miércoles, 27 de agosto de 2008
El cántaro
Por: Prof. Antonio Cova Maduro - Pocas cosas hay en mi vida que recuerdo tanto como un repetido decir de una vieja tía a quien mucho quise: "Dios no ha hecho nada más grande que un día tras otro". Eso lo tuve muy presente la mañana del domingo pasado. Fueron unos bellos jóvenes chinos, en la clausura de los Juegos Olímpicos en la ciudad de Beijing quienes le dieron fuerza a ese dicho. Allí estaban ellos, en lo mejor del pop internacional, representando a un país que se sentía desbordante de felicidad, a quienes su Partido Comunista les estaba brindando lo más exquisito del consumismo occidental. ¿Qué más podían pedir? Y mi imaginación voló a 40 años atrás, en el momento culminante de la Gran Revolución Cultural Proletaria en esos mismos predios, cuando un líder enloquecido se empeñaba, haciendo acopio de todas las energías que su voluntad era capaz de concentrar, en llevar adelante su proyecto de comunismo radical. Hoy, su imagen misma, que preside bonachona la Plaza Tien An Men, certifica su aprobación a todo lo que desmiente, de modo contundente, los ideales y conductas que él quiso imponer. ¿Se revolcaron las cenizas de Mao en este agosto increíble?. En ese mismo ámbito se apagaba, de modo tan triste como una clamorosa sanción de por vida a un atleta de su delegación, la estrella cubana. Esta ha sido una noticia que ha pasado un poco desapercibida en estos días. Vamos entendiendo lo del "Oro a la revolución deportiva" que adornó calles y veredas venezolanas por estos días. En un escenario así ¿cómo lucen los aspavientos voluntaristas de quien grita que el socialismo va, pase lo que pase? Patéticos, es lo menos que se puede decir. Si la mera voluntad fuese la razón suficiente para que se diesen hechos y proezas, qué feliz sería el mundo, qué paraíso. Ha querido la Historia que los más bellos propósitos se vean contrariados sistemáticamente por hechos y conductas y por eso mismo, ella se encamina hacia puertos distintos. Aleluya. Si es verdad que, como lo afirma el sociólogo Talcott Parsons, las posibilidades reales de cualquier cambio residen en su "capacidad de vencer las resistencias" que el mundo de la cotidianidad le presenta, entonces en Venezuela habrá cambios muy importantes y profundos ¡pero muy distintos a los que pretende el Único!. De nuevo es la experiencia de la China contemporánea la que nos ayuda a entender mejor nuestro momento venezolano. En un reciente artículo que el corresponsal de un periódico de Chicago en China escribiese para un reciente número de The New Yorker, nos cuentan cómo logran los jóvenes chinos burlar la continua censura que la dictadura de ese país intenta en internet. ¿Cómo es que tantos recursos y tanta aceptación no logran que esa censura sea efectiva? Eso es algo que vale la pena que los venezolanos estudien. Como también vale la pena que le metan cabeza al por qué, contrariamente a lo que ha sido la experiencia revolucionaria de los últimos cien años, el aprendiz de por aquí se esmera en anunciar, a gritos, lo que piensa hacer. Hay un afán tan desmedido por develar propósitos, que o sospechamos de los propósitos o de las intenciones, o de la capacidad mental y emocional de quien los vocea a grito pelao. De lo que sí no deberíamos tener dudas es de nuestra intención de resistir, ni vacilación alguna para hacer lo que debemos hacer. No habrá, en efecto, ninguna posibilidad de que sus intenciones se materialicen si nosotros no le prestamos anuencia. Y quizás en nada esto se vea mejor que en el asunto de las libertades. La libertad de pensamiento, en primer lugar, porque es ella la que nos ubica plenamente en la especie humana. Existimos porque pensamos. Y ahora más que nunca de lo que pensemos dependerá nuestra existencia. Un pensamiento que tenga la capacidad de contrastar lo que nos dicen con lo que a diario vemos, sentimos y padecemos es lo que nos garantiza que nadie podrá con nosotros. De él se derivan la libertad para indagar, para informar e informarnos y finalmente la libertad de decir y escribir lo que nos parezca conveniente, para no decir "lo que nos dé la gana". Hemos de agradecer que nos haya alertado de su próxima arremetida. De nuevo ¡gracias por favor recibido! Y fíjese si somos agradecidos que le recordamos que "tanto va el cántaro al agua que termina por romperse". Lo inaceptable de esto para mucha gente no hace otra cosa que acercar el "rompimiento" de un cántaro al que ya no le cabe más. Y cuando la pesadilla haya cumplido su función, otras aguas fluirán hacia nuevos cántaros.
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