miércoles, 2 de julio de 2008

La Asamblea que yo conocí


Por: Guillermo Bringas - Padecí durante casi 7 años en la AsambleaNacional. Y digo padecí, porque cuando un ser humano no está orgulloso de lo que hace, no trabaja, no señor, padece. Durante todo ese tiempo mi vida profesional fue un bochorno. En la nómina de nuestro orondo Parlamento figuraba como 'comunicador social'. Viví entre palurdos y mediocres haciendo aguaje de trajín por los pasillos. No tengo espacio suficiente aquí para describir ese mar de licenciados y licenciadas cumpliendo horario y preguntando todo el día: '¿ya depositaron? '. Callé y callé, no asistí a las marchas y contramarchas. Me limité a coleccionar los bauches y los aguinalditos. Fui cómplice y alcahuete del boom petrolero del siglo XXI. Bozal de arepa de por medio, me limité, como todos mis colegas, a cuestionar al régimen entre susurros, muecas y gestos disimulados. Aprendí pacientemente el doble lenguaje de los beneficiados en el festín del oro negro: el disimulo y el culillo. Me plegué al ejército de culillúos satisfechos de la AN: salarios superiores al resto de los venezolanos, seis meses de aguinaldo, cinco semanas de vacaciones con disfrute de casi dos meses de salario, cesta-ticket equivalente a un salario mínimo, HCM full para el núcleo familiar, dotación anual de ropa y calzado, bonos y más bonos, beneficios y más beneficios, reposos y más reposos. Toneladas de horas-hombre que a nadie le interesan y a nadie benefician. Miles de millones de bolívares del erario público vanamente gastados. El monstruo obeso e insaciable de la administración pública. Y toda esa manguangua, estimados lectores, como recompensa por unos piches boletines de prensa de dos cuartillas que no lee nadie. Los periodistas sabemos bien que las informaciones emanadas de entes gubernamentales huelen a pura coba. Nadie las toma en serio. Son pasquines y mentiras oficiales. Reseñas y entrevistas complacientes. Gloria Cuenca sostiene que no hay t! al cosa como 'periodismo institucional' , pues las instituciones ocultan, manipulan y tergiversan información, antítesis del periodismo. Estoy de acuerdo con ella. Particularmente recuerdo con sonrojo cuando me tocó cubrir, previo a la reforma constitucional, esa deplorable mentira que la Asamblea Nacional denomina 'parlamentarismo social de calle'. Un tinglado de lumpen a sueldo y de fanáticos, que siempre son los mismos, arreados la mayoría a punta de dádivas y limosna. Cada uno con un cencerro al cuello que hace sonar estrepitosamente cuando nombran al Comandante, que aplaude cualquier pobre ocurrencia del diputado de turno. Y luego, sentarse a redactar esa farsa, y, peor que peor, rubricarla con tu propio nombre. Pero bueno, quince y treinta es quince y treinta. Bozal de arepota y hacerse el loco. Finalmente, mi vergüenza pudo más que mi necesidad, y renuncié. Algunos me tomarán por tonto, quizá con razón, pero ahora que se acerca el día del periodista, deseo abogar por la dignidad de este oficio y excusarme ante la opinión pública, aunque nadie me lo haya pedido. Siempre habrá pretextos para justificar nuestras comodidades y nuestros miedos. Los míos se agotaron.

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