martes, 29 de julio de 2008

¿Por qué son tan miserables?


Por: Alfredo M. Cepero - alfredocepero@ bellsouth. net - Cuando el Rey Juan Carlos pulverizó y paralizó a Hugo Chávez con su contundente "¿Por qué no te callas?" en la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile provocó un sentimiento de satisfacción y de euforia entre los millones de personas que hemos sufrido por años las diatribas de este bravucón pendenciero y mal hablado. Al fin alguien se decidía a tomar el toro por los cuernos, poner los principios por encima de los intereses y acentuar la hombría sobre el protocolo. Ni Juan Carlos ni Rodriguez Zapatero estuvieron dispuestos a tolerar el ataque vulgar y despiadado de Hugo Chávez contra el ex presidente José María Aznar y pusieron al bribón en su lugar. Pero esa alegría duró poco porque—como reza el refrán que muy bien ha demostrado conocer y aplicar el Rey Juan Carlos—"poderoso caballero es don dinero". A su regreso a Venezuela, el aspirante a rey por la gracia del petróleo amenazó con tomar represalias contra las empresas españolas que operan en el país. Empezaron entonces las presiones de esas empresas sobre la Moncloa y las súplicas de la Moncloa al Palacio del Pardo. Las mismas empresas que en las últimas tres décadas se han lanzado a reconquistar por medio de inversiones y comercio las colonias americanas perdidas en el Siglo XIX por las injusticias, la avaricia y la contumacia del antiguo Imperio Español. Ni tardo ni perezoso, Juan Carlos accedió a las súplicas de Zapatero y cambio la corona de rey por las alpargatas de bodeguero. Que lamentable espectáculo el de este heredero de Felipe II, en cuyo imperio no se ponía el sol, rindiendo el pabellón de la Casa de Borbón ante el banderín de los salteadores de camino de la Casa de Barinas. Que triste destino el de este rey que una vez hizo derroche de coraje en la defensa de la democracia española frente a los militares golpistas y ahora ayuda a matar las esperanzas de democracia en Cuba y Venezuela confraternizando con rufianes como el también golpista de Chávez y el terrorista de Castro. Fue así como se produjeron las sonrisas, los abrazos y el encuentro efusivo entre estos dos hombres la semana pasada en España como si nada hubiera pasado hace solo unos meses en Santiago de Chile. Algo así como una alianza entre la avaricia y la arrogancia facilitada por una total falta de principios y motivada por un descarado materialismo. No importa que Chávez haya hecho despliegue de su desprecio llegando tarde a la cita con el rey. No importa que el aristócrata español haya tenido que aguantarse los chistes de mal gusto del plebeyo venezolano. No importa que Juan Carlos haya tenido que tomarse un purgante para expulsar la bilis que tiene que haberle producido esta desagradable experiencia. Lo que importa es que la balanza comercial de España en su comercio con Venezuela siga siendo favorable a Madrid. Lo que importa es que el bufón de Miraflores haya prometido subsidiar las importaciones españolas de petróleo venezolano garantizando un precio máximo de cien dólares el barril. Dicho de otra manera y con la franqueza que demanda la dimensión de nuestra tragedia, España ha demostrado no estar interesada en la libertad de opinión, las garantías de procesos judiciales justos, la libertad de locomoción, el derecho a la vida, el derecho a un salario bien remunerado, el derecho a la propiedad y otros derechos humanos inherentes a la democracia ya sea en Cuba o en Venezuela. Sobre todo, si la defensa de esos derechos pudiera lesionar en forma alguna sus intereses comerciales. Y mucho menos en Cuba, donde todavía sangran por la herida de la derrota en la Guerra Hispano-Cubana- Americana. Donde además están muy preocupados de que nuestra cercanía geográfica a los Estados Unidos y los estrechos lazos entre cubanos de la isla y la comunidad cubana exiliada en Norteamérica puedan dar al traste con sus aspiraciones de hegemonía económica en una Cuba democrática. Por otra parte, somos muchos quienes en América nos sentimos identificados con lo español, sus tradiciones, su lengua y su literatura. Yo mismo soy descendiente directo por línea de varón del Capitán Francisco Cepero, quién llegó a Cuba acompañando al conquistador Don Diego Velásquez de Cuellar y murió en La Habana en 1548 en su casa ubicada en la esquina de Obispo y Oficios. Además, siguiendo conmigo y contando con vuestra indulgencia, mi juventud encontró inspiración y estímulo en la poesía de Fray Luís de León y Nuñez de Arce, de Bécquer y Campoamor, de Antonio Machado y García Lorca. Es por eso que la conducta mercantilista e indiferente del gobierno y los empresarios españoles con respecto a la libertad de Cuba es una profunda puñalada en los corazones cubanos. Por desgracia para todos los involucrados esta herida solo sanará con la aplicación de una dosis masiva de justicia donde los victimarios—tanto cubanos como españoles—paguen su deuda con las víctimas del castrismo. En conclusión, lo que si ha quedado atrás después de esta amarga experiencia es la consabida frase de "la madre patria" aplicada a España. Primero, porque las verdaderas madres no maltratan, explotan ni ignoran a sus hijos como ha hecho España con los hijos de aquellos hijos que abrieron para ella los vastos y ricos horizontes de un nuevo continente. En segundo lugar, pero tan importante como el primero, patria es la tierra donde dimos nuestros primeros pasos, escuchamos por primera vez el canto de las aves, disfrutamos la fragancia de sus flores y sentimos el corazón cabalgar al estampar el primer beso en la mejilla del objeto de nuestros amores. Con Martí decimos: "Patria es algo mas que derecho de posesión a la fuerza…..Patria es comunidad de intereses, comunidad de ideales, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas". De Andrés Eloy Blanco recordamos su bella metáfora contenida en un discurso ante el Congreso de Venezuela donde dijo: "Si la madre da pañal la patria da bandera". Cual habría sido el desasosiego de estos dos gigantes de la democracia y de la libertad si hubieran sido testigos del espectáculo bochornoso de este abrazo entre la democracia y la tiranía. Me aventuro a pensar que le habrían preguntado tanto a Juan Carlos como a Chávez: "¿Por qué son tan miserables?".

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