miércoles, 13 de mayo de 2009

San Simón Bolívar


Por: Enrique Valle Andrade - evallea@hoy.com.ec - En el acertado prólogo de Eduardo Peña Triviño sobre el "Libro de Guayaquil", escrito por Melvin Hoyos Galarza y Efrén Avilés Pino, dice Peña: "En este recordar de acontecimientos y dejarlos escritos para que la posteridad no los olvide, los autores toman partido en varias discusiones y dejan notar su interés claro de recuperar para la historia el inobjetable rol que ha tenido la ciudad en los sucesos más significativos de la historia del Ecuador. De esta manera no podemos criticar que Efrén Avilés Pino y Melvin Hoyos Galarza pongan su amor y su pasión en esta biografía, y hacen bien ¿ Hasta qué punto son imparciales? Lo juzgará usted lector cuando sus ojos recorran las líneas de este libro apasionado".En realidad, en este libro, que para el prologuista es la biografía de Guayaquil, hay mucha pasión, pero por sobre todo, hay un inmenso y profundo estudio de la fuentes en que se han sustentado sus autores. Es muy posible que muchas de las afirmaciones que en él se hacen causen conmoción; y, de hecho, la han causado, pues ya han aparecido enardecidos detractores; en especial, aquellos apegados a la versión tradicional de la historia ecuatoriana, tan llena de mitos y exageraciones, que esta y otras obras se han encargado de desvirtuar.Quizá lo que más ha molestado a los impugnadores es la acerba crítica de los autores contra Bolívar, al que califican como "usurpador", por la forma violenta y arbitraria con que el venezolano ocupó militarmente a Guayaquil, para anexarla a Colombia. Es un hecho innegable que, para muchas personas la evocación de Bolívar es la de un ser intocable, al que se lo ha venerado como un santo, cuyas virtudes han sido engrandecidas, y sus defectos, sin objetividad histórica alguna, han sido minimizados. La verdad que surge de la lectura de este libro y de otros que se han apartado de esa tendencia deificante es que Simón Bolívar fue un hombre cuya grandeza es innegable, pero al que dominaron sus bajas pasiones; denigró sin piedad a quienes se cruzaron en su camino y obstaculizaron sus ansias de poder. En su "Windows" del sábado pasado, Simón Espinosa nos ha citado textualmente los oprobiosos dicterios que el caraqueño profirió contra los quiteños. Iguales y quizá peores ofensas lanzó contra los guayaquileños, los peruanos y a todos los que enfrentaron los excesos de su megalomanía. De su agresivo irrespeto no escaparon hombres nobles como Santander y Olmedo. Este, pese a los agravios, en un alarde de generosidad de espíritu, años más tarde lo inmortalizó literariamente en su grandioso poema épico. Quizá para tener una visión más cercana al propósito científico de los autores valga la pena considerar la defensa que Melvin Hoyos hace de la obra, cuando afirma "Todo historiador que se precia de tal tiene la obligación de buscar la verdad y enterrar los mitos una vez que esta fuese hallada.¿No nos corresponde acaso hacer lo propio con la historia de nuestra tierra si ya habíamos hecho nuestra la responsabilidad de escribir un libro sobre ella?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Su Comentario