el futuro y con una dotación incesante de significados a lo ya significado de mala manera y a lo que está por significar. El rompimiento del cerco requiere de los nuevos sentidos, requiere del imaginario social.
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