jueves, 4 de septiembre de 2008

La imaginación contra la inercia


Por: Alberto Rodríguez Barrera - Quienes crecimos con la política respirándonos en el cuello, conscientes de la devaluación en que hoy en día se encuentra, sabemos que el llamado actual no es otro que un grito: ¡despertar! Sabemos también que nada obstaculiza el avance de una ciudadanía consciente, pero poco pensamos en lo que significaría para ella ser totalmente consciente, no explotable ni digna de lástima. Crear consciencia puede ser peligroso, especialmente cuando debe comenzarse por explicar que no significa hacerse rico, tener dos carros, motos o un televisor de plasma. Hoy significa que se sufrirá un poco más aún, y eso es lo primero que hay que comprender. Pero no estaremos muertos, no seremos indiferentes, no seremos insensibles, no nos alarmaremos ni entraremos en pánico y no lanzaremos huevos podridos porque no entendamos. Querremos comprender todo, hasta las cosas desagradables. Aceptaremos más de lo que consideramos hostil, maligno, amenazador. Escucharemos más y hablaremos menos. Aunque algunos evolucionan rápidamente y otros evolucionan a paso de tortuga, el compositor Edgar Varese decía que "sólo existe el ir." Es la ley del universo. Si no acomodamos nuestro ritmo al ritmo universal recaemos, regresamos, nos hacemos vegetales, amebas o satanáses encarnados. Esto implica abrirle espacio a otros, los que vienen, los que ya están arañando los ventanales con algo más que pestañas y gemidos tristes. No hay nada más mortal que el status quo, en democracia, fascismo, comunismo, budismo o nihilismo. Si se tiene un sueño de futuro, hay que saber que algún día se podrá realizar. Los sueños se hacen realidad. Los sueños son la propia substancia de la realidad. La realidad no es protegida o defendida por leyes, proclamaciones, ukases, cañones y armadas. La realidad es aquello que está brotando todo el tiempo de la muerte y la desintegració n. No se le puede hacer nada, a no ser estar más y más atentos. Aquellos que están parcialmente atentos son los creadores; aquellos que están totalmente atentos son los dioses y ellos se mueven entre nosotros silente y desconocidamente. La función del artista, que es sólo un tipo de creador, es despertarnos. Los artistas estimulan nuestra imaginación. Ellos nos abren porciones de la realidad, abren las puertas que generalmente están cerradas. Nos molestan, algunos más que otros. Parecen tan pequeños e indefensos, pero cuando dan en el clavo causan estragos inestimables. Quienes están dormidos tienen buenas razones para temerles. Porque traen la luz que mata, además de iluminar. Hay figuras solitarias armadas sólo con ideas, a veces con una sola idea, que desaparecen épocas enteras donde la gente se envolvió como momias. Algunos son lo suficientemente poderosos como para resucitar a los muertos. Algunos nos agarran desprevenidos y nos echan un embrujo que requiere siglos para sacudirlos. Algunos nos colocan una maldición, por nuestra estupidez e inercia, y entonces pareciera que ni Dios mismo es capaz de quitarla. Detrás de toda creación, que nos sostiene como un arco, está la fe. El entusiasmo no es nada: viene y se va. Pero si uno cree, ocurren milagros. La fe no tiene que ver con ganancias; si con algo tiene que ver, es con profetas. Quienes saben y creen pueden predecir el futuro. No quieren poner algo encima; quieren poner algo debajo de nosotros. Quieren darle soporte sólido a nuestros sueños. El mundo no sigue andando porque es una proposición que paga. El mundo sigue andando porque en cada generación hay unos pocos que creen completamente en él, que lo aceptan incuestionablemente y que lo subrayan con sus vidas. En la lucha para hacerse entender crean música; tomando los elementos discordantes de la vida, tejen un patrón de armonía y significación. Si no fuera por esta lucha constante de parte de los pocos tipos creativos, para expandir el sentido de la realidad en el hombre, el mundo se moriría literalmente. Es bastante obvio que no son los legisladores ni los militaristas quienes nos mantienen vivos. Nos mantienen vivos quienes tienen fe, quienes tienen visión. Son como gérmenes vitales en el proceso sin fin de transformarnos. ¡Abran espacio , entonces, para quienes dan vida! La tierra y los habitantes drogados por la inercia, que aceleran los crímenes y los robos, deben ser agarrados por la cola para hacerlos girar en el aire, si es que de acabar con todo de una vez se trata. Hay que preguntar si estamos sordos, mudos y ciegos. La música que escuchamos no tiene sonido. Como si la masacre en marcha no produjese efecto; porque los titulares trágicos no producen lágrimas. ¿Rebotamos en un mundo de goma? ¿Se trata de tirar la toalla o de echarnos colirio cosmológico? La muerte es una cosa y lo mortífero otra. ¿Cómo podemos oír del todo si no escuchamos los gritos de la gente en agonía? Sería algo milagroso seguir estadísticamente tullidos, envenenados, mutilados, encima de sordos. Cuando las bombas y las metralletas suenen no habrá efecto en la audiencia. Ni los aparatos de sonido encendidos con diabólica intensidad podrán competir con el ruido de las metralletas y los bombarderos. Y entonces, ¿más silencio? ¿Todos impactados y postrados? ¡Ese sí será un silencio arrollador! No será música para nuestros oídos. Será un silencio impregnado de sonido que llenará el vacío de las almas que no sintieron nada. Será un mañana donde todo lo que damos por sentado tendrá una nueva cara. Los campos de siembra serán un desierto. Los ciudadanos escaparán hacia los bosques para buscar tubérculos en cuatro patas, como animales. El espíritu de la auto-destrucció n tiene maneras extrañas. El gran organismo que llamamos Sociedad podría descomponerse hasta moléculas y átomos, sin dejar vestigio de alguna forma social que pudiese llamarse cuerpo. Lo que llamamos "sociedad" podría transformarse en una disonancia interrumpida para la cual no se encontrará algún acorde que resuelva. Sólo conocemos una pequeña fracción de la historia del ser humano sobre la tierra. Es un largo, tedioso y doloroso registro de cambios catastróficos que a veces involucraron la desaparición de continentes enteros. Contamos la historia como si el hombre fuera una víctima inocente, un desvalido participante en las erráticas e impredecibles revoluciones de la Naturaleza. Quizás fue así, pero ya no es así. Lo que ahora pasa en la tierra es hechura nuestra. Hemos demostrado que somos los amos de todo, menos de nuestra naturaleza. Hemos llegado a un punto de la consciencia donde ya no podemos permitir seguir mintiéndonos. Ahora la destrucción es deliberada, voluntaria, auto-inducida. O avanzamos o caemos; podemos elegir; mañana no. Por rechazar elegir nos llenamos de culpa, todos, los que hacen la guerra y los que no. Estamos llenos de asesinatos. Nos estamos odiando. Y hoy no bastan las palabras paz, coraje, paciencia, fe. ¿De qué sirven las palabras si el espíritu detrás de ellas está ausente? Sería muy triste el camino donde nuestras palabras estén muertas, donde la magia esté muerta, donde sigan amontonándose los muertos y donde sea el desierto el único lugar donde podamos respirar sin ser asfixiados por la hediondez de la muerte.

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