jueves, 12 de junio de 2008

Un Ave, Un Hombre



Por: Jesús Alejandro Godoy - Mayo 17, 2007 Una noche el hombre soñó que era un águila. Era la primera vez que tenía un sueño de ése tipo, y se sintió feliz cuando abrió los ojos. No estaba acostumbrado a la oscuridad... La oscuridad real. Esa que hace tan tenebrosa todas las cosas, y que nos hace ver rostros desfigurados de nuestros monstruos íntimos dentro de las sombras. No estaba acostumbrado a la oscuridad. Hasta que la vi. No estaba acostumbrado a los milagros... Un águila se quita el pico a golpes contra una roca, para que nazca en su lugar uno más fuerte y temible. Dicen que el dolor es tan terrible, que el ave luego de realizar tal acto de evolución, se deja caer como fulminada por un rayo y no despierta de su sueño hasta que el nuevo pico asoma. Cuando el pájaro se repone totalmente, está tan débil por la falta de comida, que apenas puede batir las alas; así que solamente se deja caer desde un punto de la montaña, y se deja llevar por el viento, con sus alas desplegadas en toda su extensión. Mientras va descendiendo, los animales perciben su presencia; y ya sea por instinto, o por que logran divisar el vuelo, empiezan a huir despavoridos en todas direcciones; y todos ignorantes de la debilidad del águila, creen estar ante un inminente ataque mortal. Los animales de mayor tamaño no huyen, pero cautelosamente se cubren bajo los árboles más frondosos, cerca de setos, o debajo de alguna saliente rocosa. El águila finalmente, cuando está muy cerca del suelo, con las ínfimas fuerzas que tiene, se eleva una vez más, formidablemente hacia el cielo lanzando un chillido, hasta que se pierde detrás de algunas nubes. Dicen que es un rito. Una forma de expresar que su alma es inmortal más allá de la soledad de su prueba. Otros dicen, que ésa es su manera de avisarles a los demás animales, a los cielos, y a sí misma; que ya era hora de saltar... Dicen que eso es renacer. Un hombre camina por la vida sin dirección alguna, y va temblando como una hoja frente a todos los avatares de sus decisiones. Ya la mitad de su vida pasó, y si existe algún significado para la palabra "fracaso", sabe muy bien o siente, que él mismo puede ser ése significado. Tiene grabado a fuego en su memoria, una muy buena explicación para lo que es ser mediocre, lento, o falto de gracia. De niño había sido una estrella en todo lo que se proponía; pero las mismas personas que lo iban educando, le hacían ver cada día que era tan bueno para esto, ni tan bueno para lo otro. Y esperó. Empezó a creer todo lo que su entorno decía de él; y para no defraudar a ninguno de los que consideraba necesarios para su vida, actuaba en consecuencia sumisamente ante los demás como un bufón de sí mismo; fue por eso que se acostumbró a perder, a faltar a su verdad, y hasta a humillarse a sus sueños, esperanzas, caminos y oportunidades. Por fuera era fuerte, pero por dentro era tan débil como un quejido; y todo o casi todo lo que hacía, terminaba en fracaso. Un fracaso tras otro, una lágrima tras otra. Había sabido llevar tímidamente algunos trabajos y algunas mujeres; pero tanto sus labores, como sus relaciones, habían terminado en rupturas siempre de las otras partes. Se veía a sí mismo como un enano caminando entre gigantes, o como un insecto caminando junto a personas bellas, hábiles, y tocadas por alguna extraña y secreta varita mágica, que Dios guardaba en algún cajón de su enorme escritorio celestial, y que siempre olvidaba blandir cuando él tenía un proyecto entre manos. Llegó a suponer que esa varita la usaría con él el día en que muriese, ya que en vida no parecía ser dueño de nada. Así, que el hombre empezó a buscar la muerte de alguna manera. Le temía al suicidio, así que se dijo que esperaría ser viejo para que la muerte lo sorprendiera una mañana, tomando su desayuno; o alguna tarde, mientras hablaba a solas con su perro... Y esperó... Y esperó. Una noche el hombre soñó que era un águila. Era la primera vez que tenía un sueño de ése tipo, y se sintió feliz cuando abrió los ojos. Se desperezó y miró el cielorraso de su habitación repleto de humedad. Se sorprendió un poco por sus cuadros viejos y torcidos, la cama olorosa y el piso polvoriento. No dijo nada. Solamente sonrió. Se levantó y caminó torpemente hacia el baño, y sacó la lengua frente al espejo; se rascó la entrepierna mientras orinaba y se descubrió silbando una alegre tonada. Se lavó el rostro con agua tibia, se peinó con las manos y luego se preparó una taza de cacao caliente y tostada con manteca; encendió la Tv. y sonrió. Luego de terminar su desayuno, salió hasta el patio trasero de la casa, encendió un tímido fuego en medio de la fría mañana, y tranquilamente fue llevando cajas y cajas de fotografía, cartas, recuerdos y miles de papeles amarillentos, que sólo le hacían recordar todo lo que creía de él mismo; todo lo que había vivido, todo lo que sentía hasta ése día. El perro medio zonzo que siempre lo había acompañado, notó algo extraño en su dueño, y fue la primera vez también, que no le había saltado con las patas sucias sobre los pantalones. Luego de que el fuego se consumió, miró el cielo, miró el sol que despuntaba e inhaló todo el aire que pudo. Cantando, sacó a rastras todos los muebles y cosas del interior de su casa, las dejó fuera para orearlas y casi al trote fue a comprar pintura. Mientras pintaba su habitación, el living y la cocina, las voces que le decían que estaba haciendo las cosas mal empezaron a escucharse fuertemente, pero a mitad del día fueron perdiendo fuerza; y cuando dio la última pincelada a su obra, las voces se habían acallado para nunca más volver. No se forzó por complacer a nadie en sus recuerdos, y no se mostró contemplativo con nadie. Era él. Solamente él y su vida. Ya estaba viejo, pero no importaba. Se felicitó por su trabajo, y guardó los muebles. Se duchó, se cambió de ropas, y tomó un bolso. Le pidió a sus vecinos que cuidasen de su perro hasta su regreso, y partió en busca de la montaña más alta, el lago más profundo, el cielo más claro y la lluvia más rítmica. No importaba dónde, no importaba. Descubrió que era libre. Disfrutó por primera vez de su libertad. Un tiempo después se dio cuenta que no solamente era libre; sino que también, un excelente nadador, un sabio alpinista, un buen orador y un muy buen comerciante. Los que lo conocieron dicen que el hombre solamente se dejó llevar por el viento; y que luego, se dejó caer hacia una nueva vida. Otro dicen que fue como un rito... una forma de avisarle a los cielos que ya era hora de empezar una vez más. De saltar. Dicen que eso también es renacer. ¿La oscuridad...? La oscuridad que vi, solamente llegó antes de empezar a vivir realmente... y valió la pena ese horrible dolor; porque aprendí que hay que adentrarse en las verdaderas sombras, para luego reconocer la verdadera luz. ¿Milagros...? Sí... He presenciado uno de muchos. Has presenciado, uno de millones. http://www.tinku.org/content/view/1948/15/
Publicado en Noticiero Digital

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