martes, 26 de mayo de 2009

Totalmente de acuerdo Padrón. Pero recuerde que en Venezuela, los sigüices, son variopintos.


Por: Paciano Padrón - El Presidente de la República es de temer por sus impulsos irracionales, si bien conocemos también sus debilidades, su condición de correlón y su capacidad de dar pasos hacia atrás, para relanzarse luego sobre su presa u objetivo. El teniente coronel Chávez está evidentemente desequilibrado por su afán de poder, por su apetito insaciable de autoridad sin límite, que lo lleva sin escrúpulo alguno a procurar su objetivo, bajo la premisa de que el fin justifica los medios. No obstante eso que es verdad, y a pesar de la perversidad que encierra la conducta de un hombre con tal patología, más miedo le tengo al sigüí, a quien, estando en su entorno, por adulancia al jefe, hace cualquier cosa para complacerlo; será más papista que el Papa, irá más lejos que lo que el propio Chávez iría. Sigüí, como se sabe, es un venezolanismo, una expresión autóctona, es un adjetivo/sustantivo que califica en el más alto nivel de desprecio al adulante o jalamecate de los poderosos. Su uso que fue muy frecuente en la primera mitad del siglo XX, ha ido decayendo; tal vez hoy su significado es desconocido por la mayoría de los jóvenes. El sigüi puede ser de escaso o ningún poder, en busca de recompensa; más peligroso es el sigüi funcionario de alto nivel, que siente especial complacencia en mostrar su servilismo al jefe. El DRAE no lo reconoce como término castellano, pero el Diccionario de Venezolanismo lo define como “Individuo que sigue a alguien importante, adulándolo y en actitud sometida y servil”. Ahora, más recientemente, a esos aplaudidores de oficio el pueblo los llama focas. Un sigüí adivina -o cree adivinar- lo que el líder aún no ha dicho, para complacerlo antes de que hable; pareciera decirle “pida por esa boquita”, para hacer lo que corresponda y sin miramiento satisfacer el ego del jefe. Por ejemplo, cuando Chávez dijo que Rosales debía ir preso, al día siguiente había ya 18 distintos expedientes en la Fiscalía y en la Contraloría; los Diputados se movieron con inusitada agilidad; la marmota de Russián brincó como águila; Luisa Ortega removió archivos en la Fiscalía, las gallinas cantaron como gallos y, por todos lados, se satisfizo el deseo de quien cree poderlo todo. En noviembre de 2008 -luego de las elecciones regionales- Chávez dijo que quería una enmienda constitucional para la reelección inmediata, y Tiby con sus muchachos del CNE saltó diciendo que ya todo estaba listo para sufragar; Doña Cilia en apenas ocho horas presentó un proyecto de Enmienda Constitucional, y al día siguiente, Luisa Estela y sus chicos del TSJ declaraban que ese bodrio jurídico estaba perfectamente avenido a la Constitución. El Presidente Chávez, aún en medio de su delirio de grandeza, podría circunstancialmente respetar algunos límites, pero no así el sigüi, irrefrenable jalamecate. Una sigüí es Doña Cilia, como lo son Luisa Estela, Luisa Ortega, Tiby, Gabriela la Defensora de ella misma y de su puesto; como lo es Clodosbaldo quien, en un lance de adulación de los buenos, dijo para satisfacer al jefe que “en Venezuela hay exceso de libertad de opinión”. El pobre Clo-clo olvidó que en materia de Derechos Humanos no hay excesos ni carencias, simplemente existe o no, se respeta o no. Así como no hay mujeres medio embarazadas, no hay medio Derechos Humanos. También existe sigüí a nivel regional y municipal, Gobernador y Alcalde oficialista emulando al jefe en arbitrariedades y despotismo. El sigüí, quien es peligroso por su irrefrenable adulación -más peligroso que el jefe- también es más débil cuando se presenta el fin de la fiesta. Es el primero en cambiar gorra y camisa, para arrastrarse ante la nueva realidad. Pronto veremos esos y otros cambios, si entendemos que en la calle debemos librar la batalla contra el autoritarismo totalitario.

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