lunes, 11 de mayo de 2009

¡Venceremos!


Por: Henry Cabello - El tema de la muerte desde la aparición de los primeros hombres sobre la tierra, ha sido objeto de preocupación intelectual y emocional para todo el mundo. Distintas culturas lo enfocan desde diferentes ángulos, pero la muerte tiene una característica universal: es definitiva y sumamente democrática. Tal vez, incluso, haya servido de acicate para estimular la necesidad de trascender. Allí están las pirámides, el Taj-Mahal y miles de obras funerarias, que han buscado preservar la memoria de seres distinguidos o simplemente poderosos. La costumbre cristiana de darle sepultura a los muertos posiblemente tenga un origen remoto, pero también se ha convertido en una costumbre universal. Los sobrevivientes acuden a despedirse de la querida (u odiada) persona fallecida. Y eso se ha convertido, en nuestro medio, en un acontecimiento social. Personalmente, siempre he considerado que eventos como los nacimientos, bautizos, matrimonios, cumpleaños y fallecimientos, deberían ser ocasiones estrictamente familiares. Son oportunidades para que familiares distantes se reencuentren y se reúnan para manifestar su pesar y solidaridad a los deudos mas allegados. Y es también una ocasión religiosa. Pero, al igual que en otras épocas, las familias tratan de hacerle honor a la posición social que ocupaba el difunto en vida. Esta creencia mía en el carácter estrictamente familiar de tales ocasiones (y, tal vez, cierta debilidad sentimental), me ha mantenido alejado de los funerales de amigos muy queridos. A lo largo de mi vida he debido enfrentar el fallecimiento y la ausencia de amigos a quienes he considerado notables y a quienes me unía un afecto muy especial. En otras ocasiones se ha tratado de difuntos a quienes no conocía o solo conocía superficialmente, pero eran personas muy queridas por amigos muy queridos. Han sido muchos los casos y sería inútil nombrarlos a todos. Seguramente olvidaría a alguien. Pero los deudos deben saber que prefiero recordar a esos amigos como eran en vida, y no al cuerpo material que les sirvió de vehículo de transporte por este mundo. Por alguna razón que no logro identificar, aborrezco la cultura de la muerte. Prefiero la celebración de la vida. Quizá por eso me emocioné al ver la visita del Papa Benedicto XVI al reino de Jordania. Tanto el Rey Abdullah II de esa nación Hachemita, como el Papa, declararon su intención de trabajar y abogar por el logro de una paz duradera en el medio oriente. El Islam, como se ha dicho tantas veces, es una religión de amor, igual que el cristianismo. Las religiones mantienen sus cultos alrededor del misterio de la muerte, pero entonan sus oraciones por el milagro de la vida. Y eso, diría, es una obligación de la humanidad. Desterrar las guerras, los enfrentamientos sangrientos y las miserias por las que deben atravesar los pueblos que se encuentran en guerra. Esa es otra razón más para oponerme fuertemente a la prédica oficial en Venezuela. Hablar de “Patria, Socialismo o Muerte”, es una solemne estupidez. Nadie quiere morir a menos que se trate de un psicópata. Todos queremos vivir y vivir en paz. Ya sabemos que la paz absoluta solo se encuentra bajo tierra en los cementerios. Pero una paz negociada, donde todos exijan y reclamen su derecho a la vida, es definitivamente mandatoria. Solo por causa de las diferentes guerras y genocidios, desde finales del siglo 19 hasta lo que va del sigo 21, han muerto mas de 300 millones de seres humanos. Eso resulta totalmente inaceptable y chocante. Porque además de los soldados, allí están las víctimas inocentes de los odios entre seres humanos. ¡Ya basta! Los venezolanos no podemos tolerar que desde el gobierno se esté incitando a diario a un enfrentamiento entre hermanos. La cultura de este gobierno resulta chocante, salvaje, incivilizada y atropellante. Estoy seguro de que, aún entre los militantes de las filas gobierneras, existe una fuerte oposición a esa estupidez. Familias divididas y separadas por razones políticas, amigos alejados, castigos y más castigos, No merecemos esta tropelía. Y los militares deberían saber que, puesto que las armas están en su poder, ellos son los principales responsables de mantener la paz. De modo que estas líneas son un angustioso llamado para frenar esta orgía de sádicas confrontaciones cocinadas en los laboratorios irresponsables del gobierno de una camarilla de bandidos. Ellos apuestan por la muerte y la destrucción. Nosotros apostamos por la vida y la paz. ¿Cómo hacer entonces? Resistir. Cada uno de los venezolanos decentes, que somos la enorme mayoría, incluidos los que militan en las filas oficialistas, debemos resistir en nuestras respectivas trincheras de lucha: nuestros hogares, nuestros trabajos, la calle, el transporte público, las reuniones sociales, etc. Debemos preguntarnos cuál es la Venezuela que queremos y decir, a viva voz, nuestra respuesta. Las cartas están echadas. Todos sabemos a donde nos quieren conducir. Y debemos gritar, con toda nuestra energía: No queremos una Venezuela repleta de cementerios. No queremos sangre derramada y guerra. Solo queremos la paz…y lucharemos por ella. El grito debe ser “¡Venezuela, Patria y Vida en paz, Venceremos!”

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