Por: Autor: Daniel Romero Pernalete - Las encuestas lo asustaron. Los murmullos en el PSUV le espantaron el sueño. Le aflojaron las tripas las cajas vacías que llevaron a la Asamblea Nacional el exinanido respaldo popular para su enmienda… El tipo tuvo que recular. Tragarse sus argumentos. Renunciar a su indispensabilidad única. Colectivizar el atropello a la democracia. Generalizar la traición al pensamiento del Libertador. Desde hace mucho tiempo, el Gran Patán y sus patancitos hicieron lo imposible para demostrar que sólo aquél era imprescindible para garantizar la continuidad del bochinche que ellos llaman revolución. No se podía permitir, dijo el tipo, la aparición de caudillitos regionales. Así lo recogió la frustrada reforma del 2007. Y ese era el contenido de la enmienda “pequeñita” que el propio Chávez propuso. En una noche de insomnio y aflojamientos intestinales, el tipo decide extender la reelección indefinida a todos los cargos de elección popular. Los promotores de la reelección presidencial exclusiva debieron salir a lavarse ese paltó (utilizo aquí una expresión del propio presidente). Tuvieron que enrollar sus argumentos y metérselos en el bolsillo (hago uso de otra expresión de Chávez). Con esta sorpresiva cabriola, Chávez quiso congraciarse con algunos dirigentes de su partido, quienes vieron clausuradas sus legítimas aspiraciones sucesorias. Quiso ganarse la voluntad de unos centenares de funcionarios electos que, con alas cortas, saben que ya tocaron techo y prefieren quedarse para siempre en la ramita que lograron alcanzar. Lo que no ha medido Chávez es el efecto que su morisqueta puede tener sobre un universo muchísimo mayor del electorado, dentro y fuera de su partido. No es un secreto para nadie que, en este país, detentar el poder a cualquier nivel otorga a quien lo ejerce amplia ventaja sobre cualquier nuevo aspirante. Y aspirantes nunca han faltado en Venezuela. Así, muchos militantes del PSUV tendrán que meterse sus apetitos políticos por donde dijo el presidente. Tendrán que conformarse con ver matrimoniado a algún compañerote con un cargo… hasta que la muerte los separe. Esta situación tendría repercusiones posteriores, aún ganando el referéndum (cosa que dudo, si el juego no es muy turbio). Las guerras domésticas terminarán, más temprano que tarde, con el partido y con el reinado de Chávez. Pero hay más. La combinación de la reelección indefinida con las ventajas que indudablemente otorga el ejercicio del poder, colocaría al ciudadano común en una situación de gravísima indefensión, pues se reducirían las posibilidades de renovar sus gobiernos y sus representantes. No creo que sean muchos los ciudadanos dispuestos a afilar el cuchillo que amenaza su propio pescuezo. Ya no se trata, para la gente de a pie, del riesgo de tener que soportar un presidente vitalicio (aparte de inepto), sino unos gobernadores y alcaldes perpetuos (independientemente de sus méritos)… Siempre perdiz hasta al obispo cansa, sentencia un castizo refrán. A Chávez, con su nueva pirueta, le puede pasar lo del carnero encantado… y quedar trasquilado. Chávez, y él mismo se empeña en demostrarlo, no está hecho para la democracia. La democracia verdadera, como la vida, supone cambio, renovación, fluidez, reemplazo, remozamiento. Es más una carrera de relevo que un maratón eterno. Es más río en mudanza permanente que agua estancada. Es más promoción de iniciativas que imposición de esquemas. Tiene más de debate que de eucaristía. Y mucha gente lo sabe. A Chávez, en dos platos, le puede salir el tiro por la culata.
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