sábado, 28 de junio de 2008

El eructo que salvò a la Repùblica

Por Antonio Sánchez García - La bolivariana será la primera revolución que entre al Libro Guiness por haber batido todos los récords de bizarría. Desde el “por ahora” y la fritura de cabezas hasta el tristemente célebre “esta noche te voy a dar lo tuyo”; desde “esa victoria de mierda” hasta los ojitos espías de DirecTV, faltara tinta para imprimir el Libro Rojo-Rojito de las citas del Gran Comandante y sus secuaces. Desde luego: no faltarán los testimonios de sus conversiones al maoísmo, al estalinismo, al leninismo, al castrismo, al budismo, al confucionismo, al islamismo y así hasta el infinito de las ciudades y palacios que ha visitado, las iglesias que ha aplaudido, los líderes con los que se ha abrazado, los monarcas y Papas que lo han bendecido, las solapas de los libros que ha ojeado. Pero faltaba una declaración estentórea, de esas que pasan a la eternidad sobre el mármol, la piedra o el bronce, del estilo del “Crear dos, tres Vietnam…”, “la historia me absolverá”, “todo el Poder a los soviets”, “mi reino por un caballo”, “desde estas Pirámides cinco mil años os contemplan”, “sangre, sudor y lágrimas”, “más temprano que tarde volverá por las anchas alamedas…” y así el catálogo celebérrimo de la cursilería política universal. Desde el Anche tu, Bruto, la historia no ha podido moverse sino al compás de alguna frase broncínea. No hay república que no las tenga. Venezuela no contaba desde hace un siglo con el auxilio de una frase inmortal como para acerar su culto patriotero. La generación del 28 fue extraordinariamente sobria y mesurada, como lo demostraran Rómulo, Jóvito y Otero Silva. No así el caudillismo vernáculo. La última en esa desgraciada tesitura la dijo Cipriano Castro al referirse a “la planta extranjera que ha osado hollar el suelo sagrado de la patria”. Pero pronto pasó al ridículo, cuando el compadre, en un clásico gesto de la traición de entornos que acecha a todos los caudillos, decidió mandarlo al carajo. Ya se había olvidado aquella de Centralismo o Federación que inflamara a Ezequiel Zamora. Y Bolívar, que además de culto e inteligente tenía el clásico buen gusto de todo buen aristócrata, no se permitió más que una sola, tan cursi, tan estremecedoramente absurda y tan descabellada como todas las frases marmóreas: “si la naturaleza se opone, a la naturaleza venceremos”. O algo por el estilo, pues la frase pasó a los anales en la pluma de un realista contumaz y opositor antibolivariano de los más talibanes: José Domingo Díaz. Y bien puede haber sido inventada por él o malinterpretada. Aunque los juramentos de Roma y del Chimborazo tampoco es que no puedan entrar al Guinness del kitsch republicano. Pero nada de todo lo anterior puede superar a la última frase para la eternidad expelida espontáneamente por el espíritu del inefable gobernador de Carabobo por gracia y obra del teniente coronel, su padre político y mentor espiritual, Hugo Rafael Chávez Frías: el general de la república Luis Felipe Acosta Carles. Conmovido hasta las lágrimas y despechado en lo más íntimo por el desprecio presidencial, no pudo reprimir este general de la república bolivariana de Venezuela por más tiempo expresar a voz en cuello lo que considera su gran aporte a la historia de la Nación : “mi eructo salvó a la República ”. ¿Imaginable algo más estrambótico y estrafalario que un eructo salvando del caos y la desintegració n a una república de dos siglos de existencia? Sólo podría ser superado por otra suerte de gasofagia. Esperamos pacientemente que alguno de los miembros preferidos del entorno, por ejemplo el capitán Rodríguez Chacín salve a su admirado teniente coronel con un sonoro, fétido y descomunal “meteorismo”, como los cursis suelen nombrar esa cotidiana y universal excrecencia intestinal llamada popularmente peo. Capaz de espantar la eventual invasión de los marines norteamericanos ya en cabeza de playa. Nada de extraño tendría. Como diría Chivo Negro: así son las cosas. Si el general Acosta Carles pasará a los anales de la historia militar de la república por haber emitido el más trascendental de los eructos, el capitán Rodríguez Chacín lo hará en los registros policiales por haber reformulado la criminalística: alrededor de ochenta y cuatro mil asesinatos, correspondientes al 70% de los homicidios registrados en lo que va de gobierno bolivariano, según el ministro de interior y justicia van a cuenta de mortales enfrentamientos entre bandas y por lo tanto “ no afectan la seguridad ciudadana”. En otras palabras: la existencia de decenas y decenas de miles de bandas – pues para que muera tal cantidad de bandoleros la cantidad total de ellos debe superar con creces el millón y nada tendría de raro que alcanzara la nada módica suma de un 10% de la población venezolana capaz de empuñar una arma – no es un indicio irrebatible de la espantosa inseguridad en que naufraga la ciudadanía venezolana y sus enfrentamientos dignos del lejano Oeste o el Chicago de la ley Seca no producen zozobra ni pérdidas lamentables entre los ciudadanos. No es digno de Guinness, sino de Ripley. En un país medianamente decente y no consumido por el folklore de lo real-maravilloso, declaraciones de este jaez provocarían escándalo público y la inmediata dimisión de quienes así se expresan. No sólo por el desprecio a los derechos humanos y a la moral pública que suponen – el eructo y las cuentas medico-legales – sino por la franca debilidad mental, por no decir oligofrenia, que manifiestan. Un gobierno cuya máxima cabeza visible, precisamente la encargada de la seguridad, justicia y defensa ciudadana, puede sostener sin que sea retirado de inmediato de la circulación que un homicidio sufrido por razones pasionales no debe ser considerado en el expediente de las víctimas de la inseguridad, no es un gobierno serio. Ni siquiera un gobierno mínimamente encargado de la gobernanza. Es una parodia, una pachotada, una payasada, una vergüenza. Casos como los de Acosta Carles y Rodríguez Chacín se cuentan por cientos. Y de no haberlos vivido en carne propia, no se creen. Naturalmente que el Sr. José Miguel Insulza ni siquiera se lo imagina. Cosas así no suceden en su país, el Chile gobernado por Michelle Bachelet. Tampoco suceden en los restantes países de la región. Ni siquiera en el Haití que fuera de los Tonton Macoutes. Sucede en un país que nació en brazos de la generación más ilustrada que existiera entonces en la América colonial y que diera al más grande estadista, al más valeroso y aventajado guerrero y al más ilustre de los intelectuales: Bolívar, Sucre y Andrés Bello. ¿Qué vendaval de desgracias, qué peste mortífera, que tragedia le cayó a la república como para que viniera a dar a este llegadero de matones, ignorantes, ladrones, asaltantes y violadores como los de esta calaña que hoy usurpa la cosa pública? Al parecer el escándalo por los desafueros, crímenes e iniquidades cometidas por los filibusteros que hoy copan las instituciones y manejan a su arbitrio la justicia, el parlamento, la policía, el llamado “poder moral”, los ministerios y las finanzas de la Nación alcanzan al propio ex presidente Fidel Castro, máxima inspiración de esta sedicente revolución socialista. Quien, espantado por tanta corruptela, habría alertado seriamente al presidente de la república ante la devastación de que es víctima el país en manos de los asaltantes de camino que lo rodean. Así, se sostiene que le habría dicho en presencia del heredero y distante anfitrión Raúl Castro, no se mantiene en el Poder un año más. Son el eco político de un Rodríguez Chacín y un Acosta Carles. De un Izarrita y un Mario Silva. De un Jorge Rodríguez y un García Carneiro. No se hable de la propia familia, que bien merece un capítulo aparte. Nadie que se precie de representar a la oposición y se sienta comprometido con la decencia nacional puede mirar de soslayo ante este espectáculo verdaderamente dantesco. Nadie que pretenda reconquistar espacios para servir a la reconstrucció n nacional puede cerrar los ojos y desconocer que la empresa en que la oposición está comprometida con cuerpo y alma, a sangre y fuego, es una empresa de índole profundamente ética y moral. De allí la necesidad que tiene el liderazgo opositor de dar el ejemplo ante la ciudadanía. Un ejemplo de tenacidad, de desprendimiento, de generosidad, de grandeza. Por más que los pueblos, extraviados en la estupidez de falsas promesas, pretendan volver al pasado, pueden lograr zafarse de los requerimientos y desafíos del presente. Chávez quiso volver al siglo XIX y hoy naufraga en la miseria del siglo XXI. La oposición está obligada por la fuerza de las cosas a darle la espalda al pasado, a rechazar los cantos de sirena de partidos, personalidades o instituciones que reclaman vigencia cuando no son más que despojos. Está, por el contrario, obligada a comprometerse con el futuro, a abrir las puertas y ventear este tenebroso, sucio y polvoriento presente que nos avergüenza. Hay que tener el coraje de deslastrarse de las rémoras del pasado y abrirse con tenacidad y lucidez al futuro. Que a Acosta Carles le suceda un hombre de Estado. Y a Rodríguez Chacín un estadista. Los tenemos. Démosles todo nuestro respaldo.


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