Por: Adriana Balaguer - Hay relaciones que sólo funcionan de a dos. Pero hay otras a las que se suma un tercero en discordia, y otro, y otro. A veces somos concientes de su existencia y lo soportamos aunque nos haga sentir incómodos, excluidos, a prueba. El desafió de ser "los elegidos" resulta tan tentador que somos capaces de sufrir con tal de alzarnos con el "premio mayor". ¿Cómo asegurarnos qué realmente hemos dejado de ser parte de un triángulo? ¿A qué cosas debemos estar atentos? Camila R. había descubierto a su marido en varios affaires amorosos. Y siempre lo había perdonado después de exagerados arrepentimientos y públicas confesiones de amor. Sin embargo, una vez encontró en su celular un mensaje de texto en el que una mujer le prometía "otra tarde tan apasionada como la que pasamos en tu casa". Recién ahí se sintió burlada, humillada, y pudo ver que desde hacía años su esposo: - Salía de la oficina a almorzar y nunca dejaba el celular encendido. - Había puesto una clave en la computadora familiar que restringía el acceso al correo electrónico de su usuario. - No la dejaba ir a buscarlo al aeropuerto cuando volvía de un viaje de trabajo. - Vivía olvidándose camisas usadas en la oficina (donde siempre tenía otras limpias de repuesto). - Se reservaba, en exclusividad, el operativo entrenamiento de fútbol de su hijo (que incluía llevarlo, esperarlo, y traerlo de regreso a casa cinco horas más tarde). Ató cabos y no tardó mucho en confirmar que su marido no había tenido "muchos affaires", sino "una sola y larga historia" con la mamá de un amigo del colegio de su hijo. Y que nunca la había interrumpido, a pesar de las muchas promesas en ese sentido. Además, ella había disculpado relaciones pasajeras, no la existencia de una pareja paralela. Camila R. eludió el encuentro final, no quería más explicaciones. Lo convino a retirar sus cosas con urgencia. El medio elegido para la despedida: un mensaje de texto enviado a su celular.
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