jueves, 10 de julio de 2008

Circuitos Culturales


Por: Juan Pablo Vitali - Muchos ignorantes piensan que la lucha por el poder se da en el limitado plano llamado comúnmente político. Nada más lejos de la realidad. La lucha por el poder se da en las conductas y en las conciencias. Para lograr determinados objetivos en ese ámbito, existen distintas alternativas: Está el primitivo lavado de cerebros y la vulgaridad de los medios de comunicación, el sexo antinatural, la mala música y otros diversos ruidos, las máquinas cuando ellas son las que nos manejan, y otros muchos y variados tipos de estupidización que ustedes ya conocen, incluyendo el alcohol, la droga, el cine y el arte deprimentes, los videojuegos, y tantas cosas que no vale la pena enumerar. Pero hay otra máquina de picar cerebros algo más sofisticada, que son los circuitos culturales. En ellos conviven ciertas personas que resultan necesarias para manejar la opinión de determinados niveles de la sociedad, donde reinan los llamados intelectuales. Estos, son personas en ocasiones sensibles, otras no tanto, que andan en pose, con un libro debajo del brazo, diciendo siempre más o menos lo mismo, y que adoran toda una línea de eunucos contestatarios creados especialmente para su consumo: Mencionemos entre ellos al desorientado guerrillero Ernesto Che Guevara, que cuando debió ser argentino eligió ser cubano, y cuando debió ser cubano eligió ser boliviano, y que no fue en realidad ninguna de esas cosas, sino un niño mimado de clase media alta que hastiado, después de descubrir América en un viaje en moto, eligió ser guerrillero en otras latitudes, antes de enfrentar la situación de su país, al que seguramente juzgaba en su conjunto reaccionario. Tenemos a Green Peace –creo que se escribe así- que cuando los niños pobres de nuestros países se mueren en las selvas y en las ciudades por falta de atención médica, viajan en poderosos helicópteros, vistosas motos y camionetas cuatro por cuatro, a buscar un animalito desorientado, o a evitar que una empresa multinacional de los mismos países desde donde los manejan y financian, corten el último arbolito de un bosque. Tenemos los freudianos, los lacanianos, los indigenistas, los conmovedores gurús de distinta laya, los poetas del subconsciente, los artistas callejeros, los seguidores del subcomandante Marcos –sería bueno difundir quién es el comandante-, los imperialistas andinos, los mapuches, y otras diversas tribus recientemente llegadas al estrellato. Tenemos a los defensores de los travestis, de los homosexuales, de la mujer lesbiana, abortista o feminista, tenemos a Rigoberta Menchú, y al el premio nobel argentino Pérez Esquivel. Tenemos de todo. Pero siempre girando en torno a determinados circuitos que se repiten, que se tornan cada vez más aburridos, y que no le interesan más que a un grupo que dice, hace y lee, lo que la dialéctica de la dominación necesita que lea, haga o diga. Por eso, si uno quiere ser un verdadero poeta o revolucionario, o acaso una persona de bien, más vale cantar viejas canciones, hacer una huerta, recordar a nuestros muertos, practicar artes marciales, cultivar plantas, instalar un taller de carpintería, ver cómo cultivan la tierra los que saben, como encaban cuchillos los artesanos, leer nuestra historia, tomar buen vino, y amar lo nuestro, y que volvamos a tener hijos que también lo amen, y que volvamos a ser, en lo posible, mejores, aunque sea parecidos, a como fuimos antes, porque en algún momento, tuvimos una Patria. Hay que escribir, dibujar, hacer música, elevar las almas y la antigua tradición de nuestros pueblos. Los circuitos culturales, que se los queden ellos, cuando estén bien podridos, tan podridos que no puedan levantarse de la cama, escucharán las viejas canciones, y verán desde sus blandos lechos decadentes, nuestras banderas, mientras nosotros traemos a marchas forzadas la cultura, sin circuitos culturales, a cielo abierto, de cara al cielo, como debe ser.

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