sábado, 10 de enero de 2009

Israel y Palestina, el mundo en deuda con la justicia


Por Teódulo López Meléndez - teodulolopezm@yahoo.com - En estos tiempos de crisis recuerdo con renovado afecto a mi amigo el doctor Ernesto Kahan, habitante de las vecindades de Tel Aviv, médico y poeta, médico de cuerpos aunque también de almas, incansable hacedor de paz hasta el punto de cargar el palmarés atribuido a la organización que motorizó: esto es, el Premio Nobel de la Paz. Ernesto me informaba de un concierto con músicos palestinos e israelíes, con un público de varios miles de personas donde la conciencia de la obligación de convivir se había convertido en un hermoso escenario. Él, y las organizaciones de las que forma parte, no escatiman esfuerzos de música y de palabra, de medicina y de comprensión, de poesía y de entendimiento y de asistencia. Ahora truenan los cañones y las ametralladoras en una situación que no tiene solución militar. Pretender que el objetivo es la destrucción de Israel es un exabrupto sin sentido. Si en algún asunto el mundo entero está en una deuda abismal es en hacerle justicia al pueblo palestino. Esas son las dos caras de este drama: Israel tiene derecho a su seguridad y Palestina tiene derecho a un Estado independiente con fronteras plenamente delimitadas que permitan a su gente una vida normal y sin sobresaltos. El mundo es reactivo, la diplomacia se mueve cuando el conflicto estalla, mientras que los esfuerzos por encontrar la solución se alargan en los años sin que se llegue al acuerdo definitivo. Ahora mismo recuerdo no menos de diez advertencias israelíes solicitando la suspensión de los cohetes sobre el sur de Israel pues de lo contrario intervendría. Que Hamas domine la franja de Gaza se debe a la desesperación de un pueblo que no encuentra salida. Recordemos que Israel no está en guerra contra el pueblo palestino, lo está contra una facción llamada Hamas que ha hecho del terrorismo su forma de lucha. Recordemos que los palestinos vivieron una intestina guerra civil donde los extremistas de Hamas echaron a los partidarios de Al Fatah (el partido de Yasser Arafat y del actual presidente Mahmud Abbas) de Gaza, luego de haber derrotado militarmente a la policía palestina y de haber literalmente liquidado a sus miembros. El presidente Abbas prosiguió sus esfuerzos por la paz e, incluso, había asomado la realización de elecciones anticipadas en busca de que Hamas entrara por la vía de la reunificación y de la negociación diplomática. Es la desesperación, insisto, lo que ha hecho que Hamas se convierta en un ejército de varios miles de hombres y que el tráfico de armas por los túneles sembrados en la frontera con Egipto sea cosa de todos los días, convirtiendo su beligerancia en un problema serio y de política interna para los egipcios. Desarmar a Hamas, desarmar en todos los sentidos, pasa únicamente por la convicción de que el pueblo palestino va a lograr la justicia que tanto se le debe. Respeto los esfuerzos del presidente Mubarak y del presidente Sarkozy por poner freno al conflicto presente, uno sobre el cual el colega escritor Amos Oz advirtió a su país de las consecuencias de la intervención por tierra. El presidente Sarkozy se movió con gran inteligencia, en una especie de prolongación de días de la presidencia francesa de la Unión Europea. Al fin y al cabo, el cargo había pasado a la República Checa – a Chequia, como me gusta escribir- y afrontar el peligroso tema apenas encargándose de una inmensa complejidad. El presidente Abbas hizo propuestas en el Consejo de Seguridad que merecen atención y respaldo, para cuando termine la actual beligerancia, como la presencia de una fuerza militar multinacional en los límites entre Gaza e Israel para abrir todos los puestos fronterizos, evitar el lanzamiento de cohetes por parte de Hamas y para hacer fluido el tráfico de personas y de bienes entre ambos territorios. Al fin y al cabo los palestinos trabajan en Israel e Israel necesita de ellos. En esa fuerza multinacional la presencia árabe deberá ser ostensiblemente fuerte. No se gana nada, no se resuelve nada, lanzando cohetes sobre Israel ni mandando terroristas suicidas a inmolarse en nombre de Alá. Los israelitas, incluso los “halcones” deberán aprender que jamás vivirán en paz si no se resuelve favorablemente el destino del pueblo palestino. Sobre el fondo del asunto tengo una opinión controversial para algunos israelitas, pues para mí el reclamo palestino de que la parte árabe de Jerusalén sea la capital del nuevo Estado reconocido por la comunidad internacional toda, es justa y conveniente. No olvidemos que Israel ocupó la parte árabe de la Ciudad Santa después de la Guerra de los Seis Días, de manera unilateral y sin consulta. Qué la Explanada de las Mezquitas esté bajo control israelí es una provocación. Sostengo, pues, la tesis de una ciudad y dos capitales. Ello no implicaría la división de la ciudad; por el contrario debería ser un ejemplo de ciudad abierta, pues ella lo es del hombre, de las tres religiones monoteístas y debe serlo de la convivencia pacífica. Ahora tenemos el dolor inmenso de las víctimas civiles palestinas, como antes la tuvimos de israelitas caídos en voladuras de autobuses, de ataques a restaurantes o cafés o de pánico causado por los inútiles cohetes de Hamas. Nadie que tenga en el corazón un mínimo de misericordia puede asistir impertérrito a esta tragedia que ahora se abate sobre Gaza ni mirar con indiferencia a los niños ensangrentados o a los cadáveres esparcidos por aquel territorio de tragedia. La intervención por tierra tenía esos peligros: Hamas no es un ejército separado de la población civil, por el contrario está mezclado con ella, se esconde en las mismas casas donde una familia puede estar pacíficamente comiendo los pocos alimentos de la sobrevivencia. La operación debía tener un margen quirúrgico extremo e Israel, una vez más, se ve envuelto en errores, en bombardeos sin explicación como ese sobre la escuela de la ONU y en excesos absolutamente intolerables. Ciertamente este episodio sangriento terminará, pero no sabemos si lo hará con una derrota de Hamas (asunto extremadamente difícil, hasta el punto de Israel admitir que sólo busca frenar la frecuencia de los cohetes sobre su territorio), o con una oleada de odio aún mayor. La única posibilidad es que el mundo deje de seguir el conflicto con displicencia y se aboque de inmediato a construir la solución: un estado palestino con fronteras claras y precisas, el ejercicio de una fuerza multinacional que impida atentados, garantías plenas a Israel y garantías plenas a Palestina, abandono del lenguaje extremista de destrucción de Israel –hoy sostenida sólo por Irán, por Hamas y por Hezbollah- y la continuidad de los esfuerzos de los Ernestos Kahan que buscan la música, la asistencia sanitaria y de todo tipo, la poesía y la palabra, la comprensión y la paz, como las únicas armas posibles en ese territorio donde la justicia espera. Es el esfuerzo diplomático, son las presiones sabiamente ejercidas, son las confluencias y las cesiones, son las intervenciones para parar la violencia de la guerra antes de que estalle y el encuentro de la solución que es conocida por todos, las medicinas que necesitan israelíes y palestinos. No las tomas de partido airadas y demagógicas, no las intervenciones alocadas del gobierno venezolano, no los actos de pantallerismo. Condeno, por estéril, antidiplomática y absurda, la expulsión del embajador israelí en Caracas y llamo la atención, con toda la gravedad del caso, sobre el traslado del conflicto a nuestro territorio. Las bandas armadas paramilitares del régimen pueden incurrir en ataques que nos llevarían a una situación de alto peligro. Por lo demás, esta acción de gobierno venezolano nos coloca en el punto de mira del mundo. Esta acción única en que ha incurrido la antidiplomacia venezolana tendrá consecuencias a mediano y largo plazo. Nos hemos convertido en un Estado problema, en un estado extremista, quizás sólo superado por Irán quien por boca de su presidente proclama que el Holocausto no existió y que Israel debe ser borrado del mapa. Nuestro aislamiento, nuestro abandono de toda contribución a resolver los conflictos que aquejan al planeta en aras de una vocación incendiaria, es la muestra de la falta de toda concepción de lo que un pequeño país puede hacer con sus socios latinoamericanos para impulsar la paz y ayudar a la resolución de los conflictos, la prueba fehaciente de la locura y de la ceguera aposentadas en el poder.

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