Por: Elide Rojas - Si el comandante lo dijo, hay que hacerlo. Atacar a los medios es la última, aunque también reiterada manía del líder intergaláctico. Y, claro, para estas y muchas otras, cuenta con el incondicional seguimiento de sus monaguillos de siempre: los revolucionarios del Este, los sacrificados revolucionarios de camionetota, Ardí y soldaditos de la Guardia Nacional al frente de su casa ¡Qué lujo! Y ese es el problema de esta revolución. No el problema. En realidad es uno de los problemas. Por más que el comandante golpista se le vaya la vida hablando de que ser pobre es bueno, que ser rico es malo, que las camionetotas son innecesarias, que hay que andar por ahí en pelota con tal de reforzar al proceso o que es mejor meterse una arepa de conchas de ajo que una chuleta, más que la paja encadenada, lo que importa son los hechos, la realidad. Y en ese aspecto los revolucionarios más bien se parecen al padre Alberto, el galán de Miami Beach. El cura por un lado manda a todos los feligreses a seguir a ciegas los 10 mandamientos, incluyendo aquel que prohíbe andar en cosas raras con féminas y menos sin son la mujer del otro. El caso es que el cura playero hace todo lo contrario. Lo mismo ocurre con estos Ché Guevara devaluados. Dale con la moral y la ética revolucionaria. Dale contra los ricos. Dale contra las casas de lujo y los gastos innecesarios. Dale contra la viajadera y la gastadera de dólares. Dale contra los carros de lujo. Dale contra los colegios privados y las clínicas privadas. Dale contra los casinos y los hipódromos. Dale contra el imperio. Y la verdad verdadera es que estros revolucionarios de pacotilla, en su gran mayoría y especialmente los próceres, viven en el Este de Caracas en costosas urbanizaciones (las más caras), tienen los mejores carros importados, beben whisky del bueno, de 18 años en adelante. No dependen de la migaja de dólares de Cadivi, tienen buenas cuentas en el exterior, viajan hasta Miami cada vez que hay un puente y si es más larguito se escapan a costosísimas islas del Caribe, donde algún rico alcahuetea el acto revolucionario mirando para otro lado. No pueden ver un centro comercial. De inmediato ejecutan una emboscada guerrillera y compran todo lo que ven, especialmente sus mujeres. Viajan en cambote. Son patas de revolucionarios acomodados que, además, deben llevar a toda la familia. Para eso hay plata. Si les sale un juanete, o una carnita en un ojo, no van a Barrio Adentro. Los chamos revolucionarios van a colegios caros, de curas o de colonias extranjeras. Y juegan beisbol en escuelas privadas de pelota. Pero, muy importante. Los revolucionarios nuevos ricos son muy sensibles. No se es puede decir nada. De inmediato brincan, demandan y hasta amenazan con comandos que buscarán al oligarca agresor hasta debajo de las piedras. Es que ser revolucionario y rico es malo, solamente si se sabe. Es que son unos hipócritas de marca mayor. No hay manera de que un revolucionario de estos nuevos ricos esconda en qué anda, a dónde va y cómo gasta los reales. Los ve todo el mundo. El único que no ve ni sabe nada, cosa rara, es mi excelentísimo comandante, inmaculado revolucionario, pero ciego de perinola, Hugo Chávez Frías. Lástima. Para ir a la guerra, como dice, se necesita mejor vista. Y si es el radar anticorrupción que dice tener, pues debe mandarlo a China para que lo arreglen. No sirve.
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