Por: Rafael Osío C. - osiocabrices@hotmail.com - Una sombra sólida, sin estrellas ni luna, se extendió sobre nuestro pequeño mundo. No fue de golpe: las señales del crepúsculo fueron muchas y elocuentes. Había que tener los ojos demasiado cerca de la tierra o del ombligo para no haber visto como iba adelgazándose la luz, como se iban a dormir las aves, como los contornos de las cosas se desdibujaban y adquirían la blandura porosa de los sueños o de los fantasmas. Los que tenían mejor vista de entre nosotros, lo avisaron con tiempo, pero no hicimos lo que había que hacer para evitarlo. Alguna culpa tuvimos. Calculamos mal la duración de la tarde en que vivíamos, y que creíamos sería más larga. O subestimamos a los emisarios de la oscuridad que comenzaron a hablar y a andar impunemente, a mentir y a abusar sin que nadie lo impidiera. Peor aún: al mismo tiempo, muchísima gente ignoró esos avisos, como hoy sigue ignorando que se puso el sol. Y lo ignora de una forma que parece tan inquebrantable, niega con tanta vehemencia lo que tiene ante los ojos, que uno no puede evitar preguntarse si es que al pretender engañarse a sí mismas, esas personas pretenden también que nos engañemos los demás. Como son tantos, pueden convencerse todavía unos a otros de que sí, claro, eso de ahí arriba no es una oscuridad amenazante, sino el brillante firmamento que han soñado toda su vida, el mejor cielo que hemos tenido nunca. O será que entre ellos hay quienes prefieren lo oscuro pues ahí se les notan menos las malas intenciones, pues ahí es que pueden meter sus zancadillas y tomar lo que no les pertenece. Y han llamado día a la noche, han virado al revés sus significados como lo hicieron con tantas otras palabras como "democracia", "república", "ley", "pueblo" o incluso "vida", que ya no logramos ponernos todos de acuerdo, en este país, en cuanto a qué significan. El hecho es que se hizo de noche, de noche profunda, pero así como unos cuantos se niegan a admitirlo y otros más lo celebran, estamos unos cuantos más que sí lo vemos, que además lo admitimos, y que nos preparamos, como podemos, como se nos ocurre, para enfrentar tanta oscuridad. Lo enfrentamos alimentando nuestras propias lámparas. Dando luz en nuestros espacios íntimos. Una luz que compartimos con quienes queremos, con quienes están bajo nuestra responsabilidad, y que alimentamos con un combustible que en nosotros es inagotable: el de los valores. No es que sea fácil mantener vivos esos valores, no es que nos creamos que tenemos siempre la razón ni que somos incorruptibles; justamente contamos aún con ellos, porque nos hemos atrevido a revisarlos y a mejorar nuestra visión de las cosas. Hemos buscado hasta bajo las piedras el valor de ser autocríticos y humildes, aunque a nuestro alrededor cada quien esté tan peligrosamente seguro de estar en lo cierto, de ser el dueño de una única verdad, que hay que defender hasta con los puños. Se hizo de noche, pero la oscuridad no es total, ni podrá serlo. Tenemos nuestros bombillos bien protegidos. Y no somos pocos. Hicimos acopio de suficiente luz como para no tropezar en las tinieblas, como para no perdernos. Hasta que en algún momento, inevitablemente, por mucho que la noche sea larga y peligrosa, amanezca otra vez. Ninguna oscuridad es eterna.
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