martes, 1 de julio de 2008

Apropiarse de las Manzanas de las Hespérides


Hércules, el héroe solar, representación clara del real ser del hombre, del hombre común que ha logrado alcanzar estas alturas del SER, debía apropiarse de las manzanas de las Hespérides que crecían en el huerto de Hera o Juno entre los Romanos, la Diosa quien en armonía perfecta con el simbolismo espiritual de la mitología clásica, fungía también como la Diosa y la patrona del Matrimonio. Enemiga de Hércules, Hera le tendía trampas a cada paso del héroe solar, representación de las fuerzas de la naturaleza que se deben superar en el día a día en el trabajo en la novena esfera dentro del matrimonio mismo , dentro del mismo oficio de la sacerdotisa de Hera, de Juno. Las Hespérides, hermosas ninfas encargadas de cuidar el jardín de los manzanos prohibidos, de los frutos del árbol del bien y del mal, de la sexualidad cuna de Dioses y bestias, junto con el dragón de cien cabezas, Ladón, el gran tentador, la misma serpiente del Edén que indujera a Eva a morder del fruto prohibido. La hazaña del hombre solar debía comenzar aquí y ahora, en el presente vital del iniciado, en los trajines de la vida cotidiana, en el desenvolvimiento diario en el mundo, que debe forzosamente descender a sus propios infiernos psicológicos para encontrar el camino y apropiarse de los frutos del árbol del bien y del mal. Y es que Hércules desconocía la senda, para lo cual tuvo que apretar fuertemente entre sus brazos a Nereo, el viejo del mar para forzarle la respuesta. La iniciación es la vida misma, la iniciación se gesta en la cotidianeidad, al maestro interior debemos apretarle con constancia para que nos devele los secretos y peligros del camino, no hay lugar para tibios, ni fríos ni calientes. Así, bajo la dirección de Nereo, el héroe desciende a los mundos infiernos, a la ciudad perdida de Dite, representación clara y exclusiva de nuestros propios infiernos atómicos, psicológicos, de nuestra psicología más profunda y bestial, ahí donde habita el asesino, donde habita el ladrón, donde mora aún vestido de virtud el desenfreno sexual, el adulterio, el incesto, los horrores más perversos de la humanidad en su equivalente preciso en la propia psique de Hércules, en la psicología del adepto en su presente más mundanal. Hubo entonces que librar la batalla contra Anteo, el gigante, hijo de Egea, la tierra; el ego, hijo de la existencia atada al valle de sufrimientos del Samsara, nuestro “yo mismo” , el gigante temible de todas nuestras perversidades manifiestas y exquisitamente ocultas, el engendro de las falsas virtudes y de las abominaciones. Terrible e invencible cuando estaba fijo al suelo, es decir, a la fascinación con el mundo con la creencia en existencia propia, inherente entre los budistas. Sabida su fortaleza Hércules decide eliminarlo apartándolo de la tierra – de la fascinación – para lo cual se colgó de un árbol, clara alusión a la fuerza sexual, logrando vencer al gigante dentro de sus propios infiernos psicológicos, aquí y ahora, en este preciso momento, inmersos en la actividad más simple y rutinaria de la vida en plena atención y contemplación. El camino condujo luego de grandes luchas contra los demonios terribles del Hades, contra nuestro propio ego, hasta la libración del Prometeo Encadenado, del portador de la luz en el interior, quien robara el fuego a los Dioses. Hubo que eliminar al águila que devoraba incesante las vísceras de Prometeo, personificación de las pasiones animales que se roban constantemente el fuego solar. Llegando al jardín de las delicias –la sexualidad trascendente – el héroe se percata que no puede por sí mismo apoderarse de las manzanas del fruto del árbol de la ciencia. Recurre entonces a Altas que sostiene al mundo en sus hombros, la energía sexual en su forma prístina, y engañándole con cargar el mundo de la fascinación y de la fornicación sobre sus espaldas –mediante el control y transmutación del impulso sexual refrenado en el arcano – logra apoderarse de los sagrados frutos, evitando el derrame innecesario, la sexualidad pasional que esclaviza por la eternidad a cargar con la ilusión del mundo en el valle del Samsara, a no convertirse en el Atlas pasionario que vive en el ciclo interminable de nacimientos y muertes condicionado por la fascinación.
Concluye el decimoprimero trabajo de Hércules con la cristalización en carne propia de las tres fuerzas primarias del universo, con la expresión del anciano de los días en el héroe solar, habiendo sido su punto de partida los azares de la vida cotidiana de un hombre común, entablando batalla en todos y cada uno de los detalles de la existencia material y mundana, inclusive los que parecieron los más insignificantes y superfluos. La iniciación es la vida misma, el valor y significado profundo de los trabajos de Hércules, de los simbolismos profundos expresados en la mitología y narrados por el VM Samael en sus experiencias suprasensibles, debemos de concordarlos, corresponderlos y vivirlos dentro de nuestras propias existencias, en todos los instantes de nuestros momentos vitales, mientras trabajamos, cuando nos conducimos al trabajo mismo, en nuestras relaciones personales y familiares, en cada minúsculo detalle vital. Como es arriba es abajo, como es afuera es adentro, quien quiera la iniciación que la escriba en una vara.

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