miércoles, 20 de mayo de 2009

La Libertad


Una de las características más sobresalientes del ser humano es su ansia de libertad. Libertad es una palabra sagrada en el mundo occidental. Hasta se le ha erigido una estatua en el confín de América que da la bienvenida a cuantos llegan a la ciudad de Nueva York desde el Viejo Continente. En Francia, la libertad forma parte de la trinidad política del país, junto a la igualdad y la fraternidad. También figura en el ideario de anarquistas, republicanos y demócratas. Tal vez no sea exagerado afirmar que la palabra libertad se repite hoy en el mundo más que el nombre de Dios.Todos queremos ser independientes. Nadie desea servir a nadie. El empleado ahorra dinero sin desmayo para establecer su propio negocio. El catedrático aspira a ser rector. Todos deseamos ser legisladores. Todos queremos que los demás se rijan por nuestros deseos. A nadie le gusta verse sometido a los deseos de los otros. En el fondo de su corazón, nadie desearía tener rival. La causa de todo esto es que existe en nosotros un ser efulgente e inmortal que no tiene segundo, ni rival; que es el legislador íntimo y el soporte de todo el universo. Este ser constituye nuestra verdadera naturaleza, nuestra propia esencia y por eso todos albergamos tales deseos y sentimientos. La libertad es el derecho de nacimiento del hombre que ninguna fuerza puede suprimir. La libertad es una llama siempre viva. Sin embargo, en el plano ordinario, los conceptos de libertad son distintos según las personas que los interpreten. Para unos, la libertad consiste en escapar a la esclavitud del consumo y a la tiranía del capitalismo. Para otros, libertad es el derecho a hacer o decir cuanto les venga en gana sin más límite que los que impone la libertad del prójimo o la ley común establecida y mayoritariamente aceptada. Es de suponer que para algunos la libertad constituye un derecho sin límites, absoluto, y para otros, en fin, sólo tiene aplicación en pequeñas cuestiones como elegir una camisa azul o blanca.En esto de la libertad, como en tantas otras cosas, se busca un ejercicio exterior, aparente, ficticio. Se busca la libertad de hacer, de decir y de pensar. Para la mayoría, la libertad es sacudirse el yugo condicionante de las presiones externas, de las circunstancias, de las alineaciones o de otras personas. ¡Qué pocos se dan cuenta todavía de que la mayor esclavitud es la de la propia mente! ¡Qué pocos ven en el juego de los sentidos esa circunstancia condicionante que anula nuestra propia libertad! ¡Qué pocos aún los que aciertan a ver en su propio ego el tirano dictador que los oprime! La libertad de palabra y de pensamiento no es verdadera libertad. Hacer en cada momento lo que a uno le viene en gana no es verdadera libertad. Poder desnudarse en público tampoco es libertad. Como tampoco lo es ser monarca, detentar poder o poseer inmensas riquezas. Ni siquiera renunciar al mundo puede considerarse una total liberación. La auténtica libertad no es meramente política y económica, aun cuando éstas sean necesarias para el bienestar de la sociedad. La verdadera libertad es el dominio sobre sí mismo. La verdadera libertad consiste en librarse del egoísmo y de los deseos; de los gustos y de los disgustos; de la lujuria, de la avaricia y de la cólera. Son sus pasiones y deseos quienes verdaderamente esclavizan al hombre. Es su mente la causa de su falta de libertad y de su infelicidad. Son muchos hoy los que claman por libertad, pero cuesta trabajo creer que esas voces entiendan muy bien toda la dimensión del concepto. Se lucha denodadamente por conseguir pequeñas libertades, pero eso es todo. Las libertades por las que muchos luchan hoy, otros las disfrutan desde hace tiempo y no por ello han desaparecido sus miserias y desdichas. ¿O es que la libertad política y sexual o la independencia económica liberan de enfermedades, dudas, angustias y temores? Los hombres nos liberamos de unas esclavitudes y caemos en otras. La verdadera libertad es liberarse de sí mismo. Hasta que el hombre no consiga trascender las limitaciones de su mente no habrá emancipación ni libertad.Es cierto que hay que reformar y perfeccionar lo externo. No es menos cierto que hay que someter y controlar lo interno. Algunos dicen: "En una sociedad libre y justa siempre reinaría la paz y la felicidad". Tal vez, pero una sociedad nunca será justa mientras no lo sean los hombres que la formen. Y la justicia del hombre no se consigue legislando, sino purificando el corazón. Del mismo modo, una sociedad nunca será libre mientras que los individuos que la componen sean esclavos de su ambición y sus pasiones. Si queremos una sociedad justa, formemos hombres justos. Si queremos una humanidad en paz, hagamos que la paz reine en el corazón de cada hombre. Si queremos un mundo libre, liberémonos de nuestros deseos egoístas y de nuestras pasiones incontroladas. Si queremos reformar la sociedad, reformémonos a nosotros mismos. La sociedad quedará automáticamente reformada. Uno puede haber conseguido todas las licencias del mundo, pero seguirá prisionero de su propio cuerpo. Y además embutido en el rígido corsé de los hábitos. Y maniatado por sus apetencias y necesidades. Y vigilado por su eterno guardián: el ego. En estas circunstancias ¿Puede considerarse libre un hombre porque puede gritar? Vivir es caminar hacia la libertad. La vida es una oportunidad que se nos da para liberarnos de nuestras miserias. Es preciso emplearse cuerdamente y no gastar la energía en salvas. Uno debiera practicar con perseverancia, con fe y con ilusión, preparándose con paciencia, no para ganar las pequeñas batallas de las libertades, sino para ganar la guerra de la auténtica liberación.

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