Por: Antonio Sánchez García - El presidente de la república no estaría metiendo los dedos en todos los avisperos y aventando toda esta espesa humareda, ni estaría conjurando golpes de estado y acusando de imaginarios magnicidios a honorables ciudadanos venezolanos si no estuviera tan desesperado por el tremedal en que se encuentra. Ve golpistas y magnicidas hasta en la sopa. Bien dice el refrán: cada ladrón juzga por su condición. ¿Qué esperar de un golpista reo y confeso, que el 4F se hizo a la tarea de asesinar al entonces presidente de la república? Corre de un lado al otro pretendiendo apagar los fuegos que él mismo ha invocado y no hace más que avivarlos. Pone a sonar todas sus fanfarrias de guerra para espantar los demonios de su derrota, y no hace más que espantarse él mismo. Ante el próximo 23N le sucede lo que al dueño del circo en desgracia: le están creciendo los enanos. Está en el peor momento de su carrera. Y al parecer, de esta debacle no lo salva nadie. Huele a Hitler en marzo de 1945 en su Bunker de Berlín. Der Untergang. Mientras invita a los rusos a desenterrar el hacha de guerra, el petróleo se le derrumba sin remedio. Ya perforó el piso de los $100. Mientras amenaza con misiles de alcance medio, le bombardean el más importante de los campamentos de las FARC, el de las finanzas. Con un millón de dólares en efectivo y miles y miles de archivos: más pruebas al canto de su colusión con las narcoguerrillas. Sin contar con las escandalosas revelaciones del caso del maletín, en el que aparecen implicados un ex vicepresidente de la república y el recién estrenado ministro de interior y justicia. Mientras recibe una avanzadilla rusa, se fortalece la candidatura McCain-Palin. USA Today y Gallup les dan a los republicanos 10 puntos sobre Obama. En el Falcon Crest barinés hasta la policía le da la espalda. El portaviones se hunde irremediablemente. Recurre al viejo expediente goebbeliano de abrir sus letrinas y salpicar a todos quienes le rodean. Si pudiera, ya habría inaugurado sus campos de concentración. Provocar a los norteamericanos parece imposible, seguros como están que sin los 50 mil millones de dólares de intercambio comercial la revolución bolivariana se muere de mengua. Y sin los dólares contantes y sonantes que le proveen los yanquis días tras día hasta su madre lo mandaría a los quintos infiernos. Cosa nada nueva en ella. Para su inmensa desgracia a Chávez se le acabó el encanto y al pueblo se le acabó el amor. Y él, divorciado de varias contiendas, debiera saber que amor que se acaba no lo resucita ni un santo milagrero. Tan aislado está, que comienza a comprar armas con la condición de maniobras conjuntas. Como si Putin asustara a George Bush. Y los rusos a los venezolanos. Chávez no tiene literalmente de qué palo ahorcarse. Y si la oposición lo entiende de una buena vez, debiera revolcarlo el 23N. Es lo que ya se asoma. Al mono inflable que pasó a mejor vida el 2D no hay quien pueda volver a levantarlo. Ahora es cuando. Le teme a un modesto programa de televisión y a sus propios periodistas. Le teme a un movimiento ciudadano conformado por notables personalidades de impecable trayectoria democrática, como el M2D. Cómo irá a reaccionar cuando el pueblo termine por decirle: ¡Basta! Es el comienzo del fin. Fuite en avant – huída hacia delante – llaman los franceses a la estrategia desesperada que está aplicando Chávez. Lo que no hizo en diez años – cuando tenía todo el viento a su favor - quiere hacerlo en diez días – cuando tiene el sol a su espalda. Y cree que si desata un vendaval de leyes totalitarias y mete preso hasta el gato, podrá quedarse en Miraflores per secula seculorum. Ilusiones de paralítico. Demuestra que se le acabó el olfato. Así no logrará detener la caída: la precipitará. Por eso el desespero: las 26 leyes, las amenazas de clavarnos otro paquetazo, la entrega a los rusos, las estatizaciones a mansalva, pretender revivir los juicios de Moscú: todo a la carrera, improvisado y a última hora. Mientras comienza la merma de las reservas internacionales, descienden dramáticamente los ingresos petroleros y el sistema comienza a hacer agua por todos sus rincones. Le amenazan: una inflación desatada, desabastecimiento, crisis fiscal y la permanente amenaza desde el viernes negro: una maxi devaluación que conmueva las ya resquebrajadas bases económicas de este frágil sistema rentista y nos vuelva a lanzar a las playas del naufragio. Recesión con inflación. Nada nuevo, por cierto: es el destino de esta montaña rusa petrolera que arrastra a nuestro sistema financiero del cielo al infierno y que siempre termina por catapultarnos a los abismos. Sucedió con Pérez, sucedió con Herrera, sucedió con Lusinchi y sucedió con Caldera. Con la diferencia que el barranco de esta locura no tiene precedentes. Y la sistemática destrucción de la república, tampoco. Podrá imponer las leyes e incluso estrangular la constitución y, en el colmo del desvarío, echar por la borda su mascarada democrática y entronizarse a la cabeza de un régimen autocrático, despótico y dictatorial. Suficientemente enmascarado de socialismo y travestido de izquierda castro marxista. Todo ello será superficial, postizo, carente de las más mínimas bases y, por lo mismo, condenado al fracaso al corto plazo. Lo cierto es que pudo haber hecho una revolución y no la hizo. Pudo haber echado las bases de una nueva sociedad. No las echó. Pudo haber encabezado una transformación profunda, contando a su favor con la mayor cantidad de poder jamás detentada por presidente venezolano alguno, con la sola excepción de Juan Vicente Gómez, y los más fastuosos ingresos petroleros de toda nuestra historia. No hizo más que agravar y profundizar los males estructurales de nuestra deteriorada sociedad. Al cabo de esta década malbaratada, perdida y dilapidada, no queda más que el malestar por la borrachera mal digerida. Y su delirante y errático comportamiento suicida. En los hechos no hizo nada de todo lo que pudo haber hecho por ignorante, por inculto, por incapaz, por corrupto, por mediocre. Se envaneció en su soberbia y su petulancia y se dejó carcomer por el cáncer de la corrupción, de la adulancia, del aprovechamiento. Fue devorado por sus propios fantasmas. Más se preocupó por construir y mantener el pedestal de su gloria que en construir las obras que lo justificaran. Hoy, ídolo con pies de barro, yace acorralado por feroces problemas. Dios se apiade de sus desvaríos. Nada nuevo bajo el sol. Con esta malhadada revolución bolivariana sucedió exactamente lo que ha sucedido con todas las revoluciones venezolanas. Escuchemos el testimonio de un ilustre historiador, Luis Level de Goda, quien escribiera en 1893, al calor de la revolución legalista de Joaquín Crespo: “Las revoluciones no han producido en Venezuela sino el caudillaje más vulgar, gobiernos personales y de caciques, grandes desordenes y desafueros, corrupción, y una larga y horrenda tiranía, la ruina moral del país y la degradación de un gran número de venezolanos.” Cuarenta años antes y recién salido de la tragedia de la Guerra federal, uno de los más preclaros venezolanos de todos los tiempos, Cecilio Acosta escribiría: “Las convulsiones intestinas han dado sacrificios, pero no mejoras; lágrimas, pero no cosechas. Han sido siempre un extravío para volver al mismo punto, con un desengaño de más, con un tesoro de menos”. Es el sino que parece condenar a nuestro país a reiterar sistemáticamente sus periódicas catástrofes. Fracasos cada vez más profundos y más graves, pues asolan a un país más complejo y enfrentado a mayores y más grandes desafíos. No somos ni un país rural, ni una masa inculta y analfabeta ni en extrema pobreza, como a fines del siglo XIX. Somos un país que ha transitado grandes cambios y dotado de suficientes medios materiales y humanos como para emprender la gran cruzada por la modernidad, la globalización, el desarrollo. Un país objetivamente capacitado como para sacudirse el lastre de su regresión militarista y su barbarie caudillesca para aspirar con toda legitimidad a colocarse a la cabeza de nuestra región en su esfuerzo por ingresar al exclusivo club de las potencias intermedias, como ya lo han logrado Brasil y México, como ya lo están logrando Chile y Colombia. Como pronto lo logrará Perú. Es el desafío que enfrentamos. Sacudirnos el lastre de barbarie, incultura, corrupción e inmoralidad que nos mantiene paralizados y asumir el liderazgo en la cruzada por la emancipación de nuestras taras ancestrales. Ese debe ser el marco normativo de nuestra acción social y política. Librar la gran revolución cultural del siglo XXI que una a nuestra gente tras el objetivo de la prosperidad, la creación, el desarrollo, la globalización. Dentro del más estrictos apego a los marcos democráticos y constitucionales. La primera tarea consiste en enfrentar el maléfico poder del engaño y la mentira. Chávez pretende ser el adalid en la lucha contra el imperialismo yanqui y mantiene unas relaciones de dependencia con los Estados Unidos que se traducen en un intercambio comercial de más de cincuenta mil millones de dólares. Acusa a los opositores de ser “pitiyanquis” mientras todas sus exportaciones petroleras se orientan a satisfacer la demanda norteamericana y los ingresos a satisfacer el consumo interno gracias a las importaciones desde los Estados Unidos. Jamás, en casi doscientos años de historia, fue Venezuela menos soberana y más dependiente de los Estados Unidos que hoy. Jamás estuvo más sometida a la bota de los capitales yanquis. Jamás regida por mayores pitiyanquis. De allí la necesidad de volver al seno del pueblo para dirigirlo en la lucha por su emancipación. De allí la necesidad de desenmascarar la mentira de un régimen profundamente falaz y engañoso y prepararnos para la gran lucha de liberación nacional. En esa cruzada, debemos poner a nuestro pueblo de pie y convocarlo a librar y ganar la primera gran batalla: recuperar alcaldías y gobernaciones para la democracia, la verdad, la libertad. Es el categórico imperativo del momento.
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