jueves, 11 de septiembre de 2008

Sus Ojos Se Cerraron Y El Triunfo Sigue Andando

Resulta que un pendenciero,
guapo de barrio, peleón…
Bueno, más bien fanfarrón,
buchipluma y bullanguero,
merced de un gran desespero
que era incapaz de admitir,
cuando se dispuso a huir,
suspirando un ay bendito
lo asustó su mismo grito
y lo que hizo fue embestir.
Se abalanzó sin medir
el poder del contendor,
quien, viéndolo en su pavor,
fácil lo dejó venir,
para luego definir
un preciso movimiento
que hizo caer al violento,
proporcional a su ataque,
en aparatoso jaque,
tirado en el pavimento.
No debe ningún invento
de este hombre desesperado
distraer a quien,
basado en su estricto entrenamiento,
sabe que este enfrentamiento
tiene a los rojos confusos.
Si él mezcla con los abusos
la ostentación de su fuerza,
su amenaza, aunque perversa,
tiene parajes difusos.
Hoy se apadrina con rusos
como el niño que nos grita:
“¡Te voy a echar tu peguita!”,
señalando a unos intrusos.
Ni que cambien los obtusos
sus barajas repetidas,
se verán favorecidas
las elecciones de rojos.
El hombre cerró los ojos,
se enfrenta a un paracaídas.
Octavio Montiel

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