martes, 12 de mayo de 2009

Bajo el signo del despojo


Por: Germán Gil Rico - gergilrico@yahoo. com - A finales del Pleistoceno los cromañones se apropiaron de las cavernas expulsando a los neandertales. Es la remota información antropológica de privación violenta de bienes y condiciones de vida sufrida por individuos, con el tiempo evolucionados a lo que hoy somos. En adelante, despojar fue usual para hacerse de haciendas y voluntades hasta tanto, transcurridos miles de años, la modalidad fue haciéndose menos brutal. Cobró formalidad jurídica, siempre con abuso de poder y el cohecho por delante. Así actuaron las monarquías absolutas. Las tiranías con posturas ideológicas del Siglo XX optaron por la confiscación, mediante el supuesto de la “dignificación de los desposeídos”. En esa actividad, Venezuela exhibe buen puntaje. Los españoles despojaron a los aborígenes y los patriotas lo hicieron con los realistas. Las montoneras, incluidas las hordas federales con su discurso redencionista, ocuparon propiedades ajenas para ser “otorgadas” a los combatientes que lo habían dado todo por la Patria. Los oficiales de alta y mediana graduación integraron la nueva clase de propietarios. J.V. Gómez derrocó a su compadre Cipriano Castro. Echó a un lado la demagogia redencionista. Había “madrugado” a su compadre para que el poder fuera suyo y Venezuela su hacienda. Las propiedades que no se cogió las adquirió con dineros del erario público. Una vez fallecido, herederos y miembros de su cohorte, fueron despojados del “botín de guerra”. Marcos Pérez Jiménez y sus colaboradores inmediatos también usaron la amenaza del encarcelamiento y el cohecho para apoderarse de los bienes de otras personas con dineros de la Nación. Fue juzgado y encarcelado. Hasta donde permitió la ley, se recuperó algo de lo robado al patrimonio público. Los gobiernos democráticos soportaron en leyes el redencionismo. Los resultados son palpables en educación y salubridad, autopistas, carreteras interurbanas y vialidad agrícola, en avenidas y obras de equipamiento urbano y rural, en la interconexión eléctrica y radioeléctrica. La suerte agraria, de eso se trata, no conjugó con los sueños de los mentores de la Reforma. La frontera verde no alcanzó dimensión de independencia agro-alimentaria. La incuria de 500 años no pudo subsanarse en 4 décadas. Pero se avanzó con decisión y éxito en pos de la meta. La llamada Revolución del Siglo XXI, nos retrotrajo al Pleistoceno. Forajidos ocupan edificios, dejando en la inopia a quienes dibujaron la ilusión de poseer un techo propio; con respaldo de bayonetas, holgazanes profesionales invaden fundos y fábricas en plena producción. Igual destruyen bibliotecas y “fabrican” leyes para encarcelar el disenso, así como para apropiarse de dineros enviados desde el exterior. De allí que el imperativo de frenar esa irracionalidad cobre características existenciales. Cuando Betancourt oteó la inviabilidad de liquidar la dictadura en una acción proveniente de los cuarteles con el apoyo popular, instó a tomar la calle como única salida y Carnevali, en documento llamando a la Rebelión Civil (24-12-1952) proclamó: “Contamos, en resumen, con preciosos factores humanos y morales suficientes para dotar nuestra capacidad de combate de un poderío mil veces más fuerte que las más aceradas corazas del despotismo”. El bellaco rojo-rojito que nos desgobierna, con su horda castro-comunista, pretende despojarnos de la libertad. Si no lo paramos ahora, cuando lo saquemos, porque lo vamos a sacar, hallaremos tan sólo despojos de lo que fue la pujante Venezuela.

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