lunes, 7 de julio de 2008

Tiempos difíciles


Por: Joaquín Piat, Columnistas, Opinion - Verdaderamente este nuestro planeta, se ha transformado en un mundo difícil. La hipocresía y la cobardía disfrazada de “buenas maneras” o “convivencia civilizada” nos asfixian cada día más. Como católico apostólico romano, me dicen debo ajustarme a las enseñanzas del Evangelio; y ante el oprobio, la mentira y la violencia de todo tipo, incluida la física, debo colocar la otra mejilla, declamar con la Constitución Nacional bajo el brazo y rezar esperando que Dios se apiade de nosotros. Creo que obrando solamente de esta manera, se me estruja el corazón decirlo, pero la cosa no camina, es más… en todos los frentes (el social, el familiar, el comunal, etc.) estamos involucionando, es decir retrocediendo. Ahí es cuando me acuerdo de san Bernardo y me siento contenido por su célebre “A Dios rogando, pero con el mazo dando”. Muchas veces me he preguntado si mi falta de paciencia y la personalidad que formé fruto de la actividad que elegí para crecer en la vida, me estaban impulsando a un error de apreciación del problema, mas si bien puede haber algo de ello, me doy cuenta que esto que me ocurre lo sienten o padecen bastantes personas incluidos, vale la pena destacarlos, hasta religiosos con una formación superior a la media conocida. Explico mejor; asistiendo hace dos noches atrás a una charla formativa pronunciada por una persona de las características expresadas anteriormente, la misma terminó con una pregunta (previa a la afirmación por parte del disertante de “no estoy haciendo con esto una apología de la violencia”): “¿que pasaría si con la misma firmeza que utilizó la gente del campo para reivindicar sus derechos, nosotros los cristianos nos hubiésemos opuesto a las leyes provinciales y nacionales que promueven el aborto, la prostitución, la enseñanza en las escuelas de una libertad sexual en donde la ética y a moral están ausentes, etc.?”. La repuesta a dicha cuestión cada uno de los presentes se la imaginó, pero desde luego el común denominador que habría tenido la misma, no es difícil elucubrarlo, es que ninguna de esas “plagas sociales modernas” habrían sido acordadas con tanta facilidad como la realidad lo indica, o directamente no habrían sido impuestas. El lector pensará que en lo particular yo me sentí más conforme al terminar la charla relatada, les aseguro que no fue así; al contrario salí con enojo de dicha reunión, pues nuevamente en mi ánimo e inteligencia sentía que estaba recibiendo un “doble mensaje”; algo así como “pongamos la otra mejilla pero… ante la pasividad de las instituciones, la interpretación tramposa de las leyes, los grupos de mafiosos y pandilleros que nos dominan y la anomia generalizada… HAGAMOS ALGO… además de rezar”.
Releyendo la historia, no conozco ningún gobierno fuerte (llamémoslo como se desee, dictadura, autocracia, etc.) que voluntariamente haya dejado el poder; cuando ello sucedió, fue debido a que la historia opuso una fuerza de mayor intensidad que terminó por doblegarlo. No deseo ahora yo destilar con mis ideas un doble mensaje. No estoy haciendo una apología de la violencia para enderezar el oscuro destino hacia el cual nuestra patria se encamina, arrastrada por un hato de desorbitados insensibles al bien común, e impermeables en su inteligencia a los cercanos problemas en que ingresará la humanidad toda (alimentación, energía, cambio climático, etc.); lo que trato de expresar es que el único camino que percibo, es mediante la organización en bloque y en fuerza de todos aquellos en que todavía el sentido común rige sus actos y deseos; logrado ello, sepamos que deberemos defendernos (en el sentido amplio del término) hasta que el país vuelva a la vigencia real de las leyes y las instituciones; en caso contrario probablemente de un solo soplo o con un amague, conocidos pandilleros o quienes los reemplacen esfumaran nuestras esperanzas de libertad y de una vida decente para nuestros descendientes. Creo que ya es hora de descartar la hipocresía generalizada en la cual la mayoría hemos caído; si o si debemos llamar a las cosas por su nombre y recordando a San Bernardo, pasar a un accionar mas concreto en la búsqueda de los objetivos de nuestra sociedad. Evitemos sufrir lo que vivieron los Cristeros en el Méjico, en la primera parte del siglo XX.

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