LARAZON.ES - Por: Daniel PIPES - Aafia Siddiqui, de 36 años de edad, es una paquistaní con tres hijos, doctorada en Neurociencia por la Universidad de Brandeis. También está acusada de trabajar para Al Qaida, y la semana pasada fue acusada formalmente en Nueva York de asesinar a soldados americanos en grado de tentativa. Su detención sirve para recordar lo invisiblemente que tiene lugar la mayor parte de la infiltración islamista. En particular, unos 40 simpatizantes o agentes de Al Qaida intentaron infiltrarse en la inteligencia norteamericana. Un infiltrado bien situado puede causar grandes daños, explica un antiguo jefe de contrainteligencia de la CIA, Michael Sulick: «En la guerra contra el terrorismo, la inteligencia ha reemplazado a los tanques y los cazas de la Guerra Fría como principal armamento contra el enemigo invisible». Los topos islamistas, argumenta, «pueden causar mucho más daño a la seguridad nacional que los espías soviéticos», porque EE UU y la URSS nunca se enfrentaron realmente, mientras que ahora «nuestra nación está en guerra». He aquí ejemplos de tentativas de infiltración desde 2001: Las Fuerzas Aéreas licenciaban con deshonor a Sadeq Naji Ahmed, inmigrante yemení, cuando sus superiores tuvieron noticias de sus comentarios pro Al Qaida. Ahmed fue posteriormente supervisor de equipajes del Aeropuerto Metropolitano de Detroit, lo cual descubrió el pastel de ocultar su licenciatura de las Fuerzas Aéreas. Fue procesado por realizar falsas alegaciones sobre su carrera militar y condenado a 18 meses de cárcel. El Departamento de Policía de Chicago despedía a Patricia Eng-Hussain tres días después de iniciar su formación al saber que su marido, Mohammad Azam Hussain, estaba detenido por ser un activo integrante del Movimiento Mohajir Qaumit-Haqiqi, un grupo terrorista paquistaní. La Policía de Chicago también despedía a Arif Sulejmanovski, un supervisor de la comisaría del distrito 25 tras comprobar que su nombre aparecía en una lista federal de vigilancia de sospechosos por terrorismo internacional. Mohammad Alavi, ingeniero de la planta nuclear de Palo Verde, era detenido al desembarcar de un vuelo procedente de Irán, acusado de trasladar a Irán códigos de acceso informático y software que proporcionan detalles de las salas de control de la planta. Posteriormente se declaraba culpable de sacar del país propiedad robada. Nada Nadim Prouty, inmigrante libanesa que trabajó tanto para el FBI como la CIA, se declaraba culpable de los cargos de obtención fraudulenta de la ciudadanía norteamericana, acceso a un sistema informático federal para solicitar ilegalmente información acerca de sus parientes y de Hizbulá.
Waheeda Tehseen, inmigrante paquistaní que ocupó un cargo sensible como toxicóloga en la Agencia de Protección Medioambiental, se declaraba culpable de fraude y era deportada. WorldNetDaily. com explica que «los detectives sospechan que el cargo de espionaje era probable, dado que ella firmaba permisos para complejos tóxicos y pesticidas químicos peligrosos para la salud altamente sensibles. Tehseen también era experta en parasitología en lo referente a los sistemas de abastecimiento público». Otros tres casos más no están igual de claros. La Administració n de Seguridad del Transporte despedía a Bassam Khalaf, un texano de origen palestino, cristiano de 21 años de edad y supervisor de equipajes, a causa de que la letra de su CD de música, Terror Alert, aplaude los ataques del 11 de septiembre. El agente especial del FBI Gamal Abdel Hafiz «muestra un patrón de comportamiento pro-islamista» , según el autor Paul Sperry, que puede haber ayudado a absolver a Sami Al Arian de los cargos de terrorismo. El Pentágono absolvía a Hesham Islam, inmigrante egipcio, antiguo mando de la Marina norteamericana y asistente especial del secretario de defensa en funciones, pero siguen estando en el aire cuestiones importantes acerca de su biografía y su forma de ver las cosas. También otros países occidentales -Australia, Canadá, Israel, Holanda, Reino Unido- han sido objeto de iniciativas de infiltración. (Para más detalles, consulte mi weblog, «Islamistas que superan la seguridad occidental»). Estos antecedentes mueven a uno a preguntarse qué catástrofe tiene que tener lugar para que las agencias del Gobierno, algunas de las cuales han prohibido las palabras «islam» o «jihad», planten cara seriamente a su amenaza interna. Los occidentales estamos en deuda con agentes musulmanes como Fred Ghussin o Kamil Pasha, que han sido críticos con la lucha contra el terrorismo. Dicho eso, ratifico mi comentario de 2003 en torno a que «no se puede salvar el desafortunado hecho de que los empleados públicos musulmanes de las fuerzas del orden, el ejército y el cuerpo diplomático han de ser seguidos de cerca en busca de conexiones con el terrorismo».
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