Por: Pedro Mejías - Siempre nos ronda la idea de los límites a los que debería estar sujeto el ejercicio responsable del poder, supongo que debido a que en esta década perdida en nuestro país se han materializado todas esas minúsculas posibilidades de abuso y mal uso del poder: la independencia de los poderes públicos, el respeto al oponente, la transparencia en el uso de los dineros públicos, la consulta de los grandes temas nacionales, el respeto por quien piensa distinto o el mismo derecho a hacerlo, los contubernios de manejo de los dineros públicos y distintos elementos del poder, la sistemática y obscena involución de las elecciones devenidas en votaciones etc. De algún modo pareciera como si todas las debilidades que puede tener un sistema de gobierno democrático han sido aprovechadas simultáneamente para conformar un sistema de represión y control de la población de modo que, como en un falso silogismo, en apariencia se ha construido una democracia representativa. Esa máscara hacia la que han evolucionado las tiranías del nuevo milenio es uno de los retos de las democracias, conciliar los derechos individuales con los colectivos sin que ninguno de los dos prevalezca sobre el otro en un equilibrio que garantice el libre desenvolvimiento, alcanzar la madurez como pueblo que garantice la libre y soberana decisión sobre los grandes asuntos nacionales. Esa madurez pasa por la aceptación de nuestra condición de diversidad, del híbrido que conciliamos como nación, de todo lo que hemos resumido en los seres que somos, pasa también por dejar de buscar causas exógenas a nuestros errores y asumir que vivimos las consecuencias de lo que en una oportunidad, llevados por una malsana emotividad decidimos. Y ahora nos preguntamos si será posible deshacer tantos errores cometidos, reencontrarnos en el otro y crecer en la diferencia y la diversidad, ahora nos preguntamos si la política nos habrá de dar una salida satisfactoria a errores del pasado, cuestionamos lo hecho, dejando de mirar quizá que en el pasado, y siempre aun, hemos tenido la opción de elegir el destino individual y colectivo que hoy conjuga la trama de nuestro presente. Nos preguntamos si podremos madurar para dejar de esperar que otro, siempre otro resuelva nuestros problemas, decida por nosotros, cuide de nosotros y sea el responsable de nuestro destino. Hacia 1992 recuerdo que el partido Copei llamó a unas elecciones abiertas para seleccionar el candidato de habría de representar a ese partido en las elecciones de 1994, con ese motivo me impresionaron de sobremanera las palabras de cierto profesional que al evaluar las opciones presentadas calificaba como el más brillantes a una de los precandidatos, pero que sin embargo no le votaría bajo un argumento que se me quedó grabado: "el país no está preparado para una persona de tan altas cualidades". Si así se van asumiendo las decisiones se comprenden las relaciones tóxicas entre personas que se compelen reiterativamente a una opción peor bajo variantes del argumento central de que "no se sienten merecedoras de algo mejor" Y así se constituyen familias signadas desde sus cimientos por la depresión, la minusvalía y la desdicha, y a partir de esas familias comunidades y una nación que no se ha aceptado del todo como entidad fundamental en busca de un destino común. La pregunta que surge entonces es ¿cómo, en tales condiciones se puede hablar de elección libre? como se pueden apartar de esa decisión trascendental los numerosos matices de culpa, rabia y rencores, los complejos, miedos y creencias que pueden influir negativamente en el destino colectivo. Tom Clancy explica la elección del título de una de sus novelas citando a Churchill en el epígrafe "puedes tomar al más galante marinero, al más intrépido aviador o al más audaz soldado, ponlos en una mesa juntos - y ¿qué obtienes? La suma de sus miedos." Es la suma de miedos lo que nos ha paralizado como sociedad, lo que nos ha traído a este derrotero, la que explica que puestos a elegir no seamos capaces de discernir la opción más favorable de la que nos sigue hundiendo como pueblo en nuestras propias miserias. Así se comprende que no carezcan de fundamento quienes ante la oportunidad de presentar una opción de progreso y esperanza para las mayorías, mucho más allá de la migaja demagógica y de la conexión emocional que pretende llenar con vacíos las carencias y las necesidades de los más desfavorecidos se retraigan ante el miedo del rechazo por parte de los miedos de quienes hoy se sienten escuchados. Y no obstante tampoco carecen de razón quienes desean la oportunidad de contribuir al país sin ser un actor político directo, porque el ejercicio de las funciones públicas debería estar condicionado a una preparación previa en temas tan diversos que de no manejarse con un mínimo de soltura van a generar una peligrosa dependencia de la asesoría y la consultoría externa, aspectos no sólo por lo que no se votó sino que en la mayoría de los casos no son conocidos o que sirven a intereses particulares y a menudo escondidos. La sola intención por lo tanto no basta para el buen ejercicio de la función pública. Me apego a la coexistencia de ambas visiones para dar amplitud y cabida a todas las posibilidades, sin colocar límites al ejercicio de las libertades políticas, para respetar las diferentes visiones del país que necesitamos y porque las dos aproximaciones no tiene que ser necesariamente excluyentes si se combinan creativamente. Las decisiones verdaderamente libres deberían excluir de sus basamentos los complejos y limitaciones derivadas de apreciaciones incompletas o circunstanciales, ¿que vemos en un debate televisado, la solidez de los argumentos de los participantes o la habilidad histriónica y de manejo de emociones de cada uno de los participantes? , ¿Votamos por planes y estructuras de ejecución gubernamental o por la simpatía o imagen que se ha elaborado de los aspirantes?, ¿votamos por quien nos dice las verdades que nos son desagradables o por quien nos hace oír lo que nos parece más apropiado y fácil? El ejercicio de la libertad tiene en si la responsabilidad de asumir las consecuencias de las decisiones que tomamos, y es por ende la contraparte de la fácil transferencia a otro de nuestras decisiones y sus consecuencias.
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