Por: Ernesto García Mac Gregor - garciamacgregor@gmail.com - Hace ya tiempo perdimos la capacidad de asombro ante la criminalidad reinante y sus innovaciones lucrativas como el sicariato. Únicamente cuando ocurre un crimen abominable como el de la semana pasada surge la indignación temporal para luego sucumbir ante la rutinaria indiferencia. Hace ya tiempo, la máxima preocupación del país ha sido la inseguridad representada por esos asquerosos asesinos ladrones de carros, cuyo oficio es secuestrar al conductor para evitar el accionamiento de los mecanismos antirrobo. Y a la menor sospecha de nerviosismo o resistencia por parte del asaltado, le disparan a quemarropa para así salir del estorbo. “No es nada personal pana, es mi trabajo,” expresan como justificación estos miserables. Y ahora, la sumisa población se acostumbró a pagar las “vacunas por teléfono” para evitar ser asesinada. Por eso resulta ofensivo leer en la prensa, que “la policía atrapó a unos cobra vacunas” (a los sicarios nunca los atrapan) porque se sabe que estos seres indeseables pertenecientes a la misma escoria de asesinos roba carros, lograrán su libertad para seguir asesinando seres útiles. Estos malandros y sus congéneres los sicarios, no son unos pobrecitos a quienes la sociedad obligó a delinquir para sobrevivir. Por lo general generan millones de bolívares semanales en sus malignas fechorías lo cual les permite comprar a jueces y abogados que los liberan legalmente en el excepcional caso de ser detenidos, aunque con el nuevo código en vigencia, ni siquiera el arresto es factible. ¿Qué hacer entonces con los reclusos en un país donde las cárceles han sobrepasado la capacidad real de contención, la PTJ no se da abasto, los tribunales están abarrotados (además de corruptos) y donde no existe la más mínima posibilidad de recuperación? La única solución es soltarlos para que en vez de matarse entre sí dentro de las cárceles (humillante estadística) se distraigan asesinando ciudadanos útiles o de su misma calaña en las calles de las ciudades. La contraparte de esta realidad es la retórica de ese sociologismo criminológico (chavista) que justifica el acto criminal sobre la base de las condiciones sociales reinantes. O sea, el verdadero culpable es la sociedad agredida y no el criminal. Habrá que matarlos. Que oiga quien tiene oídos.
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