Por: Lucio Herrera Gubaira - El temor a la muerte es natural en los seres vivos racionales. Es por el instinto animal de supervivencia de la especie. Es la inseguridad ante lo desconocido, que algunos por creencias religiosas y fe, atenuamos. Lo cierto es que el ser humano ha tenido siempre miedo al final de la vida biológica. Desde que conocimos por televisión a Hugo Chávez, un febrero ya remoto, le hemos visto ese terrible terror que siente ante lo que será, al igual que el de todos los hombres, su mas seguro destino, la muerte. No se me acuse por esta afirmación de apología del delito o incitación al homicidio. Me refiero a un fallecimiento natural, porque como todos nosotros él debe saber que algún día, cercano o lejano, sus restos se convertirán en polvo, o tal vez en cenizas como se hace costumbre en estos tiempos de incineración. El presidente ha demostrado que no quiere encontrarse con la Pelona. Es entendible, nadie quiere adelantar ese momento. Todos pensamos que nos queda algo o mucho por hacer. Pero es que lo que siente el jefe de estado no es otra cosa que pánico, algo que algunos especialistas en los temas de la mente podrían considerar patológico y que el ha demostrado en muchos momentos de su vida: Cuando lo vimos entregarse en el Museo Militar sin hacer resistencia, dócilmente, antes que las balas llegaran a La Planicie , después de que muchos fueran acribillados en la Casona o Miraflores. Cuando ordenó activar el plan Ávila para reprimir una marcha civil que se acercaba a Palacio un mediodía de abril. Ese mismo miedo que en su angustiada cara se veía cuando salió detenido de la casa de Misia Jacinta y que le llevo a llorar en presencia de un cardenal y de muchos oficiales militares. Ese que lo hace ser el Presidente de América Latina que gasta mayor cantidad de dinero en seguridad, con numerosos anillos dirigidos por personajes del G2 cubano. El que no le deja caminar libremente por ningún barrio o urbanización de Venezuela. El miedo por el que obliga a todo miembro de la Fuerza Armada a entregar su arma de reglamento antes de sentarse a aplaudir en uno de sus “Alos”. Es que el hombre realmente siente pavor ante lo inexorable. Hoy cuando escuchamos de nuevo el tema del magnicidio, rayada perorata de un régimen ahogado en escándalos, le quisiera pedir al presidente un poquito de guáramo. Y le voy a dar algunos ejemplos para que se inspire. Que no crea que voy a citar a Fidel, Camilo o el Ché en Sierra Maestra, tampoco a quines pretendieron invadirnos desde Cuba, en los sesenta, por Machurucuto. Quiero ponerle como ejemplo el valor de muchos venezolanos de a pie. El de las madres que a diario salen a luchar por el sustento de su familia. El de un taxista atracado o un trabajador asaltado en una buseta un viernes. El de un joven deportista que enfrenta a un jíbaro que vende drogas en la cancha del barrio. El del uniformado honesto, que los hay, que se bate a tiros contra superarmadas bandas de delincuentes por un salario miserable. El valor de los miles de secuestrados de este país y de sus familiares que tienen que seguir adelante después de esa desgarradora y terrible experiencia. La valentía de periodistas agredidos por cubrir una fuente oficial. El valor de ciudadanos intoxicados por “gas del bueno” que les lanzan cuando expresan a viva voz que no están de acuerdo con lo que pasa en Venezuela. El coraje no significa no temer. Valor es superar el miedo. El presidente dice temer a los mísiles de Posada Carriles, y a esa que llama “ultraderecha violenta”. Nosotros tenemos muchas mas razones por las que sentir miedo. No tenemos quien nos cuide y sin embargo seguimos luchando a diario, con nuestras familias, para vivir en este país que amamos. Por eso queremos pedirle a Hugo Chávez que deje esa pendejada de estar a cada momento con el temita de que lo van a matar. Sería éste, al menos, un acto de respeto a los dolientes de más de cien mil venezolanos asesinados durante sus diez años de gobierno.
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