Veintidós judíos cavan sus propias tumbas ante los miembros de las SS que están a punto de fusilarles. Końskie, Polonia, septiembre de 1939. El fascismo tuvo una base racial en Alemania, aunque no en Italia (al menos inicialmente, hasta 1938); los nazis construyeron una amalgama ideológica de gran eficacia movilizadora a partir de fuentes mitológicas y literarias y supersticiones de carácter romántico, así como de los textos clásicos dedicados a consagrar la desigualdad de las razas y de publicaciones y panfletos de carácter ocultista; destacando dos elementos: el mito de la raza aria superior de origen nórdico (que mezcla la hipótesis filológica de la existencia de un pueblo indoeuropeo original con la pseudocientífica teoría nórdica, sustentada por algunos autores como Houston Stewart Chamberlain) y el antisemitismo (que se había reavivado desde la divulgación de los Protocolos de los Sabios de Sión, falsificados para la justificación de los pogromos de la Rusia zarista). El antisemitismo estaba presente en muchos países de Europa central y oriental desde la Edad Media, y fue uno de los elementos que se utilizaron en los mismos para el surgimiento endógeno de movimientos fascistas. A ello se sumó la ocupación nazi y los gobiernos colaboracionistas impuestos, que explotaron a conciencia ese sentimiento para su propia conveniencia. El resultado fue que en muchas ocasiones los verdugos de las SS eran superados en crueldad por soldados de países aliados, a los que tenían que contener (por ejemplo en Rumanía), o se producían matanzas espontáneas de judíos a cargo de la población local, como la llamada matanza de Jedwabne en Polonia. El racismo entendido en su expresión puramente biológica, es decir, la intelectualización de la supremacía racial, no está presente en todos los movimientos fascistas, además de estar presente en otros contextos cuya relación con el fascismo es más controvertida, como el supremacía blanca en Estados Unidos o el apartheid en Sudáfrica. Lo que sí aparece como una constante del fascismo, y para muchos autores lo caracteriza de racismo, es la concepción de la etnicidad como elemento identitario. Esa identidad étnica puede expresarse de otras formas, como las que atienden al origen geográfico (caso de la xenofobia de los movimientos neofascistas o neonazis que se oponen a la inmigración en muchos países europeos desde finales del siglo XX), la religión (fundamental para el fascismo francés, belga, croata o español, y más adelante en el conflicto de Irlanda del Norte o los casos de limpieza étnica que se han dado en las Guerras yugoslavas) o el idioma. Miedo a la diferencia. El primer llamamiento de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos. El Fascismo es, pues, racista por definición. Umberto Eco - En Italia se dio a partir de 1924 un fuerte proceso que se denominó Italianización fascista que pretendía homogeneizar toda diferencia idiomática y cultural, acabando con cualquier minoría por asimilación o absorción (en vez de por exterminio como ocurrió en el Holocausto nazi).
En el caso español existió una expresión ideológica hispanista —que no debe confundirse con el hispanismo de los estudiosos extranjeros de la lengua y cultura española—, que en algunas ocasiones se ha definido como panhispanismo, y que no puede definirse como un racismo sensu stricto, aunque sí una hipervaloración de las características étnicas, religiosas, culturales e idiomáticas identificadas con lo español, sobre todo en relación con su expansión por América. Fue mantenida particularmente por las élites sociales de varios países hispanoamericanos, destacadamente en Argentina, y se expresó en el concepto de Hispanidad (acuñado por el sacerdote vasco emigrado a Argentina Zacarías de Vizcarra —La Hispanidad y su verbo, 1926— y divulgado por Ramiro de Maeztu —Defensa de la Hispanidad, 1934—). Se llegó a instituir el 12 de octubre como fiesta del Día de la Hispanidad, que ya venía celebrándose con el inequívoco nombre de Día de la Raza desde 1915 (a iniciativa de Faustino Rodríguez-San Pedro) y que se extendió por Hispanoamérica. Las ideas o más bien tópicos de Raza, Hispanidad e Imperio eran indistinguibles en la retórica de la Falange Española que heredó el Franquismo, y el propio Franco escribió el guión de la película Raza (1941), cuyos elementos ideológicos más incómodos (por su evidente identificación con los fascismos derrotados en 1945) se autocensuraron en posteriores montajes. Otro elemento fue aún más étnicamente excluyente: el de Antiespaña, que definía como antiespañol a todos los elementos que se consideraban nocivos y que degeneraban la raza (rojos, masones y separatistas). Hubo incluso un programa pseudocientífico, a cargo del coronel-psiquiatra Antonio Vallejo-Nágera, que pretendía identificar y suprimir el gen rojo, con participación de miembros de la Gestapo en el bando sublevado durante la Guerra Civil. El nuevo clima intelectual y político posterior a la derrota del Eje hizo abandonar discretamente estas posturas, por otras que insistían en la retórica de la misión evangelizadora y el mestizaje como rasgos de «lo español».
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