lunes, 7 de julio de 2008

La democracia congelada


Por: Autor: Teódulo López Meléndez - Publicado el 4 de July, 2008 en Teódulo López Meléndez, Columnistas, Internacional - La democracia venezolana se congeló sobre una panela de constituido. La COPRE fue apenas un picahielo incapaz de penetrar el grosor y la fortaleza del endurecimiento. La democracia se hizo una insuficiencia permitiendo esta agresión contra la dignidad encarnada por un Teniente Coronel que gobierna a la mejor manera del siglo XIX. La sociedad instituida por esos años de democracia posdictadura se endureció sepultando la voluntad instituyente de la sociedad. Este régimen actual es el típico caso mencionado por Regis Debray de una revolución que le cambia el nombre a todo y hace una fiesta en cada ocasión, pero, más allá, es una perturbación que prostituye y frustra la participación, convirtiéndose así en un apéndice de lo instituido con anterioridad a sí mismo. Es así, por ejemplo, exacto al modelo todo “para el Estado” en boga hasta los alrededores o inicios de los años 80, hasta que Carlos Andrés Pérez comenzó a desarrollar la tesis de “todo para el mercado”. La ciudadanía que dejó de destruir el período democrático ha sido objeto de un voraz consumisión bajo este régimen. Lo que aparentemente era una democracia consolidada mostró sus pies de barro con este retorno a un estatismo exacerbado que ve “terroristas ideológicos” en todo quien se le opone. Así murió –y sigue muerto e pesar de las farsas- el espíritu instituyente de una sociedad que languidece. Lo instituido –de lo cual Chávez es un representante pertinaz- hace teóricamente imposible la ruptura de una lógica y el mantenimiento consecuente de un cascarón vacío que otra cosa no son las perspectivas de una posibilidad democrática real. Una sociedad instituyente es aquella cuyo verdadero fin es ella misma, siendo el Estado, la democracia y todas las instituciones simples medios. Ahora bien, dentro de esta sociedad instituida que reproduce a las instituciones la única posibilidad es plantearse trascenderlas y ello pasa por una toma de decisión. Hasta tal punto debe estarse sobre lo instituido que la sociedad misma debe ser revertida en un proceso instituyente.
El Estado de Derecho es así un simple tránsito y el Estado Social de Derecho -aún en su concepción más avanzada- un simple trecho en procura de lo que la ciencia jurídico-política comienza a llamar Estado democrático avanzado o postsocial. Vivimos una época en que la política dejó de ser espacio de redención para convertirse en una imposibilidad frustrante. He repetido cientos de veces que el pensamiento y la política se divorciaron, convirtiéndose la segunda en un giro lamentable sobre lo instituido. En el caso venezolano he citado la llamada “plataforma ideológica” de Un Nuevo Tiempo como el ejemplo más patético del lugar común. La política pasó a ser la administració n de lo instituido despojándose de toda carga, incluso de aquella vieja concepción que la definía como “el arte de lo posible”. De allí a que los idiotas miren con sonrisas burlonas a todo el que piensa sobre la democracia considerándolo un “loco” que anda inventando fórmulas abstractas. Encontramos que quienes anuncian prácticas de “democracia representativa” la transforman en verdad en una situación deliberativa intrascendente incapaz de incidir con modificaciones sobre lo instituido. Lo representativo ha dejado prácticamente de existir al constituirse en un mecanismo conservador de lo existente y al no encarnar una voluntad expresada desde la fuente instituyente y lo llamado “participativo” ha sido convertido en una farsa que obtiene resultados exactamente contrarios a los necesarios. El actual gobierno, por ejemplo, es particularmente corrupto porque encarna a la perfección la mercantilizació n de la política que criticó al período llamado democrático y que ha llevado al paroxismo. Es necesaria la tensión modificadora que produce una sociedad en afán instituyente. Nos hemos planteado cambios institucionales y no cambios estructurales que son los propicios para el logro de la equidad social. De allí que ante la revolución verborreica del actual régimen venezolano la llamada oposición aparece como una avanzada restituyente de lo que ya este régimen destruyó, amén de prostituir los nuevos conceptos que deberán ser metidos en una lavadora con detergente. Hay que construir una ciudadanía y no tenemos tiempo como para andar proclamando que se requerirían 20 o 30 años de un proceso educativo profundo. Ya tenemos en el país factores capaces de convertirse en actores sociales para invertir los términos. Es lo que he denominado las “élites inteligentes” que mayoritariamente se mueven en el interior del país y no en su capital. Sin embargo, esas élites se mueven entre el cinismo y el nihilismo, como he analizado en otro texto, y que aquí puede llamarse pasividad consumista o administració n estricta de los intereses particulares. Hacerlas despertar hacia una autodeterminación ciudadana constituiría el quid del asunto y no la larga espera de formación poblacional masiva. Pasa por hacerlas interpelar y crear así una tensión. Ello implica innovación originada en un profundo discernimiento. Esto es, lo que llamo “élites inteligentes” deben poder ser convertidas en activistas en procura de la inclusión y del reconocimiento de derechos aún no reconocidos. He señalado el caso concreto de dos pelafustanes que dicen se van a reunir para decidir la unidad de la oposición en torno a las elecciones regionales. Se trata de la ruptura de una lógica instituida e impositiva que mantiene en vigencia un acuerdo social básico absolutamente inepto para atender a las necesidades políticas inmediatas de superación de un régimen autoritario e impide el poder arrollador de una sociedad instituyente. Ello implica una nueva ética política que hará posible la erupción de una nueva cultura política que posibilitará –entonces sí- el largo período de educación masiva en la formación de ciudadanos. Algo muy contrario al asistencialismo del estado, un perverso mecanismo que no hace ciudadanos sino aciudadanos. Cuando se fragmenta, se cambia la historia, se procuran eliminar hechos y nombres y se enseña que la movilización colectiva es inocua, se corroe el poder instituyente del cuerpo social. La sociedad venezolana actual está en fase negativa. La protesta es una simple pérdida de paciencia y la lectura de columnistas que insultan al gobierno un simple ejercicio de catarsis. Es lo que intentamos hacer: procurarnos algunos ciudadanos, ya dueños de esta condición, para comenzar a generar una cultura política esencialmente nueva. Ello pasa por hacer comprender que Chávez al pretender una liberación lo que hace es imponer una dominación. Cuando Chávez sale el 24 de junio a defender las “instituciones” está transitando de revolucionario a conservador. Las “instituciones” que Chávez salió a defender carecen de lógica liberadora; son apenas instrumentos de dominación. Ni respetan el Estado de Derecho ni avanzan hacia un proceso de transformació n. Sólo mantienen el status quo abusivo. Es decir, están en una situación conservadora extrema.
Lo que pretendo al hablar de ciudadanía instituyente no se refiere a un mito fundante. Me refiero a un agente (al agente) que impulsa permanentemente una democratizació n inclusiva donde no puede estar legalizado, por ejemplo, el abuso del Contralor Russian. De manera que esta oposición que el país rechaza –entre otras razones porque lo único que busca es la restitución de instituciones del pasado- está a años luz de la necesidad actual de la república, esto es, nada de considerar a la institucionalidad como razón de ser sino de la implementació n de una nueva lógica de la política. La política de resolución de conflictos y de armonización de intereses se basaba en el respeto estricto al orden legal vigente como única posibilidad política de mantenimiento democrático. Después del revolcón que hemos sufrido ese contexto de política está marchito, por la sencilla razón de que no hay instituciones (Chávez las inventa para justificar las inhabilitaciones) . Ahora bien, sin instituciones no se puede vivir en democracia. La paradoja es fácilmente soluble, puesto que al estar encerrados (como estamos) en la “sin salida” (repito que ya he hablado suficientemente de nihilismo y cinismo del siglo XXI) va a encontrarse inevitablemente con una reacción frente al sometimiento, una que también de manera inevitable va a estar marcada por una concepción de la política absolutamente distinta de esta que practican entre nosotros tanto gobierno como oposición. Hay, pues, esperanza, porque de la nueva ética saldrá racionalidad en la nueva construcción. Ello provendrá de la toma de conciencia de una necesaria recuperación (no del pasado, en ningún caso), sino del sentido. El país que las “élites inteligentes” deberán liderar es uno en lucha contra las distorsiones, una basada en una lógica alternativa. Pasa porque los ciudadanos tomen como nueva norma de conducta la no delegación, lo que a su vez implica la asunción del papel redefinidor lo que la hace responsable en primer grado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Su Comentario